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Teologia: Alejandro Labaka


Enviado por   •  6 de Septiembre de 2013  •  526 Palabras (3 Páginas)  •  402 Visitas

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Monseñor Labaka había nacido en Beizama el 19 de abril de 1920. Marcha al Seminario de Alsasua, Capuchinos, a sus doce años. Tras cursar 5 años de humanidades (bachiller) pasa al noviciado de Sangüesa el 14 de agosto de 1937. Profesa al año siguiente y se hace capuchino. Es ordenado sacerdote el 22 de diciembre de 1945. El 26 de agosto de 1946 va de misionero a Pingliang, China. Allí permanece hasta 1953. Seis años muy duros. Vuelve de nuevo a España, donde pasa un año.

Pide y es enviado misionero al Ecuador, a la selva del Aguarico. Allí pasa 33 años entre tribus indígenas. Es adoptado como hijo por la tribu de los Huaorani. Es consagrado obispo de la misión del Aguarico, Ecuador. Tras varias intentonas de entrar en una tribu aislada, inaccesible hasta entonces, Tagaeri, decidió él mismo, con la hermana Inés, aterrizar y entrar hasta el campamento de los Tagaeri. A los tres días volvió la avioneta. Aparecieron sus cadáveres en una senda alanceados. Los compañeros capuchinos José Miguel Godáraz de Osinaga (Navarra) y Roque Grández Lekunberri, de Alfaro, recogieron los cadáveres y las lanzas.

Gipuzkoa tiene que dar el merecido tributo a Alejando Labaka, gran hijo de nuestra tierra, y ponerlo en el pedestal de hombres ilustres y, además, indudable mártir cristiano. Ya el pueblo de Beizama tiene pensado, junto a la casa denominada apezetxea, dedicarle un monumento.

Es de recibo hacerle un digno homenaje. Desde aquí queremos hacer un llamamiento a autoridades e instituciones, para que declaren hijo ilustre y predilecto de Gipuzkoa a monseñor Alejandro Labaka, capuchino, erigiendo un monumento en su memoria.

Alejandro Labaka, Vicario de Aguarico, e Inés Arango, misionera, en la selva ecuatoriana.

El 21 de julio de 1987, el obispo capuchino Alejandro Labaka y la hermana Inés Arango, dos misioneros en la Amazonia ecuatoriana, fueron matados por las lanzas de los nativos huaorani. Frente a la explotación de los recursos naturales de parte de las grandes compañías petroleras, el obispo había priorizado la vida de las personas y defendido con coraje los derechos de las minorías indígenas. Paradójicamente, los indígenas, que se sentían acorralados, mataron a los dos misioneros que les ofrecían su apoyo.

En 1966 «aparecieron» los últimos restos de un pueblo indígena, y les llamaron los tetetes. Al poco tiempo, estos pocos supervivientes volvieron a desaparecer selva adentro. Pero el padre Alejandro Labaka, responsable de los capuchinos que se habían encontrado con los tetetes, tomó en serio este hecho y reflexionó sobre dicha circunstancia: «La sociedad no suele preocuparse mucho de los pueblos pequeños, tienen otros problemas y se olvidan de la gente de la selva... pero los misioneros debemos creer en el Evangelio, allí Jesús dice que dejó las 99 ovejas para buscar una; los que son pocos tienen tanto valor como los muchos; Jesús

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