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Cazadores De Microbios


Enviado por   •  17 de Septiembre de 2014  •  706 Palabras (3 Páginas)  •  186 Visitas

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Capitulo 7

LOS SOLÍCITOS FAGOCITOS

La caza de microbios siempre ha sido un asunto irregular y extravagante. El primer hombre que vio los microbios fue un conserje sin instrucción adecuada. Un químico los puso en el mapa, y consiguió que la gente les tuviera miedo. Un francés y un alemán sacrificaron montones de conejos y conejillos de Indias, para proteger la vida de los niños contra el veneno segregado por uno de los microbios más mortíferos. La caza de microbios ha sido una serie de estupideces asombrosas, de intuiciones hermosas, de paradojas insensatas.

Elías Metchnikoff, fue un judío nacido, en el sur de Rusia en 1845 Metchnikoff siempre buscaba su propia superación, después de largas jornadas de estar despierto y que la gente lo tomara como loco Metchnikoff con un viaje al mar e investigar las células de una estrella de mar se dio que tenía unas células errantes del cuerpo de las larvas de las estrellas de mar; esas células comen los alimentos, engloban las partículas de carmín, pero también deben de comerse los microbios. Nuestras células errantes, los glóbulos blancos de nuestra sangre, deben ser las que nos protegen contra los microbios invasores, son seguramente la causa de nuestra inmunidad a las enfermedades, son las que impiden que la raza humana sucumba ante los bacilos maléficos. Haciendo equilibrios para ir viviendo, se apresuró Metchnikoff á trasladarse a Viena para dar a conocer su teoría de la inmunidad, fundada en que nuestros cuerpos poseen células errantes que destruyen los microbios.

El nombre que le puso a las células que destruyen los microbios fue: Fagocitos Fagocito significa en griego célula que come.

Capitulo 11

EN INTERÉS DE LA CIENCIA Y POR LA HUMANIDAD Con la fiebre amarilla fue distinto, no hubo disputas. Todo el mundo está de acuerdo en que Walter Reed, jefe de la Comisión para el estudio de la fiebre amarilla, era un hombre cortés e intachable, indulgente y lógico; no cabe la menor duda de que tuvo que arriesgar vidas humanas, sencillamente porque los animales no contraen esta enfermedad.

La extinción de la fiebre amarilla fue obra de la gran lucha conjunta sostenida por una camarilla extraña. La inició un viejo muy singular, adornado con amplias patillas, el doctor Carlos Finlay, quien hizo una conjetura estupendamente acertada, a pesar de que como experimentador era un chambón, y de que todos los cubanos y médicos eminentes le tenían por un teórico chiflado. Lo cierto es que todo el mundo sabía exactamente cómo combatir la fiebre decían: hay que fumigar las sedas, telas y objetos pertenecientes a las gentes, antes de que abandonen las ciudades infectadas de fiebre amarilla; otros opinaban: eso no basta, hay que quemarlas, enterrarlas, destruirlas por completo, antes de que

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