Carlos Slim Y Otros Millonarios
brendaponce6 de Julio de 2011
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En la ciudad libanesa de Jezzine, llegó a México en 1902 en su huida de la represión militar de los turcos otomanos, al igual que otros dos de sus hermanos José y Pedro que habían arribado dos años antes. Junto con su hermano José crearon la firma comercial La Estrella de Oriente y con esto empezó la historia de la dinastía Slim en el mundo de los negocios. Así, años después se casaría con la chihuahuense Linda Helú, con la cual procrearía 6 hijos, de los cuales Carlos es el quinto de ellos y, heredó como ninguno de sus hermanos el olfato para los negocios y ganar dinero.
Desde pequeño tuvo en claro su visión, así con su mentalidad empresarial clara y firme empezó a ahorrar desde temprana edad. De esta manera, en 1955 ya poseía un patrimonio de 5,523.32 pesos y, para agosto de 1957 aumentó a 31,969.23. Siguió invirtiendo este capital hasta lograr un capital mayor a cinco millones de pesos para inicios de 1966.
Aunque en la escuela fue un estudiante promedio, estudió en la facultad de Ingeniería de la UNAM, sus compañeros generacionales lo describen como un tipo normal, de bajo perfil, poco dotado para la oratoria pero, poseedor de buenas cualidades matemáticas. Sin embargo, sus aspiraciones empresariales lo animaron a escribir un artículo en el que alentaba la formación de un club de inversiones del cual él sería su líder, durante su etapa universitaria. Más tarde estudiaría un Máster en Ingeniería y Finanzas en la Universidad de Stanford (Estados Unidos).
Sin embargo, donde inició su verdadera carrera empresarial fue al término de sus estudios universitarios cuando empezó a trabajar como corredor de bolsa, en esos años compró su primera empresa importante, la embotelladora Jarritos del Sur. Durante años, el joven Slim operó en la Bolsa de Valores con excelentes resultados a través de su Casa de Bolsa Inversora Bursátil. Su sagacidad para sortear las altas y bajas del mercado, y la información privilegiada a la que tenía acceso, cuando las leyes mexicanas eran más blandas que en la actualidad, le permitieron ganar las primeras sumas importantes de dinero.
Se convirtió en especialista en comprar a bajo precio empresas quebradas o en el límite, para reflotarlas y venderlas con una buena plusvalía, con esto empezó a crecer su fortuna y la compra de una gran cantidad de empresas. Pero, sería hasta la década de los 90’s el momento en el cual entraría a la grandes ligas de los empresarios más importantes de México cuando el gobierno propuso la privatización de la paraestatal Teléfonos de México, ayudado por el entonces presidente de México Carlos Salinas de Gortari, Slim se hizo de participación en Telmex. Obtuvo un préstamo del gobierno federal para concretar la compra de acciones de la empresa y, también le otorgó a los inversionistas el control completo del mercado interno hasta 1996, es decir, Slim disfrutó de una posición monopólica por un periodo de seis años, además de que se redujeron los impuestos a la empresa y se le permitió la elevación de las tarifas; esto último es el talón de Aquiles de la política empresarial del hombre más rico de México, asunto que será detallado más adelante.
La competencia según Slim (el caso Telmex)
A Carlos Slim no le gusta ser tildado de monopolista. Detesta la palabra. Niega incluso la existencia de monopolios en México. Prefiere hablar de “cárteles” y de “posición dominante en el mercado”. Una opinión diferente a la del Banco Mundial, que en varios documentos ha criticado el papel de los monopolios en México, como freno a la competencia, al desarrollo. También, los economistas coinciden en señalar que el poder que tienen los actores dominantes la hora de fijar los precios ha incrementado el coste hacer negocios en México, cuya economía es menos competitiva en los mercados internacionales
Un informe del Banco Mundial aborda el tema más espinoso y controversial del sector de las telecomunicaciones: las tarifas. “Los costos son altos si se les compara con otros países”, afirma el documento. “Telmex domina el mercado de larga distancia y el mercado celular y de telefonía local. Sus márgenes de utilidad netos son más del doble que los de su rival más cercano. Asimismo, las tarifas telefónicas son altas si se les compara con América Latina, en especial los precios locales para la telefonía comercial. Las tarifas comerciales de telefonía son tres veces mayores en México que en Argentina y cuatro veces mayores que en Brasil.”
