Rosas, un caudillo por excelencia
Cris Almiron DuarteTrabajo9 de Noviembre de 2017
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Rosas, un caudillo por excelencia:
Como consecuencia de la Revolución de Mayo, se había destruido parte importante del orden administrativo colonial, por ello en la mayoría de los casos, sobre todo Bs.As, para imponer su supremacía apelaría a la fuerza militar, logrando de esta manera imponer su poder ante los demás territorios, con la utilización de las denominadas milicias urbanas. De esta manera, se llego a un importante proceso de militarización de la sociedad, dándose éste, sobre todo en las zonas rurales, en donde los gauchos, peones de estancias y algunos aborígenes, formarían las milicias rurales de los grandes imperios ganaderos, siendo la principal fuerza militar con la que contaban los grandes terratenientes para defenderse sobre todo de las constantes incursiones de los aborígenes en las zonas de frontera y de las guerras civiles continuas sobre todo durante el periodo de las guerras de independencia. Así, alrededor del patrón de la estancia se nucleaban numerosas masas, resaltando de esta manera el liderazgo del mismo, quien como jefe militar al mando de esas multitudes, desempeñaba un papel preponderante en la conducción y dirección de las mismas (estas milicias como consecuencia de su ordenamiento irregular y de sus tácticas a la hora de atacar se denominarían montoneras), surgiendo de esta manera a la sombra de dichos movimientos la figura del caudillo.
Para desarrollar un informe sobre estas figuras, hemos decido tomar a Juan Manuel de Rosas, quien es considerado por sus contemporáneos como una figura representante del proceso de caudillismo, él se consolida con dicho título en los años 1820, en donde el papel de la estancia crece abruptamente y junto con el, el papel del patrón y el de sus gauchos.
Es menester preguntarnos qué estaba aconteciendo en el país en esos años, Argentina vista desde la actualidad funcionaba como un apéndice económico de Gran Bretaña, ya que era productora de materias primas y a partir de esas ganancias importaba manufacturas, es decir, que en esos momentos se desarrollaba un tipo de economía que denominaremos de demanda; esta situación es la que repercutió en el crecimiento de las estancias en donde se criaba principalmente ganado, que como sostuvimos anteriormente seria destinado al mercado externo. Como consecuencia de este proceso el poder del estanciero crece abruptamente y el poder del Estado se ve cada vez mas debilitado, esto es lo que acontecía en la década de 1820, en donde Buenos Aires se veía arrebata por diversos conflictos internos, diversos grupos armados amenazaban el orden y por consiguiente el desarrollo económico, por lo que se vieron afectados los poderosos estancieros, quienes eligieron como representante de sus intereses a Juan Manuel de Rosas.
Llegados a este punto, es propicio fundamentar la elección del caudillo propiamente dicho, Rosas fue elegido con el fin de desarrollar la idea de líder que en su nombre se condice, por el poder político que el mismo había alcanzado, por su relación con las masas y en último orden de cosas para lograr explicar las diferentes visiones que tenia la sociedad sobre este tipo de personajes; para la gente culta los caudillos eran ídolos de la peonada, salvajes, crueles por naturaleza y mataban por instinto; mientras que para la gente del pueblo eran personas de admiración, respeto y temor.
Una vida unida a la Estancia
Juan Manuel de Rosas había nacido en Bs.As en al año 1793, y provenía de una familia destacada de propietarios rurales del sur bonaerense. Siendo aún menor de edad su familia le había encomendado el cuidado de la estancia “El Rincón de López” la cual había pertenecido a su abuelo, por otro lado también se había encargado como administrador de la hacienda de sus primos los Anchorena. De esta manera, desde muy pequeño se había desempeñado en los trabajos rurales, llegando incluso a dejar sus estudios para trabajar como administrador en las haciendas antes nombradas; así Rosas viviría muchos años consagrado a la explotación ganadera, sobre todo, primeramente en el establecimiento de sus padres y luego en otras estancias.
Debido a su actividad rural, Rosas había desarrollado la mayor parte de su vida lejos de los combates por la independencia y de los tumultos de la revolución, dedicando su actividad directamente hacia la gestión de sus intereses siendo su persona atraída íntegramente por la vida campestre. Como patrón de estancia, aprendió a trabajar y a mandar con la sola observación de la vida misma, los peones, las tribus aborígenes, y los rebaños le fueron mostrando todo lo propio de la naturaleza, con la constante lucha por la supervivencia, los instintos, las defensas, las precauciones, las cosas provechosas y los peligros evitables; mediante la observación de la realidad que lo circundaba aprendió a extraer las normas necesarias y eficaces para vencer. De esta manera, compendió, para si mismo, máximas elaboradas a partir de su propia experiencia, que luego implementaría en su estancia; organizaría la explotación rural con método y minuciosidad rigurosa imponiendo una dura disciplina a su personal; aplicando con rigor sus mandatos y castigando cruelmente las infracciones. Como estanciero logro seducir al personal de sus propiedades, a los gauchos vagabundos, a los peones holgazanes y a los aborígenes rebeldes. Con su estilo de mando y con la implantación de su “Reglamento de estancias”, organizó sus bastos dominios, imponiendo el régimen militar, ya que la amenaza permanente de la invasión de los aborígenes lo obligaba a estar siempre alerta para la lucha defensiva, valiéndose también de la diplomacia para tratar a las tribus, y para poder pactar con ellas, llegando a concertar alianzas y procurar añagazas, de manera que logro conocer de tal forma la cultura y la lengua aborigen que incluso llegaría a escribir un diccionario pampa.
