Globalización
palmaven22 de Febrero de 2012
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INTRODUCCIÓN
Nuestro planeta, atraviesa desde hace algunas décadas un proceso globalizador profundo, de dimensiones nunca vistas en la historia de la humanidad.
La globalización ofrece un conjunto de oportunidades cuyo aprovechamiento oportuno y eficaz entraña enormes desafíos para las naciones. Este fenómeno representa una “promesa” de desarrollo material y de bienestar para toda la humanidad. Al mismo tiempo, da lugar a un contexto favorable para la difusión a escala global de los derechos humanos esenciales, incluidos los derechos civiles, económicos, políticos, sociales y culturales, como fundamento de la convivencia en cualquier sociedad. Sin embargo, mientras este proceso globalizador no consiga ser orientado en una dirección progresista, de mayor transparencia y con una decidida voluntad democrática respecto a acción política de las naciones, seguirá careciendo de gobernabilidad en lo internacional. Asimismo, mientras no sea canalizada a través de instituciones internacionales competentes, mantendrá una naturaleza caótica y ambigua en el imaginario de muchos ciudadanos a nivel global. En la actualidad, esta falta de orientación incide en que vastos sectores de la sociedad mundial siguen percibiendo este proceso globalizador como favorable para unas pocas naciones, y fundamentalmente para el sector del capital financiero internacional. En síntesis, los beneficios de la globalización y de la mundialización económica son claros y rotundos para los países del mundo desarrollado, pero para los países en desarrollo siguen siendo frágiles e incipientes. Por ello, en América Latina y el Caribe, millones de personas tienden a percibirla no como una promesa de bienestar, sino como una fuerza desestabilizadora y destructiva que favorece a unos pocos que acumulan riqueza, poder y privilegios, en desmedro de la mayoría de los habitantes de la región. Intentar dar un giro en este proceso globalizador de modo que esta mundialización de la economía redunde en beneficio de todos, será tarea de las fuerzas políticas, sociales, progresistas y democráticas de nuestra región, muchas de ellas en la actualidad con responsabilidades en diversos gobiernos del continente.
1.-ESTABLECER LA SITUACIÓN DEL ESTADO ACTUAL EN EL MARCO DE LA GLOBALIZACIÓN:
La globalización es un proceso económico, tecnológico, social y cultural a gran escala, que consiste en la creciente comunicación e interdependencia entre los distintos países del mundo unificando sus mercados, sociedades y culturas, a través de una serie de transformaciones sociales, económicas y políticas que les dan un carácter global. La globalización es a menudo identificada como un proceso dinámico producido principalmente por las sociedades que viven bajo el capitalismo democrático, la democracia liberal y que han abierto sus puertas a la revolución informática, plegando a un nivel considerable de liberalización y democratización en su cultura política, en su ordenamiento jurídico y económico nacional, y en sus relaciones internacionales.
El actual proceso de globalización de la economía impulsa la desnacionalización de la economía y la política nacional pierde progresivamente el dominio sobre aquellas condiciones de producción de las que procedían ganancias por vía tributaria. Los gobiernos tienen cada vez menos influencia sobre empresas que toman sus decisiones de inversión en un horizonte de referencia globalmente ampliado.
La substitución acelerada de las exportaciones de mercaderías por la creación o compra de filiales y por la fusión o vinculación de empresas, tiene relación con toda una serie de fenómenos económicos diferentes que justifican un verdadero salto en el mercado internacional de capitales.
Una masa creciente de capitales que navegan por el ciberespacio parece dar rendimientos sin necesidad de intervención, es decir, existe una forma de capital financiero que proporciona rentas considerables frente a la actividad productiva clásica. Los procesos en los mercados financieros se desarrollan a una velocidad y en unas magnitudes que los sitúan totalmente al margen del control de los gobiernos e instituciones internacionales.
Mientras tanto los países compiten entre ellos por inversiones extranjeras, ello permite al capital una mayor libertad para atravesar fronteras. Esta situación otorga al capital transnacional la posibilidad de escapar de los impuestos de forma casi total. El capital que no paga impuestos hace que la protección social sea mucho más difícil, provocando dentro de los estados una tremenda tensión interna. Estados nación que eran y pretenden seguir siendo el espacio económico-político en el que se resolvían las contradicciones de nuestras sociedades. Pero en la actualidad esto ya no puede ser así. Las grandes cuestiones a las que se enfrentan nuestros países y la humanidad no tienen solución en el estricto marco nacional.
