Cultura política y caciquismo.
ramiromarmolTrabajo29 de Julio de 2011
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Cultura política y caciquismo
El historiador británico Alan Knight, uno de los grandes expertos en el cardenismo y la Revolución Mexicana, hace en este ensayo una interpretación del cacicazgo en México en función de una cultura política que amalgama dos tradiciones autoritarias: la indígena y la española.
¿Qué es el caciquismo? El origen etimológico de "cacique" —término arahuaco para designar a un hombre grande, aquel que "posee una casa"— tiene, como casi todas las explicaciones etimológicas, interés lingüístico pero poca utilidad práctica. El "caciquismo" está cargado de resonancias contemporáneas.
Los caciques, como los caudillos, son actores en sistemas clientelistas. Si bien podemos concentrarnos en caciques individuales, éstos deben considerarse como representantes de sistemas clientelistas. De acuerdo con Fernando Díaz Díaz (y otros autores), yo vería a los caudillos como figuras pretorianas al frente de un escenario político más vasto; los caciques, en cambio, son políticos/civiles y habitualmente operan en un nivel más restringido. Esta distinción es muy vaga: los caciques, como lo mostraré, regularmente hacen uso de la violencia, pero rara vez son jefes militares de importancia. Villa era un caudillo y no un cacique; Calles un cacique y no un caudillo. Aunque se puede hablar (y sus contemporáneos lo hicieron) de caciques "nacionales" —Díaz, Calles, Cárdenas— no se puede hablar de caudillos municipales (fuera de Argentina, claro está). En otras palabras, el caciquismo abarca la jerarquía política, mientras que el caudillismo es un fenómeno más "cupular" —y más pretoriano. De esto se sigue que algunos individuos clave cambian de papeles: Díaz —y más tarde Obregón— fue caudillo transformado en cacique. La muerte privó a Villa y a Zapata de la posibilidad de tal transformación.
El caciquismo, por consiguiente, es un subgrupo muy grande dentro de un universo aún más vasto de sistemas clientelistas. Dichos sistemas se conciben típicamente como jerarquías que encarnan autoridad, pobladas por actores de poder y estatus desiguales que están vinculados por nexos de reciprocidad (también desiguales, claro). El sistema difiere de —incluso se opone a— la clásica burocracia weberiana, gobernada por reglas universales e impersonales. De hecho, no queda claro dónde, dentro de la famosa triada de sistemas de autoridad de Max Weber (el tradicional, el carismático, el racional-legal), pueda colocarse útilmente al caciquismo. Aunque ocasionalmente surgen caciques "carismáticos", distan de ser la norma (y pueden representar una devaluación del concepto original). El caciquismo "racional-legal" es una contradicción, aunque los trueques que ocurren en las relaciones caciquistas pueden ser absolutamente "racionales", instrumentales y utilitarios. Quizá lo mejor es calificar el caciquismo de "racional" pero no de "legal"; tiene que ver con la búsqueda racional de metas concretas dentro de un ambiente arbitrario, personalista y, por ende, no legal. En este sentido (ambiental/organizativo), el caciquismo se asemeja a los regímenes patrimoniales de Weber. Pero decir que el caciquismo es "tradicional" equivale a arrojar otro objeto tosco dentro de un maletín ya sobrecargado (donde se asocia incómodamente con feudos, teocracias y monarquías absolutas). Equivale también a interpretar equivocadamente la base misma del caciquismo (que, en la mayor parte de los casos, no es ni sagrada ni prescriptiva) y a pasar por alto el increíble vigor del caciquismo, su capacidad de mutarse y convivir con la "modernidad", sus poderes de autorreproducción, que no están fundamentados en ningún principio hereditario ni mucho menos divino.
El caciquismo es arbitrario y personalista. Las reglas formales le ceden su lugar al poder informal: "aquí no hay más ley que yo". Esto no quiere decir que los caciques sean necesariamente déspotas caprichosos. Aunque arbitrarios, los caciques pueden seguir caminos predecibles. Pero tales caminos están determinados por prácticas desordenadas, no por principios universales. No están formalmente trazados, sino que pertenecen al "saber local". Los caciques no necesariamente tienen que ocupar cargos oficiales para ejercer su poder. Sin embargo, algunos caciques —impelidos, en parte, por la regla de la "no reelección"— van y vienen por una secuencia de cargos, con movimientos ascendentes, descendentes y laterales, sin por ello perder —a pesar de los cargos específicos— un poder regional duradero.
