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Rodrigo Diaz De Vivar


Enviado por   •  16 de Octubre de 2011  •  801 Palabras (4 Páginas)  •  876 Visitas

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► Rodrigo Díaz de Vivar, la leyenda de un caballero burgalés

■ El Cid Campeador encarna a la perfección la figura de caballero medieval fiel a su espada y corazón, lo que le convirtió en defensor de los valores esenciales de aquel siglo XI marcado por la guerra. Sus heroicas gestas, junto a su caballo Babieca, sobrevivieron a su muerte, y en forma de cantares y poemas recorrieron los caminos gracias a la inestimable ayuda de los juglares. Rodrigo Díaz de Vivar llegó a este mundo hacia 1043, en Vivar, una pequeña aldea localizada a nueve kilómetros de la ciudad de Burgos. Pertenecía al seno de una familia inscrita en la baja nobleza castellana. Su padre, Diego Laínez, era un famoso hidalgo que había conseguido para Castilla las fortalezas de Ubierna, Urbel y la Piedra, encontrándose al servicio personal del infante don Sancho, primogénito del rey Fernando I de Castilla. El joven fue creciendo rodeado por las circunstancias que envolvían a un reino cuajado de intrigas, y muy pronto gozó del aprecio del infante, quien vio en el muchacho las cualidades que más tarde le harían uno de los principales protagonistas de su siglo. En 1062, sin haber cumplido 19 años, Rodrigo fue alzado a la categoría de caballero. Desde entonces, su brazo y espada sirvieron con absoluta lealtad al que tres años más tarde sería proclamado rey de Castilla tras fallecer Fernando I, el Magno. En 1066, el rey le nombró portaestandarte de los ejércitos castellanos. Precisamente, en estos años el nuevo abanderado de las huestes cristianas se ganó a pulso el apelativo de Campeador. Donde seguramente se hizo merecedor de este título fue en las guerras que Castilla libraba por tierras aragonesas y navarras con el fin de asegurar sus fronteras del este. Allí manejó con tanto ardor las armas que sus soldados le denominaron campi docto, maestro de armas en el campo de batalla. Tras la brumosa muerte del rey Sancho II (1072), se puso al servicio del nuevo soberano, Alfonso VI. En 1074 el monarca le concedió la mano de su prima doña Jimena, hija del conde de Oviedo, con la que tuvo tres hijos: Cristina, María y Diego, quien fallecería años más tarde combatiendo en la batalla de Consuegra. Gracias a la fuerza vital del rey Alfonso, el poder del nuevo reino de Castilla comenzó a presionar a los pequeños enclaves musulmanes que, a duras penas, se sostenían sobre la península Ibérica. Llegó un momento en el que el pago de impuestos fue lo único que impedía un desastre mayor. Los reinos de Taifas se habían convertido en vasallos de los reinos cristianos y estos, lejos de anexionárselos, se conformaban con la entrega de abundantes tributos (parias). La peculiar fórmula económica funcionó durante los cerca de 60 años que permanecieron vigentes dichos reinos. El propio Cid intervino en algunas disputas con ellos, lo que le granjeó profundas enemistades en su bando al recelar muchos caballeros del prestigio

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