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El Mal De La Rosa


Enviado por   •  12 de Septiembre de 2012  •  1.892 Palabras (8 Páginas)  •  569 Visitas

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DE LA AFECCIÓN QUE EN ESTA PROVINCIA SE LLAMA VULGARMENTE MAL DE LA ROSA

Gaspar Casal

Fuente: Extracto de Memorias de la historia natural y médica de Asturias, 1762. Reimpresas y anotadas por A. Buylla y Alegre y R. Sarandeses y Alvarez. Oviedo, Escuela Tipográfica del Hospicio, 1900.

Habiendo observado cuidadosamente en muchos años de práctica, todos los síntomas familiares a esta enfermedad; y habiendo visto que es la más terrible y contumaz de todas las endémicas en esta región, no sin razón creí conveniente escribir su historia.

Aunque los síntomas de esta enfermedad son muchos y crueles, como se verá en lo sucesivo, solo a uno de ellos se aplica aquel nombre vulgar; y este síntoma es una costra terrible que, aunque en su primer origen tiñe solamente la parte atacada de un color rojo, cubriéndola de cierta aspereza, degenera por fin en una costra extremadamente seca, escabrosa, negruzca, cortada muchísimas veces por profundas hendiduras, que penetran hasta la carne viva con dolor agudo, ardor y malestar.

Esta maligna costra, para llamarse "mal de la rosa," debe estar adherida precisamente al metacarpo, o metatarso, de las manos o de los pies, de modo que a ninguna afección, de cualquier género, figura o condición que sea, se le pueda dar en esta región tal nombre, si estas costras no se producen en las partes designadas. Por tanto, aunque se engendren en las plantas de los pies, las palmas de las manos, los codos, los brazos, la cabeza, la cara, el vientre, los muslos o las piernas; y aunque tengan el color rojo, las asperezas, las costras y la erisipela (que también se llama rosa) y aunque a esto se añadiesen todos los demás síntomas que distinguen el "mal de la rosa," de ninguna manera se podrían denominar así, si las expresadas costras no se presentan en el metacarpo, o en el metatarso. Conviene saber que estas costras se originan casi siempre cerca del equinoccio de primavera, y muy rara vez en otros tiempos. En el estío suelen desprenderse las costras, acaso con la humedad y el sudor, y entonces queda la parte perfectamente limpia de toda postilla y costra; pero en el lugar que habían ocupado sigue el estigma rojo, exquisitamente fino y resplandeciente, como las cicatrices que suelen quedar después de curada una quemadura; de suerte que aunque las partes restantes del metacarpo y metatarso tengan una piel delgada, rugosa y velluda, como sucede generalmente a los viejos, aquella parte que ocupaba la costra, aparece suave, lampiña y sin arrugas, pero menos floja, o más deprimida que el resto del cutis. Es verosímil que el nombre rosa traiga su origen del color y brillo de la cicatriz.

Estos estigmas persisten toda la vida en aquellos que interiormente están contaminados de esta enfermedad; y bien puede decirse que es aniversaria, pues vuelve todos los años en la primavera, como las golondrinas. En aquellos en que la enfermedad es reciente, no son tan horribles las costras, ni después que se desprenden, permanece una señal o cicatriz tan visible. No siempre ataca tampoco este mal a ambas manos, pues algunos enfermos la tienen solo en una; otros en las dos; otros en ambas manos y un pie; y otros en ambas manos y ambos pies. Nunca se producen las costras en las palmas de las manos, ni en las plantas de los pies, sino solo en el dorso de los pies y de las manos. Algunas veces se extiende por todo el metacarpo y el metatarso; pero entonces no es tan extensa.

En algunos enfermos, no en todos, existe otra señal visible de este mal; y es una aspereza costrosa de color ceniciento oscuro en la parte anterior e inferior del cuello, que, a manera de collar, se extiende desde un lado a otro de la cerviz sobre las clavículas del pecho y el manubrio del hueso esternón, a la extremidad superior, de unos dos dedos de ancha, como una estrecha faja; y dejando casi siempre intacta la parte posterior de la cerviz, tocan solo sus extremos los dos lados del músculo trapecio, sin que se extienda más allá. Desde el medio de este, baja cierto apéndice, igual en anchura, sobre el hueso esternón hasta la mitad del pecho... Jamás he visto en hombre alguno, ni sano ni enfermo, esta señal, excepto aquellos que padecen del "Mal de la rosa; por lo cual creo, aunque no todos piensan lo mismo, que solo conviene a los que sufren aquella dolencia.

HISTORIA DE ESTA ENFERMEDAD

Como ya he dicho, he procurado por largo tiempo examinar con la mayor diligencia todos los síntomas de esta enfermedad; más pensando para mí que de ninguna parte podía sacar la noticia cierta de aquellos, como de la relación de los mismos enfermos, principié el año de 1735 a examinarles y escribir cuanto contestaban a mis preguntas, oportunas o importunas...

DE LOS SÍNTOMAS DE ESTA ENFERMEDAD

De los expresados datos, y otros muchos que he podido conseguir con un maduro examen, se pueden deducir los fenómenos de esta enfermedad; pero, como algunos de ellos le son propios y exclusivos, y otros son comunes a esta y otras afecciones, trataré primero de aquellos.

Los síntomas propios e inseparables de esta enfermedad son:

1. La constante vacilación de la cabeza, que, si bien es común a todos, es en algunos tan perenne, que ni un solo instante pueden estar sin un movimiento irregular de todo el cuerpo. En el hospital de Santiago, de esta ciudad, he curado una mujercilla (y si necesario fuera, lo afirmaría bajo juramento) cuyo cuerpo, especialmente la mitad superior, se balanceaba como la golondrina empujada por un viento desigual; de modo que, para sostenerse, tenía que mover los pies con extremada ligereza, evitando así el dar en tierra a cada momento.

2. El doloroso ardor de la boca, vejiguillas en los labios, e inmundicia en la lengua.

3.

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