Emilia Elias De Ballesteros
leongemi23 de Octubre de 2014
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El exilio español y la escuela popular mexicana
Valentina Cantón
Un apunte del maestro Antonio Ballesteros Usano .
El 12 de junio de 1939 y a bordo del barco Sinaia, atracado en costas mexicanas, se escribió un texto breve pero muy elocuente sobre la Escuela popular mexicana. Las condiciones de excepción que rodearon a esta escritura y a su autor, don Antonio Ballesteros Usano, hacen interesante realizar su relectura, así como, recuperar los motivos y las circunstancias que determinaron el exilio en México de este maestro —y de muchos otros— para reconocer la obra que desarrolló en nuestro país.
El exilio y sus motivos
Como consecuencia del estallamiento de la Guerra Civil Española, en julio de 1936, se produjo la inmigración en México de un amplio número de exiliados. Muchos de ellos, llegados en los primeros meses y años del conflicto, buscaban amparo mientras la guerra se resolvía pero los más, los que arribaron al finalizar la guerra, requerían del refugio indispensable para proteger sus vidas y las de sus familias, puestas en peligro por el triunfo de las tropas rebeldes y la pérdida definitiva de la España Republicana.
Los maestros Antonio Ballesteros Usano y Emilia Elías de Ballesteros,1939.
Este grupo de exiliados, provenientes de diversas regiones de España y de distintos signos políticos (los había republicanos, anarquistas, socialistas y comunistas) llevan el nombre genérico de “exilio republicano” por su filiación directa con el llamado Frente Popular, frente amplio de izquierdas, a partir de cuyo triunfo electoral en febrero de 1936 se establece el gobierno de la Segunda República Española, proclamada en abril de 1931.1 El número de exiliados, más cercanamente llamados ‘refugiados’, que llegó a México se estima en un promedio de 25 mil, aún cuando existen cálculos que varían entre los 14 mil y los 40 mil.2 Estas variaciones se deben, en parte, a que dicho ‘exilio’ no llegó junto y de una sola vez. Los primeros en llegar fueron los llamados Niños de Morelia,3 un grupo de 454 niños a los que el gobierno mexicano dio ayuda, a través de su Comité de Ayuda a los Niños del Pueblo Español, con la intención de alejarlos de la guerra y devolverlos a España en cuanto ésta terminara.
Los Niños de Morelia a su arribo a México, 1939.
Este primer grupo llegó a México en los primeros días de junio del año 1937, cuando la guerra llevaba sólo un año de los tres que duraría y el amplio apoyo militar prestado por Hitler y Mussolini al general Francisco Franco, jefe de las fuerzas golpistas, no representaba aún un apoyo determinante para alcanzar la victoria nacionalista, definida hasta el primer trimestre de 1939.
Para esta fecha, la España republicana estaba ya estrangulada por las tropas nacionalistas rebeldes, no quedando más salida para los vencidos que el cruce por los Pirineos hacia la indiferente, cuando no hostil, Francia. En ella los refugiados fueron internados en diversos campos de concentración hasta lograr su salida hacia otros países, especialmente la urss y México, país este último cuyo gobierno, a cargo del Presidente Lázaro Cárdenas, se distinguió en el concierto internacional por su permanente apoyo y su lealtad al gobierno republicano y a sus defensores.4
Así, en junio del año 1939 con la salida del barco Sinaia del puerto francés Sète con destino al puerto mexicano de Veracruz, se inició la diáspora masiva española con el primer contingente fuerte, cerca de mil quinientos desterrados. Muchos más les siguieron, a bordo de barcos como el Ipanema, el Mexique (en el que dos años antes habían llegado los Niños de Morelia), el Nyasa o el Champlain. Hasta que, en 1942 estas expediciones masivas fueron suspendidas —contra la voluntad del gobierno mexicano— pues a consecuencia de la guerra extendida en Europa, Alemania e Italia amenazaban el tránsito por el Mar Mediterráneo de los refugiados europeos que huían del fascismo y nazismo. Grupos pequeños de exiliados siguieron llegando a México hasta el año de 1947.
