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LA EXISTENCIA CORPÓREA DEL HOMBRE EL MUNDO COMO SOCIEDAD Y CULTURA

HelenaVariApuntes10 de Noviembre de 2015

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LA EXISTENCIA CORPÓREA DEL HOMBRE

Todas las antropologías filosóficas desde los griegos hasta hoy se encuentran inevitablemente con el problema del cuerpo. La relación del sujeto con él y el significado de la existencia corpórea parecen condicionar ampliamente la comprensión del hombre.

Tanto el platonismo como las demás antropologías dualistas sólo son responsables de un determinado enfoque del problema filosófico del cuerpo, no del problema como tal. Dichas antropologías encuentran en la experiencia el fundamento para influir tanto y ejercer tal fascinación.

Al respecto, hay dos experiencias: Por un lado, la experiencia de la profunda unidad con el propio cuerpo y por otro, la experiencia de que es imposible identificarse con él. El hombre es su cuerpo pero también tiene un cuerpo, pues nunca lo posee del todo. Al llegar la muerte, la libertad personal pierde por completo el control del cuerpo.

El cuerpo es presencia inmediata, pero también ocultamiento y separación. En la historia de la filosofía, se ve que el problema del alma y del cuerpo se aborda a partir de determinadas creencias o ideas religiosas. Para algunos, la palabra cuerpo les trae en seguida a la mente la idea de sexo y por tanto la de peligro, mal, tentación, vergüenza y culpa. De ahí que se vea al cuerpo como algo negativo que lastra la inteligencia, frena el impulso espiritual y religioso y genera fácilmente culpas morales. Es decir, el cuerpo es en definitiva algo de lo que hay que liberar al hombre.

La reflexión filosófica sobre la condición del cuerpo humano, será pues importante también a la hora de afrontar estos prejuicios. El valor del cuerpo depende mucho de cómo se conciba la unidad del hombre con el cuerpo, pero el valor del mundo material y de la naturaleza depende también de cómo se interprete la unidad del hombre con su cuerpo.

En este contexto distinguimos tres núcleos de problemática: en primer lugar, el problema de la unidad del hombre con su cuerpo y a la vez, la distinción que se impone dentro de esta unidad. En segundo lugar, el problema del significado de la existencia corpórea y finalmente el problema de la igualdad entre el hombre y la mujer.

I. EL HECHO DE LA EXISTENCIA CORPÓREA

Nadie ha dudado jamás de que el hombre tenga un cuerpo y de que al menos en el plano concreto, tenga que vivir su existencia mediante ese cuerpo. Es demasiado evidente. Los problemas comienzan cuando se trata de determinar más concretamente la naturaleza de ese vínculo con el cuerpo.

Para comprender al hombre como ser corporal, estas posturas se pueden reunir en tres grupos:

1. Antropologías prefilosóficas

Como en muchas lenguas existe la distinción entre cuerpo y alma, cabría pensar en alguna evidencia originaria presente en todas las culturas, pero las cosas no son tan sencillas.

Desde Homero y Platón se evidencía un significado dualista: alma y cuerpo.

La palabra psyche (alma) no significa alma en oposición al cuerpo. La psyche no es la fuente de los actos espirituales e intelectuales. No se trata del núcleo personal que dice YO. La psyche es el soplo vital del hombre. Una imagen etérea y fugaz del hombre terreno.

En la antropología implícita de Homero, el cuerpo no es una estrecha unidad de las partes, sino una yuxtaposición de órganos o de elementos separados. El término soma (cuerpo) no es el cuerpo que se contrapone al alma, sino al cadáver.

La antropología judía de la Biblia posee algunos rasgos bastante similares. En las traducciones de la Biblia se utilizan frecuentemente los términos carne, alma y espíritu: “el judío no conoce un dualismo sustancial entre alma y cuerpo. En hebreo ni siguiera existe una palabra para designar el cuerpo en el sentido que tiene para Platón o Descartes como sustancia distinta del alma. No se encuentra ninguna palabra para designar el cuerpo en ese sentido…”

En la concepción antropológica del Antiguo Testamento, el hombre no posee naturaleza divina, sino que es una criatura. No hay un alma anterior al cuerpo. Al morir, no se vuelve Dios, porque no ha salido de Dios. El hombre muerto no es nefesh (alma) ni ruah (espíritu).

Sintetizando, podemos decir que a la antropología judía no le interesan los análisis filosóficos, sino que hace una lectura del hombre en relación con Dios. Sin embargo, es sensible a una concepción unitaria y no dualista del hombre. Todas las expresiones humanas tienen una dimensión o componente corpórea y se viven en el cuerpo.

La realidad corpórea es muy importante para el judío, que percibe también su dimensión profundamente humana.

