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La Muerte Del Martín Fierro


Enviado por   •  1 de Diciembre de 2013  •  391 Palabras (2 Páginas)  •  358 Visitas

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Leoni recruzó sus pacíficas y velludas manos sobre el vientre, se quedó mirando el paraíso y no sé si escuchando el rumor de sus hojas color de siesta. Había un silencio tan alto como el cenit y éste, limpísimo, puro, parecía el punto por donde el alma —o las palomas— podían escapar a otras esferas. Una nube de algodón obcecante estaba parada sobre nosotros, la única hasta los cuatro bordes del cielo picoteados por los árboles jóvenes y los chalets de Ramos Mejía, donde vive Leoni. Pensé en Carlos Durán, recluso allá, en la inexorable Sierra Chica* picapedrera y presidiaria, y suspiré. No podía hacer otra cosa, salvo repetir la frase de Leoni: "¡Y qué se le va a hacer, amigo!"

—A veces he pensado... —comenzó lentamente Leoni, y yo lo miré desconcertado, porque en verdad en nuestros diálogos interminables a él correspondía la relación de los hechos y a mí extraer de éstos tesis generales y abstractas (esta vez hablábamos de la posibilidad de que las pruebas condenasen irrefutablemente a un inocente) aplicables a la teoría del hecho criminal— que hay dos clases de suerte: la de Martín Fierro y la de Cruz.

Me sorprendí un poco:

—Sí. Me parece que Martín Fierro no tuvo nada que ver con su propia suerte. A él le cayó la suya como a usted o a mí un aguacero. En cambio, Cruz se fabricó la que tuvo.

—Tal vez —asentí vagamente—, sobre todo después del encuentro con la partida. Desde luego habrá que admitir diversos grados según el portador de un destino lo viva más o menos fatalmente. En el peldaño superior colocaremos a los protagonistas de la tragedia: Edipo, Clitemnestra, Egisto,* que lo reciben como una donación intergiversable. Podríamos llamar trágica a esta suerte y cómica a la de Cruz.

—Ya me salió con una macana. Dígame, ¿no puede hablar sencillo? Bueno, el caso de Carlos Durán me parece el más clavado ejemplo de la suerte de Martín Fierro, que es, como le dije, cuando los sucesos se remachan solos y cuando a usted no le vale creer en otra cosa que en lo que los hechos le muestran.

Tornó a mirar el paraíso, sus verdes ramas... Pestañeó. En seguida advertí que dormitaba, grueso, sólido, ahíto como un ídolo cetrino. Entonces volví a pensar en Carlos Durán y en su suerte, quizá de Martín Fierro o de Clitemnestra.

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