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Juan Nepote


Enviado por   •  15 de Septiembre de 2012  •  1.096 Palabras (5 Páginas)  •  477 Visitas

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9/09/12

Juan Nepote.- La vida del cine se originó en la ciencia. Mejor dicho, la historia del cinematógrafo nació de la ciencia, para la ciencia. Su presentación en sociedad fue en marzo de 1895, a cargo de los hermanos Auguste y Louis Lumière, originarios del poblado francés de Besançon, quienes pasarían a los registros de la Historia –así con mayúscula– como si se tratara de unos siameses o de una superposición de personalidades, porque la fama estaba reservada para los dos, pero no por separado; desde aquella primavera de finales del siglo XIX conformarían un solo ser de dos cabezas: los hermanos Lumière, descendientes de un entusiasta de la tecnología y la ingeniería de nombre Claude-Antoine, empeñado en la sobrevivencia de una industria de dimensiones nada despreciables dedicada a la fabricación de películas para la fotografía, que había sido inventada apenas poco más de medio siglo antes de que los hermanos Lumière se ocuparan a tiempo completo de su pasatiempo favorito: las imágenes en movimiento.

Un invento para el ocio

Movidos por la curiosidad, dotados por una gran sentido de la oportunidad, supieron aprovechar el artilugio que su compatriota Léon Bouly había construido hacia 1892, y al que llamó Cinematógrafo para relacionarlo con la cinemática, es decir, con la proyección de imágenes en movimiento. Para 1895 Bouly ya había perdido los derechos sobre la patente de su invención, de manera que los Lumière comprendieron que podría ser una buena idea mezclar aquel primer cinematógrafo con otra buena de otro compatriota suyo: Émile Reynaud, un profesor de ciencia que había experimentado perforando las orillas de las películas fotográficas para elaborar fantásticos espectáculos de animaciones en su Théâtre Optique, basados en la proyección de un conjunto de imágenes pintadas por la mano del propio Reynaud, que se iban sucediendo con el ritmo exacto para transmitir la sensación de movimiento. Así que los Lumière tomaron las experiencias de Bouly, de Reynaud y de su propio padre, los antecedentes fotográficos de Eadweard Muybridge y el kinetoscopio inventado por Thomas Alva Edison. Lo probaron todo, lo combinaron todo con sus propios ejercicios de análisis del comportamiento de la luz y del funcionamiento del ojo. Depuraron su técnica hasta parir su propio cinematógrafo y presentarlo durante unos 40 segundos que parecieron una fantástica eternidad, ante los ojos de los representantes de la investigación científica y el desarrollo industrial, quienes vieron cómo aparecían los trabajadores de la fábrica de Monsieur Lumière, apurando su paso para marcharse después de una jornada más de trabajo. De repente, esa simple actividad se había convertido en un acto sublime. Habían sido descifradas las claves para detener el tiempo, para estirar la camisa de fuerza del espacio y del tiempo. Pero en 1895 los padres de la criatura, los inventores del prodigioso cinematógrafo, declararon con distracción: “Se trata sólo de un juguete, apenas una curiosidad científica de fin de siglo que no tiene ningún porvenir”.

¿”Aprenderá el ser humano la lección?”

Los hermanos Lumière se equivocaron, o fingieron equivocarse. En pocos años el cine se convirtió en el gran espejo de la sociedad. Primero a través de las películas silentes, luego vendría el estruendo de la voz y la música, la saturación de los colores. Semejante maravilla requirió de colosales edificios para contar con imágenes tan singulares historias, para reunir a las familias o para

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