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GUMERSINDO GOMEZ CARO


Enviado por   •  8 de Octubre de 2013  •  700 Palabras (3 Páginas)  •  367 Visitas

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Don Gumercindo Gómez Caro, un hombre de 68 años que sólo estudió hasta segundo de primaria, es un reconocido catedrático en las principales universidades del país.

Sus credenciales pedagógicas no son de papel, sino de espuma. Frente a los candidatos a doctorados y especializaciones, lo respaldan los 20.000 colchones que vende cada año en Colombia y Centroamérica.

Gómez es el fundador y dueño de Colchones El Dorado, una compañía que nació en un rincón de una carpintería bogotana y que hoy tiene un capital estimado en 10.000 millones de pesos.

El empresario, de cabellera blanca y escasa, estatura mediana y ojos negros, que de niño jugaba trompo en el campo, pasó por Bucaramanga para participar en un torneo de golf y, de paso, contar su historia.

Vestido de manera informal y con gestos nostálgicos, recordó que su vida comenzó en la vereda Tapias, en Ciénega (Boyacá), 24 kilómetros al sureste de Tunja, donde vivía con su hermana y su mamá.

"Vivíamos en la pobreza absoluta -confiesa-. A mi papá lo mataron cuando yo tenía 7 meses y mi mamá sobrevivía vendiendo huevos y gallinas criollas en Ramiriquí. A veces yo sacaba huevos a escondidas para negociarlos y tener algo de platica".

En Tapias, rodeada por tres lagunas y cultivos de mora, uva y maíz, Gómez aprendió a leer y escribir a los 6 años. A esa edad, cuando cursaba segundo de primaria, hizo su primer negocio.

Miguel y Constantino, hermanos de su madre y analfabetos, pagaban a desconocidos para que les leyeran las cartas que enviaban sus hijos desde Bogotá y se las contestaran.

"Ellos eran como los ricos de la vereda. Yo los convencí de que conmigo tenían más confidencialidad y les cobraba 5 centavos por texto leído y la misma cantidad por carta respondida. Los dos se rieron y dijeron: Bueno. Será pagarle", cuenta con gracia.

Estimulado por el negocio, Gómez concluyó que no era necesario seguir estudiando y a los 10 años viajó a Tunja a trabajar en una herrería, a pesar de que su mamá hasta le mandó la Policía para que lo amenazara con detenerlo si no estudiaba.

Lleno de recuerdos de Ciénega (nombre chibcha), Gómez llegó a la capital boyacense y empezó a trabajar en una herrería, donde aprendió a hacer picas.

Tras dos meses allí, se enganchó en una panadería en donde hacía pan desde la una de la mañana y a las 6 se subía a una chiva para venderlo en Ramiriquí y Tuta.

Siete años después, el campesino se fue para Bogotá y se enfrentó al dilema que le cambió su vida: Decidir entre trabajar barriendo calles por 180 pesos mensuales o trabajar por 60 pesos en una carpintería.

"Reflexioné y dije, prefiero ganar menos plata pero aprender algo provechoso", dice Gómez, quien trabajó dos años con Luis Zárate, propietario del negocio, y se especializó en tapicería en el almacén donde tenían arrendada

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