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Fútbol

babyNatExamen17 de Octubre de 2013

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jugar: [1. intr. Hacer algo para divertirse y entretenerse] (ganar)

"Si perdemos, pasamos de ser muy buenos a inútiles" Pep Guardiola

Partamos de la base de que en el fútbol, como en la vida, es necesario sufrir para aprender. Sufrir en el sentido que las victorias casi siempre vienen precedidas de derrotas, o en su defecto, son la antesala de las mismas. Nadie gana y no deja de ganar.

Con el paso del tiempo, vas aprendiendo que el fútbol –irremediablemente- es un estado cíclico. Reducido, quizás, a un número de viajeros preferentes que acaparan casi todos estos ciclos oscilantes en el tiempo y después están las historias pequeñas, normalmente las más grandes. Hoy gano yo, pero se que mañana ganarás tú. La clave está en alargar el momento de la derrota. Está en hacer permanecer tu victoria y llegar a comprender que si solo ganas o solo pierdes no te encuentras en un estilo natural de vida. Jugar se relaciona directamente con la infancia. Es entonces cuando desarrollamos la mayor cantidad de emociones jugando. Cuando disfrutamos de cada momento de juego, cuando vivimos de manera más pura los acontecimientos derivados de la acción de jugar. Bien es cierto que no hay presión, ni compromiso adquirido con un ente externo. Juegas porque te diviertes.

A lo largo de esta temporada, ya la pasada dejó entrever ciertos matices, el Barça ha ido cayendo en un estado de normalidad. Venimos de la excelencia, de la excelencia en la victoria. Algo que debería ser redundante pero no lo es. Está claro que si ganas enmascaras en cierto modo la forma de llegar, aunque nunca se puede esconder la brillantez. Pero si pierdes, el método será erróneo mas que acapare absoluta belleza y concordancia con el sentir del pueblo. Cabe dejar claro que sin el triunfo final todo se hace más pequeño, al fin y al cabo jugamos para ganar. Puyol, Andrés, Piqué, Alves, Xavi, Sergio, Villa, Víctor. Han sido durante los últimos años exponentes máximos de la excelencia alcanzada por un equipo –a mi entender- jamás igualado por nadie que yo haya visto. Extremizaban la confianza de la gente, sabías que ganarían, o lo esperabas confiado. Alguna vez perdían, pocas la verdad, pero aun perdiendo sabías que era un accidente. Que mañana ganarían y te ibas contento a dormir.

Pero lo mejor que tenía ese equipo era que jugaban al fútbol desprendiendo una esencia de diversión y comodidad. Superaban a sus rivales, aparentemente, desde un estilo de juego más cercano al show de los Globertroter que a los golpes secos de un boxeador, aunque en realidad fuese exactamente lo contrario. Te abatía por aplastamiento, te golpeaba una y otra vez y te ahogaba cuando querías salir. Era un equipo despiadado, dirigido por un tipo despiadado que solo pensaba en ganar. Pep era pragmatismo puro, continua búsqueda de la victoria, estratega convencido. Porque su idea, eso si, la creía hasta la extenuación. O hasta que –como hemos podido escuchar de su propia persona estos días- el contrario detectaba y actuaba sobre ella. Entonces la mejoraba.

Además, este equipo y este tipo, tenían un arma secreta. El arma más destructiva del fútbol mundial: Leo Messi. Yo siempre he visto a Leo como un niño cuando sale al campo de fútbol. Un niño que quiere la pelota y quiere jugar. Normalmente parece que su intención va a ser jugar contigo, humillarte, dejarte en pelotas delante de 50000 o 90000 almas estupefactas ante cada regate, cada conducción eléctrica, cada gol (que alguno mete) como si no hubiese un objetivo más que jugar jugar y jugar hasta que el encargado de mantenimiento apague los focos del estadio. Como cuando éramos niños y mamá nos llamaba a cenar. Aquel equipo ya no está, aquel tipo tampoco, pero conservamos a ese niño con ganas de jugar. Leo es nuestro, y su corazón late sangre blaugrana. Es

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