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ROBERT CASTEL – LA LOGICA DE LA EXCLUSIÓN

FlorenciabolanioResumen23 de Octubre de 2017

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ROBERT CASTEL – LA LOGICA DE LA EXCLUSIÓN

  1. Marginalidad y exclusión. Una perspectiva histórica.

Una formación social está hecha de la interconexión de posiciones más o menos aseguradas. Están “integrados” los individuos y los grupos inscritos en las redes productoras de la riqueza y el reconocimiento social. Estarían “excluidos” aquellos que no participaran de ninguna manera en esos intercambios regulados.

Pero entre estos dos tipos de situaciones existe una gama de posiciones intermedias más o menos estables. Caracterizar la marginalidad, es situarla al interior de este espacio social, alejada del foco de los valores dominantes, mas sin embargo, ligada a ellos puesto que el marginado lleva el signo invertido de la norma que no cumple. Él marca un desfase.

Los marginales, un universo estigmatizado

El término de marginado en su acepción actual es reciente. Aparece en los años posteriores a 1968. Pero en una perspectiva histórica, remite a los grupos sociales cuyo modo de vida esta marcado por el vagabundeo, la mendicidad, la criminalidad y los trabajos socialmente mal vistos.

Rasgos comunes de dichos grupos:

En primer término está su exterioridad en relacion con el patrimonio y con el trabajo reglamentado, que los condena a sobrevivir de “cualquier manera”, y, ante todo, de la mendicidad. La mendicidad ha sido la gran cuestión social de las sociedades preindustriales, puesto que es el medio más común de asegurarse una supervivencia mínima cuando no se dispone ni de recursos económicos ni de trabajo para conseguirlos. De allí los esfuerzos desesperados por intentar manejar este inmenso problema. La tentativa más frecuente consiste en distinguir entre una mendicidad aceptable, o tolerable, porque concierne a los pobre que tienen domicilio y no son aptos para el trabajo (los inválidos de todo tipo), y aquella mendicidad de los “indigentes válidos”, adeptos a una vida dedicada al ocio, a quienes hay que obligar a trabajar o condenar a las penas más duras. Entre ejercicio de la caridad y represión, implementación de políticas de auxilio y criminalización del ocio, casi siempre y en casi todo el mundo queda una masa de miserables que no tiene un lugar asignado en este tipo de sociedad.

Igualmente existe la movilidad incontrolada de dichos grupos. Aquel que no está atado a su trabajo, generalmente circula, se desplaza, vaga en búsqueda de una oportunidad. Se encuentra residentes en todas partes, en ninguna parte, y esta caracterización a menudo basta para que sea condenado.

El marginado ha roto los vínculos que lo unían a su comunidad de origen. Es un “desafiliado”. Por eso su condición difiere totalmente de la del pobre que vive en el lugar, en su lugar. Marginalidad no es pobreza. En la mayoría de los casos, el pobre está integrado, su existencia no plantea problema, él forma parte del orden del mundo. En cambio, el marginal es un extraño extranjero.

Finalmente, son las formas atípicas de relaciones familiares y sociales inducidas por estos modos de vida que hacen que la marginalidad suscite rechazo, pero también atracción. La inestabilidad de la vida afectiva, sexual y social es una consecuencia de la imposibilidad de “establecerse”.

La marginalidad representa también la aventura, el anverso del sistema de normas dominantes, una encarnación, pagada a un altísimo precio, de la libertad, en una sociedad donde tiene muy poco espacio.

Marginalidad, exclusión y vulnerabilidad social

La estigmatización de la marginalidad es general. Cubre una multitud de situaciones heterogéneas. Pero bajo la diversidad descrita de estos estados, es posible encontrar las lógicas sociales que alimentan tal producción de posiciones marginales.

Dos principales: Por un lado, la marginalidad es el efecto de procedimientos concentrados de exclusión; por otro lado, y sobre todo, estigmatiza las capas de la población más vulnerables que no pueden encontrar un lugar reconocido en este tipo de organización social.

La exclusión no es marginalización, aunque puede conducir a ella. La exclusión ha tomado formas muy diversas, erradicación total por condena a muerte o expulsión de la comunidad, encerramiento, atribución de marcas y de un status especial que priva del derecho de ejercer ciertas funciones. Puede ser provisional o definitiva, pero supone un acto de separación que se sustenta en reglamentos y se lleva a cabo a través de rituales. La marginalidad no es la exclusión; aunque hay marginados que pueden convertirse en excluidos y hay excluidos y ex – excluidos al interior de los grupos marginados.

Pero la dinámica esencial que alimenta la marginalidad es diferente.

