Drogas y Adicción - El Control que Atomiza
Andrés TorresEnsayo2 de Abril de 2018
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UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA
SECRETARÍA
SUBPROGRAMA DE ADMISIÓN INTEGRAL
PROGRAMA SAMUEL ROBINSON
COMPRENSIÓN Y PRODUCCIÓN TEXTUAL II
TEXTO ARGUMENTATIVO (Ensayo)
CARACAS, JULIO DE 2017
Autor: Torres, Andrés
Drogas y Adicción: El Control que Atomiza
Tema: Teorías de la adicción y su implicación política y social.
Tesis: Las drogas son usadas como un método de control político y social.
Tipo de Investigación: Investigación explorativa.
Diseño de la Investigación: Diseño documental.
“El hombre es el lobo del hombre”
La política es entendida por García Pelayo (1999) como un devenir constante de tensiones, conflictos y luchas, justificadas a partir de una “idea o sistema axiológico” que caracteriza a los elementos en pugna.
Estos antagonismos y tensiones permanentes son vistos desde la óptica de la teoría de las élites (Baras, 1991) como una situación en la que los hombres, en su constante búsqueda por el poder, se dividen en masa (una mayoría desorganizada, de ambiciones dispersas e individuos atomizados e incultos), y élite (una minoría organizada que posee conciencia de grupo, cohesión, que conspira para permanecer en el poder y que busca la materialización de sus intereses dominando al colectivo).
Una empresa tan ambiciosa en tiempo y espacio necesita, por consiguiente, del aprovisionamiento que la cúspide del sistema político y económico pueda significar para los miembros de la élite, puesto que a partir de estas posiciones privilegiadas en la sociedad es que se obtendrán nuevas dimensiones para el despliegue efectivo de la voluntad de la clase dominante, la cual persigue la subordinación y sujeción del colectivo a los mandatos de la minoría que gobierna.
¿Drogas buenas y drogas malas?
Es a partir del reconocimiento de las alternativas que la clase dominante posee para prolongar su estadía en el poder, que sostengo que la lucha contra las drogas es un “tapadero” para los objetivos políticos y sociales que los Estados Nacionales poseen dentro y fuera de sus fronteras. Entre todas las estrategias posibles para la élite, las drogas son parte de un gran subconjunto de las formas en las que el sistema político existe, se adapta y es capaz de reformarse.
Sólo basta con observar la evolución histórica de la perspectiva jurídica, política y “popular” en relación a los adictos, a la adicción y al objeto de adicción mismo para corroborar cómo, en un juego de duplicidad entre perjuicio y beneficio, se publicitan cosmovisiones y fundamentos éticos que se debaten entre la bendición farmacológica que las drogas pueden significar por su uso médico, lúdico, terapéutico o su relación con la productividad (como en el caso de la marihuana medicinal, el café, la nicotina o de la medicación para los pacientes con déficit de atención), y la maldición que representan la adicción y el daño permanente que vendrá proscrito según sea la dosis de la sustancia frecuentada, ya sea que se ocasione por los grandes “monstruos” que encarnan en la cocaína, la heroína o el crack, o en las pastillas que pueden ser vendidas sin récipe. No obstante, no es mi intención adelantarme a los hechos.
Comencemos por lo primero: la adicción. ¿Qué genera la adicción a las drogas? Podemos dar luces en este asunto destacando como Wise, en 1999, sostiene que la adicción “es una conducta motivada a la gratificación”; los adictos a las drogas (como también ocurre con los adictos al sexo, al despilfarre del dinero o a la comida chatarra, por ejemplo) generan un comportamiento de adaptación que no cesa en su búsqueda de recompensa continua, que vela no por la satisfacción de necesidades fisiológicas, sino por la estimulación consecuente con las ansias de recompensa. El adicto se hace dependiente a mantener sus hábitos de administración autoestimulantes, típicos del refuerzo positivo (que interpreta a la obtención de estados de placer y/o euforia como uno de los mecanismos para consolidar hábitos).