Un aspecto esencial del contexto actual es la carencia de instituciones supranacionales adecuadas de supervisión y control adaptadas a las nuevas condiciones, que respondan a la necesidad de gestión de la globalización con igualdad y justicia.
a.- Capacidad política y la imposición económica
Desde mediados del siglo XX y, de manera especial desde la caída del muro de Berlín (noviembre de 1989) la democracia representativa es un indiscutible referente universal y el Estado es interpelado por las demandas ciudadanas, en favor de la extensión y profundización de la democracia participativa, principalmente a impulsos del principio de subsidiariedad. Una importante tesis de la modernidad presenta indiscutibles signos de crisis. Me refiero al progresivo desajuste entre el Estado y la sociedad. Aquel sigue confinado en el marco de las propias fronteras, mientras la sociedad, incómoda dentro de los límites estatales, presiona por doquier para vencer las fronteras y recrearse sobre espacios abiertos y transnacionales. Con la globalización se hace problemática la situación, al introducir factores de mutuo desencuentro entre la sociedad, el Estado y el territorio aunque, a pesar de las apariencias, la relación no degenera necesariamente en el conflicto o en la irrelevancia. Al socaire de las circunstancias generadas por los complejos procesos globalizadores, las relaciones entre los elementos mencionados son “reinventadas y reconfiguradas”, con la emergencia de nuevos modelos regionales globales y nuevas ciudades globales. En la década de los noventa se difundieron, con interesada premura, por parte de los principales agentes de la globalización - los grupos financieros y sus compañeros de viaje, los expertos, tuvieron especial relevancia – algunos mitos, como el de que los problemas de la economía tenían su origen en los gobiernos, que imponían elevadas cargas fiscales y obligaban a la observancia “de rígidas regulaciones hasta el estrangulamiento”. Se defendía asimismo que la bajada de impuestos produciría grandes “aumentos del ahorro y del trabajo” lo que no parece haber acumulado argumentos de experiencia suficientemente demostrativos. Estos planteamientos nutrían la filosofía subyacente a lo que se denominó el thatcherismo y el reaganismo de los años ochenta y de manera implícita y difusa se contenían en el informe Nuestro Futuro Común. Entre las circunstancias, que favorecieron el clima de cambios, merecen destacarse la divulgación de planteamientos insólitos sobre escenarios irreales que aventuraban el desbordamiento de fuerzas apocalípticas de craques económicos, de epidemias o de catástrofes ecológicas y biológicas, el ocaso o el deterioro irreversible del Estado, “el fin de la historia” y otros discursos proféticos inferidos de apresurados ejercicios de prospectiva, que solicitaban el asentimiento hacia configuraciones políticas extravagantes o animaban el avance hacia el horizonte de un Estado Mundial.
La Crisis del Estado Nacional.
En la era de la globalización, las estructuras del Estado están sometidas a progresivas tensiones, por la envergadura de los cambios y por la convergencia de una pluralidad de factores, que generan secuencias de modificaciones estructurales y funcionales en las instituciones, sean estas supranacionales, regionales, nacionales o locales. Este contexto de crisis inducida afecta a las estructuras políticas y administrativas del Estado y su vinculación con la globalización puede argumentarse desde variadas perspectivas.
En primer término, desde la asimetría imbricada en los procesos de globalización que se extiende hasta los efectos producidos en los ámbitos económicos, políticos y culturales, penalizando de modo especial a los países en vías de desarrollo, generando incertidumbres y desasosiegos entre los individuos con escaso equipamiento para la competencia abierta de la era global. Una personalidad tan poco sospechosa de antiglobalización, como George Soros, afirma que “la globalización ha causado una mala distribución de los recursos” y no ha de confiarse sólo a los mercados la atención de las necesidades colectivas, los mercados “no son competentes a la hora de asegurar la justicia social”. Estos bienes colectivos han de ser atendidos “mediante la intervención política”, a través de los procesos de orden político, que en muchos aspectos no serán tan eficientes como los mecanismos del mercado pero de los que no se puede prescindir. Las facilidades instituidas para el sistema financiero y para el comercio de mercancías favorecen a los países
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