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Charlotte Towle

feimarfei28 de Octubre de 2014

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El tema central de este Encuentro nos incita a reflexionar una vez más sobre la relación entre las prácticas sociales y el pensamiento crítico. Y ello nos parece central ya que últimamente, en las ciencias sociales y en el colectivo profesional en particular, el uso de estos conceptos se ha expandido, vulgarizado y reducido a tal punto que cualquier crítica (en general concebida como descalificación hacia ciertos autores, colegas o como acusación de pertenecer a determinado grupo político) es enarbolada como “pensamiento crítico”, y cualquier práctica que predique (aunque no practique) la participación y la ética es considerada como “transformadora o emancipadora”. Por otra parte, con cierta liviandad y simplista afán clasificador los autores y profesionales son agrupados en “revolucionarios/histórico-críticos o conservadores” con ausencia de categorías teóricas que puedan captar las tensiones, las contradicciones, los matices en sus perspectivas.

Este “dualismo totalizador” en términos de Teresa Matus (2004) y “el no tener una mirada matizada y compleja del pasado, ha posibilitado, entre otras cosas, la permanencia y la aceptación de visiones en cierta forma estigmatizadoras que contribuyen al olvido y desconocimiento …”(Op. Cit).

Por lo tanto nos detendremos brevemente en la conceptualización y sentido de la noción de “pensamiento crítico” retomando el planteo y preocupaciones que desde hace siglos ocupan tanto a filósofos de la ciencia como a cientistas sociales.

Desde su aparición hace más de 2000 años en la Grecia de Aristóteles hasta la actualidad, las nociones de crítico/crítica han ido modificándose. En sus orígenes se trataba de “la disciplina y formación por la cual se llega al discernimiento (krísis) de los buenos autores y los buenos libros”. De manera que un “crítico” era “un distinguidor, un discriminador, un discernidor” Como puede deducirse, “ser crítico” implica entonces ciertas habilidades, entrenamiento, un considerable esfuerzo intelectual y por sobre todas las cosas “un conocimiento amplio y profundo de la historia de los autores, los libros, las copias, las ediciones …” (Leal Carretero, F. 2003).

Se trata de una “capacidad” que requiere de disciplina, formación y por sobre todo humildad y reconocimiento de la propia ignorancia. En tal sentido, a esta primera concepción del término, el autor citado la llamará “crítica como erudición”.

Un segundo sentido puede observarse a través de “los dos grandes usurpadores del término “crítica”: Immanuel Kant y Kart Marx” (medidada por Hegel). (Op. Cit.)

En el primer caso, Kant no sólo pone en tela de juicio el concepto sino que a través de la elaboración de sus tres «Críticas» y obras fundamentales-, cuestiona la noción misma de razón, “con la finalidad de determinar cuáles son sus posibilidades y sus límites” (Morató). Lo que se propondrá es “la gran tarea de encontrar y establecer los límites del aparato cognitivo humano con la que Bacon y Descartes inauguraron la filosofia europea- y a la que Kant bautizó como crítica (…) y que da origen a la crítica como CIENCIA” (Leal Carretero, F. 2003).

Será Marx posteriormente el que sintetizará la noción “clásica” y la kantiana “erudita”, es decir la síntesis entre erudición y ciencia.

De manera que podría afirmarse que un profesional/intelectual crítico es aquel que:

Estudia pormenorizadamente las obras centrales de su disciplina;

las ubica en un contexto socio-económico, histórico, político, cultural, intelectual, académico;

Se esfuerza en comprender su significado en cuanto contenido y relevancia en el momento histórico de su surgimiento;

Identifica y analiza los problemas teóricos e interrogantes

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