El cacique recompensa a sus amigos y castiga a sus enemigos. Cumple con la vieja máxima de Díaz: pan o palo. Las recompensas (pan), que discutiré más adelante, van desde los obsequios materiales (tierra, crédito, dinero), pasando por los beneficios intermedios materiales e intangibles (trabajos), hasta los beneficios "no materiales" (por ejemplo, la protección, que puede significar defender al cliente del palo de los caciques rivales). El palo también es crucial: "El caciquismo es impensable sin la violencia directa", según dice Eckart Boege. Pero, como ya se mencionó, el caciquismo no es pretoriano; de hecho, en la medida en que la milicia ideal (regular) concuerda con las exigencias prusia-nas/weberianas de reglas impersonales y de disciplina, está en las antípodas del caciquismo. Además, desde los años veinte el ejército federal ha sido una fuerza centralizadora. Por ambas razones, en consecuencia, los caciques y el ejército están en oposición. Sin embargo, si consideramos la función, en lugar de la forma de la violencia política, podría argumentarse que el control social ejercido por el caciquismo mexicano, entre 1950 y 1980, hizo innecesario el tipo de autoritarismo burocrático que se dio en el Cono Sur: el caciquismo y el pretorianismo representan medios alternativos para asegurar el control social.
Sin embargo, las formas contrastantes de represión son importantes. La violencia caciquil tiende a ser de baja intensidad, esporádica e incluso quirúrgica (sobre todo, parece, en las ciudades, donde hay más alternativas no violentas y donde el precio político del derramamiento de sangre puede ser más alto). Pero los caciques buenos —es decir, eficientes— no incurren en la violencia y la represión generalizadas, aun en las zonas más agrestes. A diferencia de los ejércitos modernos, carecen de equipo, potencial humano y organización. También se fían mucho de métodos que prescinden de la violencia: el pan contrabalancea al palo en un grado mayor en los regímenes caciquiles que en los militares/autoritarios; de hecho, los caciques son casi invariablemente civiles, aunque a menudo están bien entrenados para el tiroteo. El caciquismo, para resumir, es más consensual —quizá hasta "hegemónico", en el sentido gramsciano— que el autoritarismo burocrático. Hemos señalado la existencia de caciques "buenos"; el cacique bueno es el "que sabía tratar con la gente", en palabras de Lola Romanucci-Ross.
El talón de Aquiles de los cacicazgos establecidos —así como del sistema político nacional en México que apuntalan— es la sucesión política. La sucesión ordenada, ya sea de monarcas hereditarios o de presidentes democráticos, requiere de reglas estrictas con las que se cumple estrictamente. Los cacicazgos carecen de tales reglas, por lo cual las crisis de sucesión son endémicas. Conforme se va debilitando el viejo cacique —o se expulsa al cacique no tan viejo— el resultado puede ser una veloz sustitución por un nuevo cacique, una fase de luchas internas y de inestabilidad faccional o, posiblemente, una transición hacia un sistema más democrático o, al menos, regido por reglas. Aunque el nepotismo puede prosperar en los sistemas caciquiles, la sucesión hereditaria directa tiende a ser excepcional: el "cacique heredero", que carece de la "fuerza y la inteligencia" de su padre fallecido, seguramente fracasará en su intento de sucesión. Los sistemas de cacicazgo exigen cierto nivel de habilidad (inteligencia, elocuencia, valor, intuición), así como suerte y crueldad: todas ellas buenas virtudes maquiavélicas.
Además de los factores fortuitos de la habilidad, la suerte y la crueldad, un factor poderoso que ha debilitado la sucesión hereditaria es que los caciques —como los mexicanos en general— invierten en la educación de sus hijos, lo cual a su vez resulta en el desarraigo cacical de la progenie, la mudanza a las ciudades, sobre todo a la Ciudad de México o, incluso, a los Estados Unidos. Estudiar derecho, economía o administración pública puede proporcionar un atractivo medio de acceso a la élite política mexicana. Pero dichos estudios no sirven para preparar caciques; sobre todo, no en los niveles más bajos. De hecho, el caciquismo de bajo nivel puede representar una carrera riesgosa y de ingresos relativamente pobres, en comparación con los grandes negocios, la banca, la agricultura comercial y la política nacional. Por consiguiente, como el boxeo, el caciquismo les ofrece a los jóvenes pobres y rudos del barrio una posibilidad de ascenso. La movilidad ascendente, en resumen, inhibe la construcción de dinastías en el cacicazgo. La educación formal es una preparación prescindible para el politiqueo informal.
Quisiera pasar ahora a los cinco niveles del caciquismo: el nacional, el estatal, el regional, el municipal y el local. En la cima se encuentra el presidente: "el único cacique de México está en Los Pinos", como dijo
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