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Porfiriato

Ileanaeliot18 de Marzo de 2012

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El Porfiriato

El latifundismo. El sistema ferroviario. El sistema bancario. Primeros brotes de descontento. El manifiesto del Partido Liberal Mexicano. Primeros levantamientos armados. Las huelgas de Río Blanco y Cananea

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Al asumir el general Díaz el poder, la situación era de completa anarquía, se sucedían constantemente pronunciamientos que declaraban la soberanía de regiones importantes del país.

Si durante el gobierno de don Benito Juárez, con frecuencia había sublevaciones de caudillos regionales que trataban de sustraer al Poder del Centro el mando de alguna provincia, durante los primeros años del general Díaz estos pronunciamientos también acontecieron. Caudillos regionales, del tipo de Vidaurri en Nuevo León, con gente decidida y valiente se dieron a la tarea de fomentar rebeldías locales.

Convencido el general Díaz de que ante todo se hacía indispensable la tranquilidad del país para poder administrar y desarrollar su programa de Gobierno, desde el momento en que se hizo cargo de la Presidencia, fomentó una administración de caudillaje basada en la fuerza militar.

Si el general Díaz logró el éxito deseado, se debió, principalmente, a su prestigio obtenido en la guerra contra la Intervención Francesa y en la de la Reforma, y a su habilidad militar en la serie de guerras intestinas en que había participado.

Lo cierto es que, en muy poco tiempo, se logró una paz completa en toda la República. El general Díaz asumió todos los Poderes. La organización federativa, que nuestra Constitución de 57 estableció en sus artículos de índole política, no tuvo aplicación alguna. El general Díaz obraba siempre en nombre de la ley, pero ninguna ley fue capaz de evitar todos los actos violatorios que se cometían. Las Cámaras legisladoras, la Suprema Corte de Justicia, estaban enteramente supeditadas al capricho de la dictadura.

El Gobierno de cada Estado era una especie de Delegado del Poder Central. Obraba siempre en representación del presidente y los otros poderes locales se elegían en la misma forma en que se designaban las Cámaras de la Unión y la Suprema Corte de Justicia. Los gobernadores tenían su representación en los Municipios por conducto de los Jefes Políticos.

En cada Estado se agruparon caudillos regionales adictos al general Díaz. Estos caudillos eran militares que habían combatido a la intervención y que por circunstancias especiales habían llegado a adquirir prestigio en las provincias.

Como consecuencia de la organización política existente, vino la selección hecha por el gobierno de los hombres más capaces o de mayores méritos, por su inteligencia o por su adhesión al mismo, y fue el grupo que gobernó al país.

Toda aquella administración tuvo una tendencia determinada: la de favorecer al régimen capitalista. Por lo demás, no constituyó una novedad, ya que en todo el mundo el dominio del régimen capitalista era absoluto.

El gobierno del general Díaz se justificó al lograr la paz, y la justificación que daban las gentes que entonces colaboraban en la Administración, fue la supresión total de las revueltas y de los desórdenes que durante más de cincuenta años había sufrido el país.

Desde luego, aquella tranquilidad, aquella paz, fue bien recibida en todas partes; pero como es natural pensar, era enteramente mecánica, material, porque para nada se tuvo en consideración la vida espiritual de México, ni mucho menos se preocupó el gobierno por solucionar los problemas que afligían a la inmensa mayoría de las gentes humildes.

En el aspecto agrario, la situación de los campesinos no podía ser más aflictiva. La hacienda mexicana era un enorme latifundio cultivado sólo en mínima parte, explotado raquíticamente con procedimientos antiguos, con aperos coloniales, principalmente con el arado de palo tirado por bueyes.

La hacienda mexicana de la época de la dictadura era el latifundio de oprobio y de miseria. Generalmente al frente de ella estaba un administrador o un arrendatario, ambos con mucho menor cultura que el propietario; pero con mayores pretensiones. Eran los verdaderos capataces que obligaban a los campesinos a hacer producir la tierra. La agricultura era paupérrima, los medios de explotación antiguos y sin técnica, y como la producción tenía que hacerse costeable, se obligaba al peón a trabajar un número de horas excesivo. El propietario poco se preocupaba por trabajar su heredad, comúnmente residía en la capital de la República o en el extranjero, a donde el administrador le enviaba los productos obtenidos, más que de la explotación de la tierra, de la explotación de los peones.