Las franjas externas de la marginalidad que caen en la exclusión no representan un medio social separado de las posiciones menos estigmatizadas, pero inestables, que tienen su origen en la precariedad de las situaciones de trabajo y la fragilidad de las inscripciones sociales. Es este continuum de situaciones vulnerables compartidas por amplias capas populares, el cual constituye el abono de la marginalidad.

En la gran mayoría de los casos, el estado de vagabundo es el resultado final de una trayectoria que comienza por una ruptura con un arraigamiento territorial, que continua con un deambular en busca de un trabajo, y que a menudo termina por un arresto y una condena, puesto que el vagabundeo es un delito. El proceso comienza cuando los miserables se ven obligados a abandonar su territorio para sobrevivir. En el transcurso de estos vagabundeos, el individuo se desocializa. Ha roto con sus primeros vínculos, aquellos que obligan y protegen a la vez. Contrae otros nuevos, más inestables y a menudo más peligrosos.

Es a menudo la imposibilidad de construir posiciones estables en este tipo de sociedad, cuando solo se dispone de su fuerza de trabajo, la que  alimenta la marginalidad social. La marginalidad es el nombre que uno puede darle a las formas más frágiles de la vulnerabilidad popular.

Marginalidad y cambio social

La marginalidad es una producción social que tiene su origen en las estructuras de base de la sociedad, la organización del trabajo y el sistema de valores dominantes a partir de los cuales se reparten los lugares y se fundan las jerarquías, dándole a cada uno su dignidad o su indignidad social.  Pero ellos no siempre han estado condenados a desempeñar un rol pasivo, han constituido un factor esencial de cambio histórico. Cuando los marginados proliferan, es la mayoría la que corre el riesgo de desviarse. La marginalidad ejerce una presión en las estructuras estables de una sociedad, las socava y, finalmente, impone su recomposición. Es la multiplicación de estas situaciones inciertas, la que ha impuesto progresivamente la consigna del libre acceso al trabajo contra las regulaciones rígidas de la organización del trabajo en las sociedades preindustriales.

Con la doble revolución industrial y política del siglo XVIII, un nuevo horizonte efectivamente se estableció, y también tuvo como efecto la transformación de la misma marginalidad. La industrialización produjo un tipo de posiciones vulnerables a la vez homologas y muy diferentes de los que había producido el final de la sociedad feudal.

Es igualmente la desinserción de sus vínculos tradicionales, la perdida de las protecciones cercanas y de las relaciones directas de subordinación en un marco territorial restringido, las que alimentaron en mano de obra las primeras concentraciones industriales.

Las primeras formas de industrialización descansan en una extraña paradoja, puestos que el núcleo de la modernidad que representa el nuevo proceso de producción se sustenta en grupos que ocupan una posición socialmente marginada. Las nuevas condiciones de trabajo no solo son miserables, sino extremadamente precarias y no permiten la integración de los trabajadores industriales que, hasta bien avanzado el siglo XIX, siguen siendo cuasi nómadas.

“Clases trabajadoras – clases peligrosas”: volvemos a encontrar un mismo continuum de posiciones, desde la criminalidad comprobada hasta las relaciones de precariedad del trabajo, asociadas con condiciones de vida desastrosas.

Estos proletarios ofrecen una representación bastante fiel de la marginalidad tal y como la hemos reconstruido. Sin embargo, es este proletariado el que formara el núcleo de la clase obrera.

La reestructuración de  una sociedad en el sentido de su modernización conlleva la marginalización de ciertos grupos sociales. Este fue el caso durante la transformación de la sociedad feudal, así como a principios de la industrialización. Actualmente las reestructuraciones industriales acarrean efectos del mismo tipo. Se observa un doble movimiento. Por una parte, una “inestabilización”, a través del desempleo masivo y la precarización creciente de las condiciones de trabajo, de grupos que habían estado completamente integrados. Por la otra, una dificultad creciente para entrar en las relaciones reglamentadas de trabajo y para sacar provecho de las formas de socialización que le estaban ligadas. Este es el caso en particular de una parte importante de la juventud. El rebusque, el uso de toda clase de soluciones, de paliativos, se hacen necesarios para sobrevivir. Asistimos de nuevo al desarrollo de una “cultura de lo aleatorio” y a la proliferación de “espacios intermedios” en los cuales se experimentan modos de actividad desfasados en relacion con las formas de trabajo clásicas. Allí, “sufren” nuevos marginados, a veces se hunden en el abandono o en la delincuencia, y a veces buscan alternativas a la sociedad salarial e innovan.

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