Con su accionar, Rosas, comenzó a formarse una reputación, de manera que en toda la campaña del sur, particularmente, se obedecía más una orden suya que la de un gobierno. La estancia, en sus tiempos, constituía un dilatado señorío: extensos dominios, rebaños numerosísimos, peones militarizados, trabajos rudos y guerra contra los indígenas. Allí, el patrón era caudillo, gobernante, diplomático y guerrero; debía comprender a los paisanos e interpretar su alma para dominarlos, administrar hasta la extrema pequeñez para obtener el mayor provecho de la explotación, y observar profundamente a las gentes y a los ganados. De esta manera su larga estadía en el campo conseguiría subyugar y seducir a los campesinos, mientras sus contemporáneos luchaban por la independencia, y se debatían en la ciudad, enardecidos por la pasión política.
Al igual que Rosas, habitaban la campaña de Bs. As distintos elementos que tenían cada uno un carácter peculiar. Los estancieros, que eran los propietarios de las grandes extensiones dentro de la línea de fronteras, constituían una ruda aristocracia basada en el dominio territorial, que en la realidad, era similar a la feudal ya que ejercía un patronato sobre la población de la llanura, constituida mayormente por chacareros y vecinos de las guardias que se agrupaban alrededor del fortín, quienes se colocaban bajo la protección de éstos a fin de no ser victimas de persecuciones y de la miseria. Para los primeros, Rosas constituía un ejemplo del verdadero hacendado que sabia manejar, y tratar con las masas populares del ámbito rural, logrando extraer el máximo provecho en sus explotaciones (haciendas), mientras para los segundos, es decir para todos aquéllos que se encontraban bajo su protección, sean sus peones, o aquéllos aborígenes y gauchos con los cuales negociaba, Rosas constituía una especie de protector, elevándose sobre ellos con una autoridad paternalista; de este modo, dice Ibarguren “Los chacareros y los gauchos miraron, en él al patrón por excelencia: fué su protector, su padre, su juez, y hasta su verdugo cuando aplicaba su inexorable justicia. Pero esta justicia era respetada, porque existía entre la gente la convicción de que se premiaba lo bueno, lo que hacía admitir sin protesta alguna el castigo al malo, por mas cruel que fuera”.De esta manera, como hemos dicho antes, Rosas fue forjando una reputación que se extendería a lo largo y a lo ancho de la Pampa incluso llegando hasta el fondo del desierto.
Hacia 1813, contraía matrimonio con Encarnación de Escurra y Aguibel, quien seria una de sus más devotas seguidoras en lo referente a respetar y acompañar siempre a su esposo en las decisiones que este emprendía. Entregando la estancia de su abuelo a sus padres trabajaría por su cuenta como hacendado, creando tiempo más tarde una sociedad con dos estancieros más “La sociedad Rosas, Terrero y Compañía” de la que participaría un tiempo Manuel Dorrego, con ellos, en el periodo de auge del Saladero, instalaría un establecimiento en la zona de Quilmes que se dedicaría a la explotación ganadera(para la exportación de carne salada, sobre todo)y al saladero de pescado, compitiendo en materia de ganancias con el gremio de abastecedores de Bs. AS, por lo que se desataría un conflicto entre los saladeros, acusándolos por la escasez de carne, cuando esta tuviera lugar. La sociedad en la que participaba Rosas se encargo sobre todo de la cría de ganado a gran escala y a la compra de campos ampliando de esta manera el patrimonio de sus miembros, así fundarían la estancia “los Cerrillos”, el más poderoso feudo pampeano de Juan Manuel de Rosas.
En estos tiempos, se coexistía en un continuo ambiente de inseguridad debido al clamor revolucionario comenzado en 1810 y seguido en 1812 con la designación de asambleas revolucionarias (Primera Junta de Gobierno, junta Grande, Primer triunvirato) y con la consiguiente lucha por cortar los lazos que unían a estas tierras con la monarquía española. Todo esto provocaba una atmósfera de inquietud e inseguridad, como ya se ha dicho, que se destacaba especialmente en las ciudades ya que era allí en donde circulaban ante todo las nuevas ideas y en donde desembarcaban las noticias que llegaban de las demás costas, por el mar. Rosas al no ser muy amante de la vida en la ciudad, solo partía hacia ella ante alguna necesidad, ya que prefería la vida en la estancia en donde todo era orden y en donde su palabra era la ley que todos obedecían, lo que le daba la posibilidad de sentirse respetado y reconocido por los demás habitantes de la campaña; esto no ocurría en la ciudad en donde ante el tumulto él no era más que un hombre entre los demás pasando desapercibido.
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