La venganza de los siervos

I. Como ya se ha mencionado, la cultura del consumismo predomina en el mundo  y hace creer que uno es libre en cuanto tienen una supuesta libertad para consumir. La obsesión por este estilo de vida será el origen de violencia y destrucción recíproca, debido a que solo una pequeña minoría se lo puede permitir. Sin embargo, un cambio en los estilos de vida puede ejercer una sana presión sobre los que ostentan poder político, económico y social. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, cuando se deja de consumir algún producto y de esa manera se logra modificar el comportamiento de las empresas, para que consideren el impacto ambiental y los patrones de producción. La educación ambiental suele limitarse a crear leyes y normas. Sin embargo estas no son suficientes a largo plazo y, en cambio, debería ayudar a formar nuevos hábitos como evitar el uso de material plástico y de papel, reducir el consumo de agua, separar los residuos, cocinar sólo lo que razonablemente se podrá comer, tratar con cuidado a los demás seres vivos, utilizar transporte público o compartir un mismo vehículo entre varias personas, plantar árboles y apagar las luces innecesarias.

Además se debe difundir un nuevo paradigma acerca del ser humano, la sociedad, la vida y la relación con la naturaleza. La espiritualidad cristiana propone un modo alternativo de entender la calidad de vida: Se puede necesitar poco y vivir mucho, sobre todo cuando se es capaz de desarrollar otros placeres y se encuentra satisfacción en las relaciones fraternales, la ayuda al prójimo, en la música y el arte, en el contacto con la naturaleza, en la oración. Por lo tanto, hace falta un a conversión ecológica, pues “vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana”. Se debe tener en cuenta el modelo de san Francisco de Asís para proponer una relación sana con la creación de Dios, lo que implica reconocer los errores, pecados o vicios cometidos y arrepentirse de corazón para cambiar desde adentro. Pero no basta con que uno sea mejor, hace falta una conversión comunitaria. Esta supone diversas actitudes, como reconocer el mundo como un regalo recibido del amor del Padre y formar con los demás seres del universo una preciosa comunión universal.

Una ecología integral implica dedicar tiempo para reflexionar acerca de nuestro estilo de vida, de nuestros ideales y para contemplar al Creador, que vive entre nosotros y que nos rodea. Su presencia no debe ser fabricada, sino descubierta, admirada y agradecida. A través del culto somos invitados a abrazar el mundo en un nivel distinto. « El Cristianismo no rechaza la materia, la corporeidad; al contrario, la valoriza plenamente en el acto litúrgico, en el que el cuerpo humano muestra su naturaleza íntima de templo del Espíritu y llega a unirse al Señor Jesús, hecho también él cuerpo para la salvación del mundo » La participación en la Eucaristía tiene una importancia especial, se ofrece como día de la sanación de las relaciones del ser humano con Dios, consigo mismo, con los demás y con el mundo. De este modo, la espiritualidad cristiana incorpora el valor del descanso, que sirve como  una ampliación de la mirada que permite volver a reconocer los derechos de los demás. La figuras de la Virgen María que  cuidada con afecto este mundo herido y se compadece de las criaturas de este mundo arrasadas por el poder humano; y junto a ella, la de san José que cuidó y defendió a María con su trabajo y presencia generosa y ahora es custodio de la Iglesia Universal, nos ayudan a comprender la obra de su hijo y nos motivan a ser justos y trabajar con generosidad para proteger el mundo.

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