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Viaje por cucharas


Enviado por   •  12 de Agosto de 2015  •  Trabajos  •  4.306 Palabras (18 Páginas)  •  134 Visitas

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Esta es una historia en la cual no es claro si los protagonistas debieron reír o llorar. Comenzó cuando Yeni prometió a Lina, su amiga de la universidad, que pasara lo que pasara, el fin de año estaría junto con ella en Pasto, celebrando por primera vez el Carnaval de Negros y Blancos.

Lina había repetido por 3 años consecutivos:

- Vaya que en la casa le damos posada, hay puede estar cómoda, pasamos el año nuevo, vemos el desfile de años viejos, participamos de la quema y brindamos hasta que se nos rompan las copas.

- ¡Listo!, no importa cómo, pero este fin de año seguro que estoy allá; aunque tenga que llegar caminando. Pero no voy sola, voy con Mauricio, ¿no hay problema?

- La invitación es para los dos, no se preocupe que yo ya tengo todo arreglado con mi familia.

Yeni y Mauricio eran estudiantes bogotanos de pocos recursos económicos, pero muchas ganas de conocer. Entonces se dieron a la tarea de recortar sus gastos diarios, para reunir algunos pesos con los que arrancar.  El ahorro comenzó en septiembre y termino a mediados de diciembre; con el objetivo inicial de cubrir gastos de alojamiento, mientras durara la estancia en Pasto. ¿Y el resto del viaje?

- Yo dije que llegaría, aunque tuviera que caminar desde Bogotá hasta Pasto.

- Por mí no hay problema, tu sabes que yo vagué 6 meses por carretera, con la ayuda de otros viajeros.

- ¿y cómo hacías para conseguir plata?

- Retacaba con incienso en las bombas de gasolina, parques y paraderos de buses.

- Pues eso mismo podemos hacer ahora Mauricio; gastemos una parte de lo que tenemos y compramos incienso. ¿Te parece bien?

- Eso es lo que pensaba hacer, pero mijita no se preocupe, que algo nos inventáremos.

- ¿Estás totalmente segura de que quieres ir?

- ¡Si!

- Pues eso es todo lo que necesitamos, seguro llegáremos.

Así inicio un viaje en el que se avanzaba, hasta donde la buena voluntad del conductor que los recogía en carretera, lo permitiera.  En días buenos, llegaban directo de un pueblo al siguiente, o incluso a la ciudad más grande cercana a la Vía Panamericana. En días regulares, caminaban por varias horas cargando aproximadamente 14 kilos en la espalda, con sol o lluvia ligera; hasta encontrar el siguiente benefactor.

Durante el recorrido conocieron muchas personas, la mayoría verdaderamente generosas, se llenaban de asombro al escuchar su historia.

- ¿…Y hasta donde piensan llegar?

_ Inicialmente hasta Argentina. Planeamos establecernos allá, conseguir trabajo y ponernos a estudiar.

- ¡¿Hasta Argentina?!, ¡¿Caminando?!

- Si, así aprovechamos para conocer, antes de ocuparnos de lleno.

En cada paradero repetían la misma historia, lo cual despertaba solidaridad en sus oyentes; quienes aplaudían la iniciativa y en ocasiones les brindaban un plato de comida. Además esto motivaba a los conductores, a llevarlos durante un trayecto más largo.

De pueblo en pueblo para el 28 de diciembre, lograron llegar donde la familia de Lina. Fue una semana completa de recorrido durante la cual, la mayoría de momentos les dejaron algo positivo que recordar.  

Los carnavales trajeron alegría, música, colores, juegos y una embriagues cuyo guayabo desalentaba en las mañanas, y volvía  a pedir licor en las tardes. Esta fue una fiesta, que ellos recordarían con nostalgia mucho tiempo después. La comida típica, un ratoncito del tamaño de un conejo, asado lentamente a la brasa; fue servida por una señora con trencitas en el cabello, delantal rosado con 2 bolsillos: uno para las vueltas y otro para el cuchillo y un buen humor que dosificaba entre los comensales. A pesar de su peculiar aspecto inicial, el platillo resulto ser todo un manjar.  

De acuerdo a los planes iniciales, este sería el fin del viaje; sin embargo antes de marcharse pensaron conocer un poco más.

- Las Lajas queda muy cerca, el pasaje es barato. Si quieren pueden decirle a un carro que los acerque sobre la carretera y ustedes bajan hasta el santuario.

- Vamos a ver, si no, alguien nos recogerá.

- Eso, el santuario es muy bonito, vale la pena conocer.

- Bueno Lina, muchas gracias por todo, Mauricio y yo nos vamos entonces. Nos veremos de nuevo cuando lleguemos a Bogotá.

Muy en la mañana después de la despedida, reiniciaron camino. Esta vez con destino al Santuario de Nuestra Señora de las Lajas, en Ipiales, frontera con Ecuador; y fue precisamente por ese mismo motivo que decidieron atravesar hacia el vecino país.

- Pues ya que estamos tan cerca, vamos a Tulcan; se dijeron, y una vez allí llegar a Quito, parecía una tarea muy simple y divertida.

No solo estuvieron en Tulcan, primer poblado pasando la frontera colombiana, sino que recorrieron Otavalo y luego arribaron a Quito. Estar allí no era lo mismo que estar en un pueblo pequeño. Quito era la capital ecuatoriana y como tal una ciudad con todos sus bemoles, ajetreos y competencia del día a día.

Llegaron un lunes en horas de la noche, las personas de la cuidad no los recibieron con la misma cara de amistad, de los lugares remotos en que pararon durante el viaje. No era nada de que extrañarse, pero dada la escases de recursos y la inseguridad que planteaba el dormir en la calle; esto representaba una dificultad.

Durante el primer día, caminaron varias horas buscando un hotel u hotelucho, que no pasara de 7 dólares la noche, hasta que finalmente lo hallaron. La habitación que alquilaron era un cuarto sin ventanas que no recibía mantenimiento a menudo, por lo que olía a ropa vieja. Cabía en ella, una cama sencilla y una mesita roída por insectos, que seguramente encontraban en ella una madera de fácil digestión.

A los pies de la cama quedaron las maletas y con ellas, copada la habitación.

Durante la primera semana salían alrededor del mediodía, a recibir algo de luz solar, tomar una ducha e ir a la calle a ofrecer incienso o contar la historia del viaje a Argentina, mientras pedían ayuda monetaria.  En la ciudad les fue difícil despertar la simpatía de las personas, quienes de antemano desconfiaban de esos viajeros, cari demacrados, que portaban maletas desvencijadas (tan solo contenían las almohadas del hotel). Algunas personas les ofrecían 25 centavos, moneda que no era útil ni para comprar un dulce, pues valía 50. Otros brindaban un poco más e incluso algunos compartieron frutas y otras viandas con ellos.

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