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CAZADORES DE MICROBIOS


Enviado por   •  24 de Noviembre de 2013  •  2.639 Palabras (11 Páginas)  •  334 Visitas

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I

Theobald Smith fue un hombre que dio poderoso impulso a la humanidad, fue el primer capitán de los bacteriólogos norteamericanos y continua siéndolo.

Hacia 1890, hizo su aparición un joven, Theobald Smith, que dio la explicación de por qué el ganado vacuno del Norte, cuando es trasladado al Sur, enferma y muere a consecuencia de la fiebre de Tejas, y de por qué el ganado vacuno del Sur, aun estando sano, acarrea al ir al Norte una muerte misteriosa para el que está en la región. Theobald Smith redactó en 1893 un informe claro y preciso resolviendo el enigma, informe que no llegó a conocimiento del gran público y que se encuentra agotado, pero que sugirió una idea al fanfarrón David Bruce, insinuó cosas a Patrick Masón, hizo pensar a Grassi, el brillante e indignado italiano, inspiró confianza al norteamericano Walter Reed y a los oficiales y soldados que rehusaron pagas extraordinarias por haberse prestado a ser mártires de la investigación.

ll

En 1884 tenía Smith unos 25 años, era bachiller en filosofía de la Universidad de Cornell y doctor en medicina de la escuela de Albany, detestaba la idea de pasarse la vida diagnosticando enfermedades. El ejercicio de la Medicina le parecía un asunto ilógico y lo que apetecía era saber de las partes desconocidas, susceptibles. Aunque era medico quería hacer investigaciones científicas y anhelaba especialmente, participar en la caza de microbios. Al ingresar en la Escuela de Medicina de Albany, no encontró entre los doctores de la Facultad interés alguno por los bacilos: estos seres no habían sido aún tomados como blanco de los tiros curativos de la profesión médica, no se daba curso alguno de Bacteriología, y por aquel entonces sucedía lo mismo en todas las escuelas de Medicina de los Estados Unidos; más, a pesar de todo, Theobald Smith quería hacer ciencia, y sin tomar parte de las alegres borracheras y obscenidades científicas de los estudiantes de Medicina de tipo corriente, se consolaba estudiando al microscopio las entrañas de los gatos. En el primer trabajo científico que publicó acerca de ciertas peculiaridades anatómicas de las tripas de los gatos, hizo observaciones muy perspicaces, que fueron sus primeras armas como investigador.

Smith comenzó a dar caza a los microbios en el cuartito iluminado por una buhardilla, en el desván de un edificio oficial: pero como era eso precisamente lo que estaba deseando, dio comienzo a la tarea como si hubiera nacido con un jeringuilla en la mano y un hilo de platino en la boca. En un espacio de tiempo notablemente corto aprendió solo todo lo que era preciso, y empezó a hacer descubrimientos prudentes: inventó una vacuna de una especie nueva y curiosa, que no contenía bacilos, sino sus componentes proteínicos filtrados.

Ill

Smith tuvo que investigar las cuestiones que le ordenaba el doctor Salmon, Smith resolvía los acertijos que alarmaban a los labradores y ganaderos. Precisamente en aquellos días una enfermedad extraña, la fiebre de Texas traía seriamente alarmados a los ganaderos, los del sur, compraban ganado del norte que era soltado de los vagones a pastar en campos junto con bacas del sur perfectamente sanas.de repente, se desencadenaba una epidemia entre las vacas del norte. Dejaban de comer, perdían desenas de kilos al día, la orina tomaba un extraño color rojo, permanecían como atontadas con el lomo arqueado y los ojos tristes, y en pocos días todo el rebaño de vacas norteñas yacía en el campo con las patas tiesas. Lo mismo sucedía al enviar al norte terneras al sur, llevados a los campos norteños pastaban durante algún tiempo y a veces eran trasladados a otros puntos pero cuando se daba entrada a las vacas del norte en los campos donde habían pastado sus congéneres del sur empezaban a morirse a los treinta días. En todo el país reinaba gran excitación: entre los ganaderos del Norte y los del Sur había malas relaciones; en los centros de contratación de Nueva York se desencadenó el pánico cuando empezaron a morir por centenares las cabezas de ganado embarcado en los trenes con destino a los mataderos del Este. Había que hacer algo, los distinguidos doctores del Consejo Metropolitano de Sanidad se pusieron a trabajar para buscar el microbio causante de la epidemia, y, entre tanto, unos cuantos viejos ganaderos del Oeste, gente avezada, tenían su teoría, lo que podríamos llamar una conseja, nacida entre el humo de sus pipas, de sus conversaciones lamentando las desastrosas pérdidas de ganado. Decían que la fiebre de Tejas era producida por un insecto que vivía sobre las vacas, chupándoles la sangre; la garrapata.

Los sabios doctores del Consejo se rieron. ¡Las garrapatas causa de una enfermedad! ¡Qué un insecto motivase una enfermedad! Nunca se había oído cosa semejante: era anticientífico, era estúpido. Gamgee, una autoridad respetable, dictaminó: “Un poco de reflexión convencerá a cualquiera de lo absurdo de la idea”. Este Gamgee llevaba ya tiempo estudiando la fiebre de Tejas, y nunca había hecho mención de las garrapatas: los hombres de ciencia de todos los Estados abrieron gravemente los vientres de las vacas muertas y encontraron bacilos, pero no vieron ni una sola garrapata. - lo que propaga la enfermedad es el estiércol- decía uno

-está equivocado, es la sábila –decía otro

Pero el ganado seguía pereciendo.

IV

En 1888, el doctor Salmón dedicó a Smith, con Kilborne como ayudante y Alexander, a trabajar sobre la fiebre de Tejas, sin decirle nada acerca de las garrapatas: la única recomendación que le hizo fue: «Hay que descubrir el microbio».

Como material de Investigación sólo dispusieron aquel año de los bazos e hígados de cuatro vacas muertas de fiebre de Tejas, que llegaron a la buhardilla —laboratorio caliente como un horno, procedentes de Virginia y Maryland, y acondicionados con hielo en unos recipientes. Theobald Smith poseía lo que faltaba a todos aquellos doctores ofuscados y veterinarios fracasados: sentido común. Enfocó el microscopio sobre diversos trozos del primer ejemplar de bazo, y descubrió muchos microbios, un verdadero parque zoológico: pero al olfatear aquel bazo arrugó la nariz: olía mal, estaba echado a perder. Sin pérdida de momento envió telegramas a los ganaderos, recomendándoles extrajeran las entrañas a los animales inmediatamente después de morir, y que, acondicionadas con hielo, las remitieran al laboratorio por la vía más rápida. Así lo hicieron, y en el primer bazo que examinó no encontró microbio alguno, y sí únicamente una gran cantidad de glóbulos rojos misteriosamente destruidos. Theobald Smith decidió ir en

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