La familia, paradigma de valores

LA FAMILIA, PARADIGMA DE VALORES

Muchas veces he escuchado decir a algunos padres de familia que la educación no es la misma de antes: los niños no obedecen, no saludan, no respetan, etc. Dicen con añoranza que antes el maestro quería y corregía al alumno como a un hijo. Es decir, el padre olvida su rol de educador.

¿Quién enseña al niño a respetar a los mayores, a compartir, ser amable y creyente en Dios? ¿El maestro o los padres?...

Es indudable que el maestro cumple un papel importante en la formación en valores, pero el hogar constituye el cimiento a través del testimonio de vida ejemplar.

“Hay que tomar en cuenta que el colegio solo, nada o muy poco puede hacer por el alumno, si no participa vivamente el primer gran educador, es decir, el padre de familia. Él es el primer gran educador. Y ese rol no puede ser reemplazado ni por el mejor colegio del mundo”1.

Muchos padres de familia no asisten a las reuniones convocadas por las instituciones educativas. Aducen no tener tiempo o que en sus trabajos no les dan permiso. Sin embargo conversando con algunos niños manifiestan que sus padres están durmiendo o mirando la telenovela. Es decir, no se preocupan por la formación de sus hijos. No tienen tiempo para asistir a recepcionar libreta de notas, menos a charlas educativas. No conocen a los tutores ni la sección en la que se encuentran sus hijos.

Algo lamentable también en los padres de familia es el conformismo. Reciben los calificativos de sus hijos y no analizan los resultados. Su preocupación es que obtengan calificativos aprobados, así sea con bajas notas.

Por otro lado, a veces no existe convivencia fraterna al interior de la casa, puesto que las relaciones familiares son frías y con actitudes hirientes. No existe ninguna clase de diálogo. Por ello los hijos no tienen confianza en los padres. Educar, por ende, es amar, dialogar, conversar, acompañar con el ejemplo. “Pero también debemos de educar para la exigencia, la corrección, el castigo y, por qué no, para la austeridad, el ahorro y la administración de bienes.

Esta misma educación es la que, ustedes, padres, tienen que dar a sus hijos si queremos transformar el hogar, la escuela y la sociedad. Y hay que hacerlo con la única y convincente asignatura del testimonio y la coherencia de vida, pues la educación es un proceso, pero que se hace más visible y aceptable en los padres y personas mayores”.2

Recuerdo a mi abuelo cómo se dirigía con fe y respeto al patrono de nuestro pueblo. Solía decir que estaba protegido y que le iría mejor. Efectivamente, volvía sonriente del trabajo porque había logrado su objetivo. De él aprendí que “la fe mueve

montañas” y el optimismo es el timón que nos impulsa llegar a la meta planeada. También me enseñó a resolver problemas por mí misma y a ser fuerte en la adversidad.

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