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Literatura


Enviado por   •  16 de Enero de 2014  •  443 Palabras (2 Páginas)  •  172 Visitas

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Pablo Palacios

Un Hombre Muerto A Puntapiés

Autor: Nota biobibliográfica

Escritor y Abogado Ecuatoriano. Nació 25 de enero 1906 (Loja ) Desconocido por su padre al nacer, y muerta su madre cuando él apenas tenía seis años, tuvo que ser educado por un tío suyo. A la edad de tres años recibió un golpe en el cráneo que le dejó una profunda cicatriz para toda la vida .Estudió en la escuela de los Hermanos Cristianos y en el colegio Bernardo Valdivieso de su ciudad natal. A los quince años ganó su primer premio por su autobiografía 'El huerfanito'. En 1925 se graduó en Jurisprudencia por la Universidad Central. Después de graduarse publica su libro Débora y Un Hombre. Fue Decano de la Facultad de Filosofía y Letras, profesor de Literatura y Filosofía Se casó en 1937, después de un largo enamoramiento, con la destacada artista Carmita Palacios. En política militó en el partido socialista y, junto con Jorge Reyes, Jaime Chaves y Alfonso Moscoso, fundó la revista Cartel, desde la cual se divulgaban las ideas socialistas.

Argumento De La Obra

” Casi en el mismo instante, y a pocos metros de distancia, se abrió bruscamente una claridad sobre la calle. Apareció un hombre de alta estatura. Era el obrero que había pasado antes por Escobedo. Al ver a Ramírez se arrojó sobre él. Nuestro pobre hombre se quedó mirándolo, con ojos tan grandes y fijos como platos, tembloroso y mudo.

-¿Qué quiere usted, só, sucio?

Y le asestó un furioso puntapié en el estómago. Octavio Ramírez se desplomó, con un largo hipo doloroso. Epaminondas, así debió llamarse el obrero, al ver en tierra a aquel pícaro, consideró que era muy poco castigo un puntapié, y le propinó dos más, espléndidos y maravillosos en el género, sobre la larga nariz que le provocaba como una salchicha. ¡Cómo debieron sonar esos maravillosos puntapiés! Como el aplastarse de una naranja, arrojada vigorosamente sobre un muro; como el caer de un paraguas cuyas varillas chocan estremeciéndose; como el romperse de una nuez entre los dedos; ¡o mejor como el encuentro de otra recia suela de zapato contra otra nariz!

Así: ¡Chaj! ¡Chaj! con un gran espacio sabroso.

Y después: ¡cómo se encarnizaría Epaminondas, agitado por el instinto de perversidad que hace que los asesinos acribillen sus víctimas a puñaladas! ¡Ese instinto que presiona algunos dedos inocentes cada vez más, por puro juego, sobre los cuellos de los amigos hasta que queden amoratados y con los ojos encendidos!

¡Cómo batiría la suela del zapato de Epaminondas sobre la nariz de Octavio Ramírez!

¡Chaj! ¡Chaj! í vertiginosamente, ¡Chaj! en tanto que mil lucesitas,

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