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Transición Adolescencia A La Adultes

mlaura19775 de Abril de 2014

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La transición a la adultez

Cuando una persona joven que reside en un hogar de acogida o en una institu-

ción de asistencia social infantil llega a los 18 años, se enfrenta a un gran desafío:

debe prepararse para atravesar la etapa de transición hacia una vida independien-

te (Stein, 2004; Storø, 2012).

Este desafío se plantea de forma parecida en todos los países. Incluso si existen

diferencias nacionales en los sistemas de apoyo, en la legislación, la economía y en

muchas otras áreas, los retos personales a los que se enfrentan los jóvenes son muy

similares (Pinkerton, 2006 y 2008).

Al llegar a una determinada edad, se espera que el joven pueda valerse por sí

mismo, lo cual implica tener una vivienda propia, ir a la escuela o a la universidad,

trabajar y asumir la responsabilidad de ganarse la vida. Para ayudar a los jóvenes

en esta transición es necesario centrarse en el individuo.

En realidad, la transición se entiende mejor como una serie de transiciones, tales

como pasar de la dependencia a la independencia, de ser alumno a ser estudiante

o trabajador, o quizás desempleado; de ser atendido a valerse por sí mismo… y así

sucesivamente (Storø, 2012). Se puede decir que cada individuo construye la pro-

pia biografía de su transición. Una de las tareas del trabajador social es determinar

si el joven está listo para asumir su propia independencia. Esta evaluación tiene una

vertiente psicológica y otra práctica.

La preparación psicológica significa que uno se siente listo. Si el joven lleva consigo

conflictos no resueltos de la infancia o la juventud, esto puede frustrar su capacidad

de proyección a futuro (Land, 1990; Levine, 1990). En cambio, la preparación prác-

tica se refiere al dominio de algunas habilidades esenciales necesarias para la vida

independiente. Propp et al. (2003:260) distinguen entre las habilidades tangibles e intangibles. Las habilidades tangibles “son fáciles de medir; incluyen la educación, la

vocación, la capacidad de buscar empleo, de encontrar una vivienda y las habilidades

relacionadas con el consumo, tales como el manejo del dinero”; mientras que las ha-

bilidades intangibles “incluyen elementos menos concretos y menos definidos tales

como la toma de decisiones, la planificación, la comunicación, la autoestima y las ha-

bilidades sociales”. Asimismo, Biehal et al. (1995) identifican tres grupos de habilida-

des: el manejo del dinero, la capacidad de negociación y las habilidades prácticas.

Es importante que el joven colabore en la evaluación de su preparación para la

autonomía. De hecho todos los trabajos que se realizan para apoyar a los jóvenes

durante este período de transición deben darles protagonismo. Al encaminarse

hacia la plena independencia, el joven debe ser tratado como una persona capaz

de asumir dicha responsabilidad.

En Noruega, la actual Ley de Asistencia Social Infantil está destinada a asegurar la

transición de los jóvenes hacia la plena autonomía. Sin embargo, en distintas épocas,

la legislación ha tratado a los jóvenes de manera diferente (Storø, 2009). Desde 1950

hasta la década del ochenta, los jóvenes contaban con este apoyo hasta los 23 años.

Luego, en los noventa, esta legislación cambió y ya no se permitía prestar servicios

de asistencia social después de los 18 años, aunque en algunos casos este plazo

se podía extender hasta los 20. Durante los últimos 14 años, la legislación permite

nuevamente que se pueda brindar apoyo hasta los 23 años. De hecho, desde 2009,

en caso de no apoyar al joven en la transición, los servicios de asistencia tienen la

obligación de presentar una justificación por escrito explicando los motivos. Esta ley

tiene por objeto asegurar los servicios de asistencia, aunque los jóvenes, los profesio-

nales y los investigadores cuestionan si en realidad resulta eficaz.

Para enfocar adecuadamente los problemas de la transición, la legislación es de

vital importancia. Sin embargo, también deben abordarse otras cuestiones. Es im-

portante que el joven esté involucrado en el proceso y que se encuentre dispuesto

a participar en los retos que plantea la transición, como ya hemos mencionado. Por

lo tanto, es fundamental la aplicación de una perspectiva que fomente la participa-

ción de los beneficiarios. Resultaría incoherente apoyar a una persona joven en la

transición sin contar con una buena relación de cooperación con ella.

También es de especial importancia que los trabajadores sociales estén capacitados

para que puedan brindar a los jóvenes mejores oportunidades en la vida, y que sus

jefes estén comprometidos con la misión de marcar una diferencia en la vida de

estos jóvenes.

En muchos países, se han realizado investigaciones importantes con el fin de desa-

rrollar conocimientos acerca de la transición para poder ayudar a la juventud. Los

distintos tipos de investigación pueden contribuir de maneras diferentes (Stein y

Munro, 2008). Dentro de los contextos nacionales, a menudo ha sido importante

centrarse en los propios jóvenes, en sus orígenes y en los motivos por los cuales se

encuentran en asistencia, así como en sus experiencias en el ámbito de asistencia

social y la suerte que corren después de haber egresado del entorno de protección. e ha averiguado que en muchos casos, los estudios cualitativos a escala pequeña

brindan valiosos aportes al prestar atención a cómo los propios jóvenes describen

su situación.

En mi estudio Caminando sobre puentes en llamas (2005), descubrí que los jóvenes

hacen mucho hincapié en si recibieron o no ayuda, y sobre todo en la calidad de

la misma. Una joven de 23 años me dijo en una entrevista: “Yo podía prescindir

del apoyo de mi madre, porque siempre terminaba yo ayudándola a ella, más que

ella a mí”. Dicha declaración se centra en la calidad de la ayuda, y también en los

padres como una posible fuente de apoyo.

Asimismo, son muy útiles los estudios estadísticos de gran escala. En una investi-

gación reciente realizada en Noruega, se demuestra que los adultos jóvenes con

antecedentes de asistencia social sufren experiencias peores que otros que no la

han recibido (Clausen y Kristofersen, 2008). También es muy importante saber

más acerca de las condiciones de vida que encuentran los jóvenes después de

abandonar el sistema de asistencia social. Se constató que sólo el 34% que egresó

del sistema alcanzó un nivel de educación superior, comparado con el 80% en el

promedio de la población.

En cuanto a las posibilidades de empleo, la situación es casi idéntica. Los jóve-

nes con antecedentes de asistencia social también son mucho más propensos a

tener bajos ingresos y a depender de las prestaciones sociales. Este cuadro se

repite en casi todos los países. Por lo tanto, los estudios comparativos revisten de

gran importancia para poder diferenciar aquellas experiencias que son globales

de aquellas que son locales; es decir, relacionadas con las condiciones culturales,

económicas y legislativas, y con las tradiciones existentes dentro de un determina-

do país (Munro y Stein, 2008).

Concretamente, sería interesante examinar los resultados de las investigaciones

realizadas en la Argentina para poder empezar a entender sus similitudes y dife-

rencias en distintas aéreas con respecto a otros países.

Algunas investigaciones se centran en la manera en que los asistentes sociales

trabajan con los jóvenes, es decir, lo que realmente hacen. En estos trabajos se

pretende a veces establecer normas de calidad para un trabajo más eficaz. Ahora

estoy en plena realización de un estudio para el que he entrevistado a 27 trabaja-

dores sociales que

...

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