La famosa contraposición carne-espíritu no tiene nada que ver con el dualismo platónico cuerpo-alma. Se trata, por el contrario, del hombre terreno pecaminoso, en oposición al hombre renovado por la intervención salvífica de Dios. El que vive según la carne no es el hombre que peca en el cuerpo, si no el hombre terreno que vive alejado del proyecto de Dios. Es decir, el hombre que vive sobre todo según las normas y cánones de este mundo. En San Pablo, la palabra carne asume a veces una connotación negativa en cuanto a que le el nombre racional se opone a Dios y elude su llamado.

2. Antropologías filosóficas de corte dualista (se divide en):

a) El dualismo platónico

El alma –el hombre- es esencialmente una planta celestial, que existía ya antes de entrar en el cuerpo. A causa de una presunta culpa cometida antes de nacer, el alma se encuentra ahora exiliada y alienada en el cuerpo. El alma espiritual es por naturaleza divina e inmortal, pero ha de purificarse y liberarse del cuerpo. El ciclo de la reencarnación sigue hasta la purificación total.

Platón afirma ya desde el principio que el alma es superior al cuerpo. El cuerpo y el alma no son dos magnitudes yuxtapuestas. El alma pertenece a una esfera radicalmente superior de la realidad. Es por naturaleza, la guía de los fenómenos del cuerpo. Y lleva en sí el impulso o el dinamismo hacia otro mundo.

En los primeros diálogos de Platón, el cuerpo no aparece como vehículo o instrumento del alma, sino como obstáculo o prisión de la misma. La existencia en el cuerpo está manchada y el hombre tiene que purificarse liberándose del cuerpo, porque es la sede de las pasiones y porque el conocimiento sensible impide que el alma alcance la verdad auténtica. No se niega, por tanto, la condición corpórea, pero se interpreta negativamente.

b) El dualismo cartesiano

Para René Descartes el dualismo no implica en primer lugar ningún juicio negativo sobre el cuerpo y el mundo material. Su teoría sobre la dualidad del cuerpo y alma tiene que ver con su preocupación por fundamentar la ciencia, por hallar una base absolutamente firme y segura para la filosofía, la física y para una explicación científica del cuerpo. El dualismo cartesiano es un dualismo ontológico con una función metodológica.

No hay diferencia esencial entre el cuerpo humano y cualquier otro organismo vivo. No se necesita ningún alma para explicar cómo funciona el cuerpo. Define el cuerpo con una expresión tan extremadamente simplificadora y reductora como res extensa, que en cierto modo puede ser concebida y explicada como un mecanismo.

El cuerpo humano como cualquier otro cuerpo, se explicaría pues sin tener que recurrir para nada al fondo, el cuerpo no es más que una realidad compuesta de átomos, una realidad física y extensa.

c) El dualismo de Malebranche y Leibniz

Después de Descartes, fueron Malebranche y Leibniz quienes sostuvieron el dualismo de forma más radical y extrema. Nicolás Malebranche trata de absolutizar la distinción entre cuerpo (res extensa) y alma (res cogitans) que Descartes había tratado de evitar al menos a nivel práctico. El primero quiere un dualismo radical pero no lo logra. Y ello por una razón obvia, porque la interdependencia entre la conciencia y los fenómenos del cuerpo es tan clara y consistente que es imposible negarla por completo. Esa mínima unidad entre el cuerpo y el alma que Malebranche no tuvo más remedio que reconocer, se la atribuye al pecado original.

Además y para afirmar el dualismo, Malebranche se vio impulsado a elaborar una teoría tan poco filosófica como el ocasionalismo. El razonamiento que lo sustenta podemos resumirlo diciendo que hay un paralelismo indiscutible entre nuestros pensamientos y los correspondientes movimientos del cuerpo. Pero como ni el entendimiento ni la voluntad pueden regir directamente los movimientos del cuerpo, por ser realidades esencialmente distintas, la única explicación que queda para comprender ese fenómeno es apelar a Dios, que mueve el cuerpo con ocasión de los pensamientos y de los actos de voluntad. Así pues, para salvar la experiencia humana y la vida concreta, Malebranche se ve obligado a recurrir a Dios.

Leibniz también razona según un rígido dualismo. Para explicar el paralelismo entre el pensamiento y los movimientos del cuerpo recurre a la armonía preestablecida entre alma y cuerpo. Cree que es inútil recurrir al milagro continuo de la intervención de dios, como decía Malebranche. Leibnitz afirma que basándonos en el acto creador, la armonía entre alma y cuerpo está en la naturaleza misma.

Los términos en que se ha planteado el problema alma-cuerpo desde Descartes, Malebranche, Leibniz y otros filósofos modernos (paralelismo psicofísico) han condicionado durante mucho tiempo la naciente psicología empírica del siglo XIX. Wilhem Wundt concebía

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