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Ordenes Militares


Enviado por   •  9 de Diciembre de 2011  •  1.933 Palabras (8 Páginas)  •  1.672 Visitas

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¿Qué son las Ordenes Militares?

En su origen, congregaciones de monjes-soldados, surgidas en la edad media para colaborar en la lucha contra los infieles, en las que se daban cita el sentido religioso propio de las grandes órdenes monásticas y el espíritu caballeresco y militar de la época. Eran, por lo tanto, asociaciones en las que había una amalgama de vida monástica y vida guerrera. Sus integrantes hacían votos canónicos, pero mantenían su condición seglar, siendo la guerra su actividad por excelencia. Desde el punto de vista religioso dependían directamente de los pontífices, cuya autorización era necesaria para la creación de la orden, quedando al margen de cualesquier otra jurisdicción eclesiástica.

Origen de las órdenes militares

La génesis de las órdenes militares se encuentra en estrecha relación con la puesta en marcha en la Europa cristiana, a fines del siglo XI, de las Cruzadas, cuyo objetivo era rescatar los Santos Lugares, a la sazón en poder de los infieles. Entre las primeras órdenes creadas es preciso mencionar la de los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén y la de los Templarios, las cuales datan de los primeros años del siglo XII. Ambas estuvieron también presentes en tierras hispanas, en donde recibieron importantes donaciones.

No obstante, en el transcurso del siglo XII se constituyeron diversas órdenes militares en los territorios de la actual España. El hecho de que hubiera en la península Ibérica un conflicto militar permanente entre los cristianos y los musulmanes —Reconquista— constituía un caldo de cultivo apropiado para la creación de las citadas instituciones. Quizá influyó también el ejemplo de los 'ribat' musulmanes, conventos de ascetas que se encargaban de defender las fronteras del islam.

Las principales órdenes militares españolas

En la España medieval se crearon numerosas órdenes militares, pero sólo cuatro alcanzaron notable relevancia, las de Calatrava, Alcántara, Santiago y Montesa. La orden militar hispana de más antigua fundación fue la de Calatrava, nacida el año 1158 cuando el abad cisterciense de Fitero, Raimundo Serrat, y el monje Diego Velázquez tomaron la decisión de defender la plaza que les dio nombre, sometida a duro asedio por los almohades. La orden, aprobada por el pontífice Alejandro III en el año 1164, se acogía a la regla cisterciense.

Poco tiempo después se creó en tierras de Salamanca la hermandad de los caballeros de San Julián de Pereiro, germen de la orden de Alcántara, que también se hallaba bajo la regla del Císter. Su aprobación, en el año 1177, fue asimismo obra del papa Alejandro III.

En cuanto a la orden de Santiago, nació como una cofradía de caballeros creada por Fernando II de León en el año 1170 y dirigida por el caballero leonés Pedro Fernández. En un principio se les llamó 'freires de Cáceres', pasando a denominarse poco después caballeros de la orden de Santiago. Esta orden militar, cuya aprobación pontificia data del año 1175, a diferencia de las anteriores, se acogía a la regla de San Agustín. La orden de Santiago añadía a la actividad militar la hospitalaria, acogiendo a los peregrinos que se dirigían a Santiago de Compostela.

¿Quiénes y cómo estaban formadas?

Al frente de cada orden había un maestre, habitualmente elegido por los caballeros reunidos en capítulo, aunque fuera necesaria la posterior validación pontificia. No obstante, debido al enorme poder que alcanzaron las órdenes militares, fue frecuente la intervención directa de los monarcas en el nombramiento de los maestres, particularmente en los últimos siglos de la edad media. Cabe recordar a este respecto el significado alcanzado por el maestrazgo de Santiago en la vida política de la Castilla del siglo XV, sobre todo en tiempos de Juan II y de don Álvaro de Luna. En un orden inferior se encontraban los comendadores mayores o priores.

Por último, las distintas encomiendas de las órdenes tenían a su frente un comendador. El grueso de las órdenes estaba integrado por los caballeros, pero también había monjes profesos, que ejercían las funciones de capellanes.

El final de las verdaderas órdenes militares

El poder que alcanzaron las órdenes llevó a los reyes a intervenir en el nombramiento de los maestres y a colocarlas bajo su control. La tendencia se agudizó cuando Fernando II el Católico obtuvo los nombramientos de maestre de Santiago (1476), Alcántara y Calatrava (1485), confirmados por Alejandro VI en 1492, concesión que, además, fue perpetuada para los sucesores de los Reyes Católicos. Más aún, León X otorgó a Carlos I la administración vitalicia de los tres maestrazgos (1515), que quedó incorporada a la Corona (1526). Para finalizar el proceso, Felipe II obtuvo la extensión de esta medida a la orden de Montesa (1587). Desde el momento que las órdenes ingresaron en la Corona —en 1495 se había creado un Consejo de Órdenes, encargado de las cuestiones jurisdiccionales y los nombramientos— y dado que, además, se había relajado su función religioso-militar, se convirtieron en organizaciones honoríficas que tenían el valor añadido de su carácter nobiliario y las rentas aparejadas a encomiendas y mesas maestrales. De esta forma, la posesión de un hábito se convirtió en una aspiración de los que buscaban estima social y rentas sustanciosas. Su significado se reforzó porque la pertenencia a una orden se convirtió en prueba positiva de limpieza de sangre.

En el siglo XVII, cuando las acuciantes necesidades de la Hacienda obligaron a toda clase de soluciones, el conde-duque de Olivares llegó a poner en venta hábitos de órdenes, medida tan mal recibida por los caballeros que el conde-duque hubo de suspenderla pronto. Las desamortizaciones del siglo XIX afectaron a las cuantiosas propiedades de las órdenes. La I República las suprimió (1873) y, aunque en la Restauración fueron restablecidas, se redujeron a un instituto nobiliario de carácter honorífico regido por un Consejo Superior dependiente del Ministerio de la Guerra, que se extinguió tras la proclamación de la II República (1931). Al finalizar

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