Una máscara De Alegría

Una máscara de alegría

“El mexicano se me aparece como un ser que se encierra

y se preserva: máscara el rostro y máscara la sonrisa”

Octavio Paz

La doble cara que presenta el mexicano desde la antigüedad, tiene explicaciones lógicos pues su origen entraña en los acontecimientos que ha vivido, desde la conquista y las luchas peleadas con dignidad y pérdidas con recelo. El mexicano no muestra lo que realmente es y lo que vive, sino más bien busca camuflaje en actitudes monótonas muy usadas en la sociedad mexicana, que lo hagan sentirse parte del grupo social y del ambiente en el que se desenvuelve. El hecho de buscar una cara falsa para presentarse al mundo no habla más que de una fuerte decadencia de identidad, que se va transmitiendo de generación en generación por no perder el estereotipo del hombre “macho” y la mujer “sumisa”.

Son varias las características que distinguen a los mexicanos de personas extranjeras, y son palpables al equiparar su moral, su cultura y su lenguaje. El mexicano maneja la idea de superioridad del hombre sobre la mujer y se ha vuelto un ser sin apertura a cosas nuevas, a ideas de otros, y cambios que mucho le podrían ayudar a mejorar.

Las relaciones humanas que practicamos se han vuelto hipócritas y vanas pues nadie se muestra como es, y no es por querer empatizar sino más bien por mostrarse más fuertes ante el adversario, porque así es como estamos acostumbrados a vislumbrar al otro; como un ser a vencer, como alguien que lucha por superarnos y penetrar en nuestra vida para cambiarnos y hacernos sentir más débiles.

El mexicano es un ser solitario y cerrado, porque una mala experiencia de traición es más que suficiente para volverse desconfiado y hermético. Considera que abrirse, confiar y compartir es señal de debilidad. El hombre se siente un ser superior frente a la mujer y maneja su papel de “macho mexicano”, demostrando que es fuerte por medio de su frivolidad, de su escaso sentimentalismo y de su lenguaje vulgar y lleno de albur. Y es en parte el albur mexicano el que delimita el ser de las personas, pues el hombre cree que si habla de manera tosca y vulgar será reconocido como un ser fuerte y cerrado a cualquier sentimiento, porque el mismo dice; “los hombres no lloran”, es el típico pensamiento mexicano. La cara que muestra el hombre es totalmente falsa, pues su naturaleza humana incluye la vulnerabilidad frente a situaciones que impliquen la convivencia y la competencia humana.

La mujer mexicana tiene etiquetas denigrantes, minimizadoras y mediocres que la ponen en un plano de debilidad, en el que el hombre maneja su vida, controla su actuar y su pensar, no tiene permitido buscar experiencias nuevas que le hagan experimentar libertad plena, pues siempre seria confundido con libertinaje. “La señora de la casa” es la atribución más grande que se le da, y es precisamente la casa el único lugar en el que puede mostrarse como es, es su lugar de confort.

Mientras que el hombre es reservado en su totalidad, la mujer se recata en su intimidad, pero esto no impide ser usada como un simple instrumento por el hombre, vista como un objeto que brinda placer y ayuda a la procreación para conservar la familia, incluso menospreciada si da

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