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Revolución industrial y evolución cultural

joxicabeEnsayo18 de Octubre de 2021

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Revolución industrial y evolución cultural

Johana Ximena Cabrera Becerra

La revolución industrial tuvo el primero de sus cuatro episodios en Inglaterra a finales del siglo XVIII. Además de la disponibilidad de materias primas, se conjugaron en el albor de este fenómeno una serie de factores que bien podrían denominarse culturales o de idiosincrasia. La Inglaterra de aquel entonces tenía una tendencia política menos absolutista que el resto de Europa en la que se limitaba el poder del rey a través de una monarquía parlamentaria cimentada en la división de poderes, la libertad individual y la seguridad jurídica. Este conjunto de particularidades se constituyeron en garantías importantes para el empresariado privado y proporcionaron el marco adecuado para el surgimiento de la revolución en cuestión.

Desde aquel primer episodio de la revolución industrial, acaecido a finales de siglo XVIII y principios del XIX y caracterizado por la irrupción de la máquina de vapor como protagonista del cambio de una economía esencialmente rural basada en la agricultura y el comercio, a una economía urbana basada en la industrialización y la mecanización, la sociedad ha modificado ininterrumpidamente la concepción y la relación que tiene con todo aquello que la rodea e incluso consigo misma, pues este fenómeno influenció -y a veces se apoderó de- todas las esferas del hombre como ser social, siendo prácticamente imposible dimensionar con justicia y rigor el verdadero impacto de la revolución industrial sobre el colectivo de los seres humanos, hecho que se ve magnificado por la heterogeneidad de ese impacto, pues las consecuencias y transformaciones son esencialmente distintas en diferentes sectores de la sociedad.

Existen, sin embargo, algunas incidencias que son aceptablemente homogéneas en el conjunto de la sociedad, y es a ellas que -atendiendo a la sensatez- me referiré.

La primera de ellas es el “acortamiento” de las distancias físicas y comunicacionales, es decir, la capacidad de sortear la lejanía bien sea mediante desplazamientos personales y/o de mercancía más rápidos (trenes, automóviles, aviones, etc) o intercambiando mensajes al instante (telefonía móvil, mensajería instantánea). Este fenómeno impactó directa y homogéneamente al conjunto de la sociedad, pues en los trenes y barcos a vapor viajaban obreros y burgueses por igual, que -aunque no en las mismas condiciones- se tardaban lo mismo en llegar de un lugar a otro; y a sol de hoy se estima que ~70% de la población mundial tiene un teléfono móvil. El transporte y la comunicación son pilares de cualquier agrupación, desde las colonias y manadas del reino animal hasta las más complejas agrupaciones humanas, y en este aspecto la revolución industrial impactó casi que homogéneamente a la sociedad en su conjunto, hecho que puede explicar -en parte- el abrumador éxito de esta revolución en la humanidad. El hecho de producir más no habría impactado por sí mismo a la sociedad si no se optimizaba la capacidad de transportar, intercambiar y comunicar.

La cantidad y la velocidad de lo que podemos intercambiar y comunicar tiene además la capacidad de potenciar el acervo cultural e intelectual de la sociedad, pues las ideas son retroalimentadas con mayor fluidez y llegan a más personas en diferentes lugares, permitiendo la anuencia de culturas distintas que inevitablemente encontrarán puntos en común sobre los cuales se coordinarán -casi siempre espontáneamente- iniciativas comerciales, sociales, políticas y culturales.

La(s) revolución(es) industrial(es), en sus cuatro episodios, ha traído también consigo un descenso  de  la  jornada  laboral  y  el consecuente  incremento  del tiempo  libre de los individuos, lo que -sumado a la optimización de la comunicación- ha sentado las bases para un acelerado intercambio cultural que viene desembocando paulatinamente en la transformación del individuo como sujeto político, en tanto permite la coordinación de -por ejemplo- lo que algunos autores materialistas han denominado la clase sub trabajadora, compuesta por desempleados, trabajadores forzados, los pensionados, los que trabajan sin contrato o con contratos temporales, etc. Esta coordinación tan espontánea como inevitable ha reivindicado a la cultura como elemento central de la sociedad, no sólo como  fuente de significado y de belleza, sino como proveedora de pensamiento crítico y capacidad creativa en individuos que tienen y tendrán  que  competir  contra  las  máquinas -al menos en el mercado laboral- durante las  próximas  décadas.

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