La presencia del exilio español en nuestro país ha sido ampliamente reconocida, haciéndose mención generalmente a la aportación cultural de un grupo importante de intelectuales —muchos de ellos invitados por el gobierno mexicano a venir, desde el año de 1938, como profesores invitados, en lo que se resolvía el conflicto armado. Entre ellos se encuentran filósofos, poetas, escritores, pintores, médicos, ingenieros, en fin, profesionistas y artistas de alta calidad algunos formados en España y otros cuya formación terminó o fue realizada prácticamente en México. Mucho se ha dicho ya de ellos y de su aportación en los centros de enseñanza de nivel superior y de investigación científica y humanística como la Universidad Nacional Autónoma de México, el Instituto Politécnico Nacional y el Colegio de México, centro de investigación y formación fundado en julio de 1938 originalmente bajo el nombre de Casa de España.5
Sin embargo, poco se ha estudiado o al menos no de manera sistemática, acerca de la presencia de otros grupos de trabajadores que también se integraron al país que los recibió y dieron a él su trabajo, su oficio, sus conocimientos y sus convicciones. Tal es el caso de los maestros de escuela, esos educadores comunes y corrientes, pedagogos o profesionistas dedicados a la educación básica. Si bien, en estricto sentido podríamos decir de estos maestros que eran trabajadores intelectuales, su inserción en la sociedad mexicana tuvo una naturaleza mucho más específica al definirse como maestros o maestros formadores de maestros.
Una historia de solidaridad y ayuda
Por fin, el viaje había terminado. Era el 12 de junio de 1939 y nuestro barco, el “ Sinaia”, había atracado en el puerto de Veracruz. Un mes había transcurrido desde nuestra salida de los campos de concentración en Francia. El viaje había sido amable gracias a los cuidados de la esposa del embajador de México que era una señora fuerte, alegre y animosa, y a los muchos maestros —exiliados como nosotros— que durante el viaje nos habían enseñado muchas cosas acerca de México... que si el gobierno, que si los distintos estados de la República, que si el petróleo, que si alguna canción, que si el campo. En fin, todo para estar bien preparados e informados acerca del caluroso país (era junio y en Veracruz) que nos abría sus puertas. Era necesario saber todas estas cosas aún cuando creyéramos que íbamos a estar por muy poco tiempo. Mi padre estaba seguro de que volveríamos a España en cuanto la guerra que se veía venir en Europa terminara.
Yo venía con mis padres y mis hermanos, mis ocho hermanos. Teníamos suerte, habíamos logrado mantener la familia completa a pesar de los tres terribles años de guerra. Cumpliría los trece años en México y entraría a la escuela que aquí llamaban secundaria.
Pasamos la primera noche en el barco, y al amanecer, mi dulce hermana quiso atreverse a bajar. Una rampa de madera custodiada por dos soldados unía el barco con tierra mexicana.
Temerosa, preguntó si podía bajar, a lo que uno de los soldados respondió:
— Claro güerita.
— Y, si bajo ¿puedo volver a subir?
— Claro güerita, estás en tu casa.
Eso, fue lo primero que escuchamos en México. Y sí, estábamos en nuestra casa. Aquí nos quedamos a vivir. Aquí murieron nuestros padres y nacieron nuestros hijos. Efectivamente: habíamos llegado a nuestra casa. A nuestra calurosa casa.
María Arjona
Profesionales y educadores de alto nivel, trabajadores manuales, artistas, promotores del desarrollo físico o autores de libros de texto; estos maestros estuvieron siempre, inequívocamente, en contacto directo con la población con la que trabajaban.
Arribo de uno de los contingentes de refugiados españoles a Veracruz.
Marcelo Santaló, uno de ellos, describe los ideales que los movían:
... consistían en ir formando un temperamento liberal. Formar hombres que pensaran que otro hombre puede tener razón en lo que piensa y en lo que dice, pues ésa es la esencia de la democracia. Otro ideal sería buscar sentido a la vida. ¿Cuál es el objetivo de vivir? Si el objeto de vivir es personal o bien es fomentar la solidaridad y ocuparse de la comunidad toda... La mayoría de nosotros creció con estas ideas de liberalidad y sufrió en carne propia la persecución que se ejerció sobre esta tendencia; la otra, la oficial, la que había triunfado era la dogmática. Y nosotros tuvimos que salir...6
Esta concepción de la educación como una empresa caracterizada por principios y fines democráticos, al tiempo que constituyó un motivo de persecución y exilio de quienes la sostuvieron, fue también totalmente compatible con la propuesta educativa del régimen cardenista que los acogía. La promoción de la escuela rural, la aplicación de nuevas técnicas de enseñanza, la creación de bibliotecas populares o la revaloración del papel del maestro como gestor y promotor de una forma de vida justa y democrática fueron, entre otros, puntos de encuentro en las políticas educativas impulsadas en ambas Repúblicas y los maestros españoles así lo reconocieron. Un ejemplo claro en que se expresa esta coincidencia en metas y principios es el breve texto, escrito a bordo del Sinaia que arribó al puerto de Veracruz el día 13 de junio de 1939 y cuya presentación ha sido el pretexto para la elaboración de este escrito.
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