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Octavio Paz


Enviado por   •  13 de Mayo de 2015  •  1.288 Palabras (6 Páginas)  •  186 Visitas

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En el México de 1955 la satisfacción era generalizada entre políticos, banqueros, líderes de obreros y de campesinos. Incluso muchos intelectuales se habían contagiado de ese optimismo. Por fortuna, la nueva generación tenía una actitud resueltamente crítica, pero su crítica no era ideológica sino artística, literaria, poética. Era la visión de poetas, escritores y artistas. En cierto modo, su actividad continuaba la de los Contemporáneos y la que habíamos adoptado algunos artistas y poetas de mi generación. También ellos tuvieron que enfrentarse al nacionalismo y al arte con mensaje ideológico. Al mismo tiempo, en su visión más bien crítica y pesimista de la sociedad y las realidades de México, disolvieron muchas de las falsas oposiciones que nos habían desgarrado y paralizado a nosotros.

Por esos días, justamente cuando mis amigos preparaban el primer número de la Revista Mexicana de Literatura, fui invitado a dar unas conferencias en San Luis Potosí y en Monterrey. Hice el viaje y me impresionó no solamente el vasto desierto sino también la pobreza de la gente del campo. Ese paisaje desolado me produjo tristeza y desesperación. Era la otra cara de la prosperidad de que estaban tan orgullosos los grupos dirigentes del país. A mi regreso escribí "El cántaro roto", comenzando en el tren, que fue publicado en el primer número de la Revista Mexicana de Literatura. Se provocó un pequeño escándalo porque la prensa conservadora me acusó de haber escrito un poema comunista. Hubo muchas y encendidas polémicas. "El cántaro roto", desde un punto de vista poético, literario, acusa no sólo mi tránsito por el surrealismo sino también por la poesía náhuatl.

Creo que hay una continuidad entre el Sacerdote azteca, el Virrey y el Presidente. Es la continuidad en la dominación. En el arquetipo mexicano del poder político hay dos elementos: por una parte, la imagen religiosa y abstracta del sacerdote azteca; por la otra, la imagen del Caudillo. Esto último es una noción hispanoárabe viva en el inconsciente de los pueblos latinoamericanos y en España. El Caudillo rige la historia de los pueblos hispánicos, pero en México oscilamos entre éste y el Tlatoani azteca.

Mi pasión por la poesía china y japonesa es anterior a mi primer viaje a Oriente. Comenzó a fines de 1945, en Nueva York. Mi estancia en esa ciudad coincidió con la muerte de Tablada, que desde hacía años se había instalado en Nueva York. Fui a la biblioteca de Nueva York, pedí sus libros y volví a leerlo. El ejemplo de Tablada me llevó a explorar por mi cuenta la literatura japonesa y, después, la china. Mi primer viaje a Oriente me hizo profundizar y ampliar mis lecturas de poesía china y japonesa. Leí muchísimas traducciones de poesía japonesa y china y entre ellas recuerdo siempre con placer a las de Arthur Waley. Es uno de mis santos patrones. A mi regreso a México, animado por Donald Keene -otro de mis guías- me atreví a traducir, con la ayuda de Eikichi Hayashiya, el Haibum de Basho: Oku no Homosichi (Sendas de Oku). Fue la primera traducción de ese clásico japonés a una lengua de Occidente. No tuvo ni una solo nota crítica y los mil ejemplares de la edición tardaron en venderse diez años.

Empecé a escribir este poema a principios de 1956. No tenía plan, no sabía lo que quería escribir. Piedra de sol se inició como un automatismo. Las primeras estrofas las escribía como si, literalmente, alguien me las dictara. Lo más extraño es que los endecasílabos brotaban naturalmente, y que la sintaxis, y aún la lógica, eran relativamente normales.

De pronto sobrevino una interrupción: había escrito unos treinta versos y no pude seguir. Salí al extranjero por dos semanas -trabajaba en aquellos años en Relaciones Exteriores- y a mi regreso, al releer lo escrito, sentí la necesidad de continuar el texto. Volví a escribir

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