En la casa principal siempre existía lo que a través de nuestra historia se ha llamado la Tienda de Raya, en la que se vendía a los peones mercancías a precios exagerados, generalmente de mala calidad y que adquirían los campesinos no con su dinero, porque por lo regular no se les pagaba en efectivo, sino con fichas o cartones de la finca.

Había otra costumbre muy generalizada en aquella época en todas las haciendas; el baile público de los sábados, organizado para fomentar el vicio y la delincuencia y que tenía como principal objetivo la venta de alcohol y quitar a los asalariados el escaso jornal que habían alcanzado. Como consecuencia de los escándalos que había en el baile público, venía la aprehensión y consignación del delincuente a la autoridad, la imposición de multas, de trabajos forzados en las calles del pueblo o la consignación al servicio de las armas, llamado leva.

El general Díaz, cuando entró al poder, dice don Fernando González Roa en su interesante obra El aspecto agrario de la Revolución Mexicana, comenzó el gran desarrollo ferroviario en el país.

El Gobierno tomó gran empeño en promover la construcción de caminos de fierro aunque fuera de un modo desordenado y poco sistemático. Una vez que se hubieron construido algunos sistemas importantes, puso término a esta actividad el Ministro de Hacienda de aquel gobernante. Desde entonces el gobiernd se preocupó principalmente en construir un gran sistema consolidado, procurando concederle todos los privilegios del monopolio. La construcción de los caminos de fierro vino a determinar de una manera clara el alza de la renta de la tierra, provocando el aumento de los precios. El señor Bulnes nos dice, en una de sus obras, que los caminos de fierro, lejos de poner en contacto con los centros comerciales e inexplotables regiones de producción, han atravesado las tierras cansadas por el cultivo secular.

En consecuencia, los ferrocarriles sirvieron para distribuir ampliamente los productos que antes satisfaCÍan las necesidades de una región. De esta manera los centros poblados se agruparon, no según la productividad de los lugares, sino según la distribución de los productos hecha por los caminos de fierro.

Los precios de los cereales se elevaron enormemente y de esta manera el valor de la tierra llegó alrededor de diez veces mayor que el que tenía antes de la construcción de las vías férreas, porque los hacendados que antes vendian sus artículos a precios insignificantes los pudieron enviar a largas distancias.

El Barón de Humboldt nos da a conocer en su Ensayo Político, los precios que prevalecían en el Bajío a principios del siglo pasado y nos señala progresivamente los aumentos que iban teniendo a mayor distancia de la zona de producción.

Los ferrocarriles, en fin, sirvieron para distribuir lo que ya había y de ninguna manera para aumentar las existencias por repartir, y de allí el natural encarecimiento de los artículos. Volviéndose los hacendados más ricos, su influencia se hizo mucho mayor, y en consecuencia, se aumentó su poder político.

El enorme valor de los cereales vino a aprovechar al productor solamente, porque el asalariado no se benefició con un aumento tan perceptible en sus salarios. Por otra parte, las tarifas ferrocarrileras se estudiaron en el sentido de favorecer a los hombres poderosos; y como éstos eran los comerciantes extranjeros y los terratenientes del país, se puso prácticamente fuera de la competencia a los productores pequeños.

Unas veces en las tarifas se estableció claramente la preferencia y otras veces se otorgaron privilegios bajo el nombre de tarifas diferenciales.

No debe extrañarnos semejante cosa, pues en todas partes donde una clase privilegiada gobierna a la población, ella es la que se favorece de todo avance en el sentido del progreso material.

Hemos citado repetidas veces como un ejemplo a la India, gobernada también por una clase privilegiada; pero hoy tenemos la suerte de que se encuentran en nuestras manos las obras del publicista indio Lajpat Rai, presidente que fuera del Congreso Nacionalista de su patria y uno de los abogados más distinguidos de la India Inglesa. Particularmente su obra titulada England's Debt to India, nos proporciona algunas citas fidedignas de carácter comparativo, pues esta obra está escrita con apoyo en autoridades británicas o indias favorables al régimen británico en el Indostán. El señor Wacha, el más hábil perito en materia de hacienda de la India, dice hablando de los ferrocarriles: >Los intereses mercantiles europeos fueron juzgados de principal importancia mientras que los de la población india fueron, si acaso, conservados como de segunda importancia.

Dándose, como se dieron, las concesiones para la construcción de los ferrocarriles a compañías extranjeras y con una subvención por kilometraje, los técnicos que se encargaron de hacer los estudios para la construcción de las líneas, más que por la región misma por donde debían pasar sus

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