Por su parte, los portavoces del imperio Slim y él mismo se defienden bajo los siguientes argumentos: a partir de 1997 se permitió la entrada de competidores al segmento de telefonía larga distancia y para inicios de ese año empezaron sus operaciones ATT y MCI en México. En el caso de la telefonía local no se presentan competidores principalmente debido a que las condiciones tecnológicas no lo permitían y por lo complicado de construir una nueva red nacional de telecomunicaciones. También argumentan el monto y la cantidad de inversiones de la empresa por extender los servicios a zonas o sectores donde nadie quiere invertir debido al bajo nivel socioeconómico del segmento que atienden, en palabras de ellos se resume lo siguiente: “tenemos el 92 por ciento del mercado de telefonía local, pero porque tenemos el 100 por ciento del mercado del 80 por ciento de las líneas donde nadie quiere invertir. En cambio, tenemos el 48 por ciento de las zonas A (grandes ingresos, grandes clientes).
El debate de este asunto es mucho más prolongado debido al marco jurídico en el que circunscribe, la Comisión Federal de Competencia ha demandado en diversas ocasiones a la empresa por sus prácticas comerciales, sin embargo no ha prosperado ninguna. La situación bajo este contexto donde las autoridades actúan bajo un sistema de leyes blando hará que esta situación prevalezca a merced del poderío económico que Carlos Slim ha forjado, éste ha llegado tan lejos con su vasta variedad de empresas, que si llegará a desaparecer de la escena mexicana sería un cataclismo no sólo para los cientos de miles de ciudadanos que consumen al ritmo que marca el magnate, sino también para la economía del país. Paradójicamente, el liderazgo indiscutible como el hombre más rico deja a México huérfano de competidores en sectores estratégicos. Un mal escenario para el crecimiento y el desarrollo.
Roberto González Barrera
El banquero improbable
Cerralvo fue la primera población del estado de Nuevo León y su primera capital. Está situada en el noreste, a 40 minutos de Nuevo Laredo, en la frontera de Estados Unidos, en un clima semiárido que en verano alcanza temperaturas superiores a los 35 °C. Roberto González Barrera nació allí el primero de septiembre de 1930. Cinco años después, sus padres, también nativos de Cerralvo, emigraron a Estados Unidos para trabajar de braceros en la pizca de algodón del sur de Texas y lo que les saliera al paso, con vueltas ocasionales al comercio de su pueblo.
Roberto se quedó a vivir con sus abuelos paternos, y desde entonces empezaría a trabajar en cualquier cosa para ganar su propio dinero; empezó como bolero, antes de cumplir los 13, trabajaba como vendedor; a los 17, como perforador en las explotaciones de Pemex e Veracruz; a los 25 años, alumbró las calles de su pueblo trabajando para la empresa familiar, y en las postrimerías del sexenio de Díaz Ordaz era dueño y señor del mayor fabricante de la cada vez más demandada harina de maíz, que producía con tecnología propia. Tenía 40 años para entonces y ya podía considerarse un hombre rico, se codeaba con secretarios de estado, gobernadores, caudillos revolucionarios y hasta artistas, pero-y era un gran pero- en esa vida no había habido tiempo para estudiar. Nunca termino primero de secundaria.
En esos años Maseca, fundada por Roberto y su padre, Roberto M. González Gutiérrez en 1948, había revolucionado la manera tradicional de hacer tortillas, el alimento básico de los mexicanos. Su harina de maíz ahorraba a los hogares el arduo proceso cotidiano de cocción del grano, nixtamalización, amasado y preparación del único ingrediente insustituible del taco. La “maseca” rendía mas tortillas por kilo, duraba varios meses sin estropearse y permitía hacer tortillas en minutos. Superados los problemas técnicos y de mercado iniciales, apoyado en sus relaciones al más alto nivel con el gobierno, que repartía entonces generosos subsidios, y la competencia tibia e ineficiente de la entonces estatal Minsa, los Robertos habían armado un imperio empresarial.
Maseca era un objetivo calor a nacionalizar en los meses previos a la toma de poder de Luis Echeverría Álvarez, que quería proteger el “alimento del pueblo”, el maíz, como bien de interés nacional. La oferta era de 400 millones de pesos, Roberto pensó que con ese dinero y la venta de sus otros negocios podría irse a Suiza y estudiar, algo que había pospuesto por su incesante ritmo de trabajo. Sin embargo, el entonces saliente secretario de hacienda, Ortiz Mena con quien tenía una muy buena relación y su amigo o “hermano del alma” como él solía decirle, Carlos Hank González, le convencieron de no efectuar la venta de su empresa al gobierno federal. A cambio le fueron ofrecidos 100 millones de dólares en crédito para impulsar la expansión de su empresa.
Finalmente, Roberto González desistió de su idea de dejar su negocio por los estudios y continúo con su vocación empresarial; tomó los 100 millones de dólares y, tres décadas y media después, Gruma –nombre del corporativo
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