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José Diez Canseco


Enviado por   •  1 de Septiembre de 2014  •  1.463 Palabras (6 Páginas)  •  323 Visitas

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Lima, 1963, “Las constelaciones Vagabundas iban cayendo, a esa hora de madrugada marina, sobre el horizonte negro de tormenta y prieto de fuerza.” “Un viento húmedo del sur encrespa las olas y las hace crecer con sorda furia”, “con un estruendo como de fiesta maligna.” “En esa tarde todo era opaco. Los automóviles, los tranvías, las carretillas repartidoras de cervezas y sodas, los “colectivos” se esfuman en la niebla gris- azulada y todos los ruidos parecían lejanos. A veces surgía la estridencia característica de los neumáticos rodando sobre el asfalto húmedo y sonoro y surgía también solitario y escuálido, el silbido vagabundo de un transeúnte invisible. Esta tarde se parecía a la tarde del vals sentimental y huachafo que, hace muchos años, cantaban los currutacos de las tiorbas: ¡La tarde era triste, / la nieve caia!...”

“El cruce del paseo Colon”, “al fondo Bolognesi, en su actitud de borracho, resaltaba sobre el crepúsculo blando.” Por estas calles camina el joven Bryce Echenique, aprendiz de plumista en ese entonces, a quien le llego el rumor de una novela escrita treinta años atrás, que translucía la realidad de la oligarquía limeña, hecha por un periodista poco reconocido y mucho menos nombrado. Sabido el joven Bryce del gusto de Thomas, amigo de tertulias y conversas, por este escritor se dispone a pedirle una copia de “Duque”, su novela principal. Con premura y felicidad el conocido hombre de letras Thomas Escajadillo se dirige a la fotocopiadora, tardarían algunos días en hacer su labor, regresaría y hablarían largo y tendido acerca del escritor negrista y retratador de realidades limeñas. Han transcurrido los días, Escajadillo espera el regreso de su amigo. Sin embargo, este encuentro no se daría, Bryce decide partir a Europa en busca de nutrición literaria. Los amigos no volverían a verse sino hasta dentro de muchos años.

Es 1973, han pasado diez años y en Lima el Instituto Nacional de Cultura forma una mesa redonda organizada para comentar “Un mundo para Julius” la primera novela del ahora aclamado escritor Alfredo Marcelo Bryce Echenique, quien ha retratado con finísimo estilo y un cierto toque irónico la vida de la aristocracia limeña a mediados de siglo XX. Comenta entonces el autor que solo una novela había influido en su obra, esta era “Duque” de José Diez Canseco y agrega con su característico humor: “El problema es que todavía no la he leído”. Surgen risas y comentarios pero sin embargo, sigue a esto un silencio algo incomodo, casi nadie ha escuchado del autor y quien lo ha leído lo ha hecho como quien lee un diario dominical.

Pero ¿quién es José Diez Canseco? ¿Qué ha escrito? Solo a partir de entonces el autor volvería a ser leído, estudiado, mentado y aplaudido. Sería nombrado precursor del neorrealismo urbano en el Perú, fundador de la narrativa moderna nacional, sus “Estampas Mulatas” consideradas como el summun de criollismo, la imagen del inédito mundo que retrataban sus ojos entraría en oposición al universo rural del indigenismo. Su cuento “El trompo”, donde el escritor alcanza su pináculo estético, no tendría, según los críticos, que envidiar nada a los de Ribeyro o Valdelomar. En congresos y universidades se tocaría su dualidad, los espacios culturales marginalizados, la violencia del género, la literatura negrista entre otros.

Cabe preguntarse entonces ¿Porqué tardo tanto tiempo la valoración de su obra? ¿Cuáles fueron los motivos para que no fuera reconocido como lo es ahora? Lo primero que se me ocurrió es que, tal vez, fue alguien desconocido en el ambiente literario de su tiempo, un bartleby limeño, que sentado en una esquina empolvada de la gaceta periodística ocultaba sus novelas y cuentos y se dedicaba solo a sus columnas dominicales. Pero no, no fue este el caso, José Diez Canseco, “pepe” como acostumbraban llamarlo sus amigos José Carlos y Cesar, pública su primera novela corta “Suzy” en nada menos que en “El Amauta” a la edad de veintiséis años que fue cuando su amigo ya nombrado José Carlos Mariátegui, reconoció su obra y lo introdujo en el mundo literario. Acostumbrado a los buenos vinos y piscos José “pepe” se reunía muy seguido con su moqueguano amigo a quien recuerda con cariño: “Ese gran cojo que fue realmente un genio y un santo” decía

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