La adicción como mecanismo de control, dominio y persecución
Pero, ¿qué podría causar la adicción en un individuo, o en un grupo de individuos pertenecientes a una comunidad en particular? Deberíamos comenzar con la siguiente aseveración: las adicciones son una consecuencia existencial ante la vida, es decir: parten del problema de que las coyunturas familiares, psicológicas, políticas y educacionales predisponen al ser humano a buscar causalidad para su vida en actividades que le permitan sentirse con suficientes razones para ser y para hacer (Cañas, 2008), así se trate de conductas autodestructivas que aíslen de la realidad.
Podría decirse entonces que las adicciones “despersonalizan”, pues hacen del hombre un dependiente, un adicto, un usuario, un consumidor… Que en algún momento fue hombre y ya no lo es, o al menos eso parece. Con este grave hecho colabora el lenguaje académico y las investigaciones académicas, puesto que han potenciado de forma deliberada esta despersonalización al relativizar al hombre y priorizar su condición, debido a la herencia separatista sujeto-objeto Cartesiana, que sigue haciendo estragos en la individualidad de aquellos que han caído en la esclavitud de los fármacos y de los estupefacientes, ya que parece afirmar sistemática e inexorablemente, que la adicción integra la constitución del hombre.
En cuanto a la responsabilidad del medio y del libre arbitrio en materia de las causas fundamentales de la adicción, el individuo tiene su parte de la “culpa”: nuestro historial evolutivo ha diseñado a nuestros cerebros para tener mecanismos de segregación y recepción de químicos que ocasionarán placer al momento de recibir una recompensa alimentaria o satisfacción sexual, por ejemplo, y estas vías “de recompensa” cerebral son las que más relevancia tienen a la hora de desarrollar hábitos adictivos. A esto se opone Alexander (2000), y nos expone que:
“la evidencia actual de la adicción a las drogas por exposición viene de 1), testimonios de los adictos que han interactuado con las drogas y afirman que estas les han hecho perder el control, y 2), de algunas altamente técnicas investigaciones en laboratorios hechas a animales”.
Alexander piensa que la adicción inducida por las drogas tiene raíces
profundamente escondidas en nuestro acervo cultural, y critica el hecho de que, por más de un siglo, nuestras políticas antidrogas (en el hemisferio occidental) se han centrado en esta teoría sin fundamentos científicos sólidos de la adicción “por exposición a la sustancia”.
Entre estas “altamente técnicas” investigaciones llevadas a cabo en laboratorios, destaca una hecha a mediados del siglo XX, que ubicó a 2 ratas en una jaula espartana, de 30cm por 30cm, y las dotó de dos dispensadores de agua: uno con pequeñas cantidades de cocaína o heroína, y otro totalmente lleno con agua. La investigación demostró cómo, luego de varios días de consumo de las ratas, “estas siempre preferían el agua adulterada, y casi siempre morían por sobredosis con bastante rapidez” (Hari, 2015).
En el año 1978, Alexander se dispone a refutar el reduccionismo de este experimento de la siguiente manera: creó un “parque para ratas” abierto de 8 metros cuadrados, con suficiente espacio para la cría de ratas, áreas especialmente dispuestas para la reproducción, el descanso y el juego, y muy buena comida. Hari (2015) nos comenta que esta jaula especializada “era una especie de paraíso para ratas en el que se disponía de comida, bolas de colores y un montón de ratas amigas con las que se podía tener mucho sexo, así como dos botellas” con agua limpia y adulterada a partes iguales. Sorprendentemente, no se presentaron decesos engendrados por las sobredosis o la desnutrición: a las ratas no les gustaba el agua “drogada”, y casi nunca la utilizaban.
Esto nos da una nueva visión acerca de la verdadera naturaleza de la adicción: el medio ambiente tiene un papel más que providencial en el desarrollo de conductas autodestructivas y hábitos adictivos, y pareciera que la adicción “no es causada por las propias drogas, por su química, sino por una sensación de aislamiento y desconexión del adicto. No son las drogas, es la jaula” (Hari, 2015). No es el consumo, “es el estrés (que) puede desempeñar un papel fundamental y complejo en la autoadministración de droga y en la reincidencia en la autoadministración” (Wise, 1999).
¿Cómo es posible que por más de 100 años de lucha contra las drogas y de activismo político-social anti vicio aún no hayamos caído en cuentas de los hallazgos de Bruce Alexander en el año 1975? Sencillo: a través de la penalización de algunas drogas, el mercado negro y preponderantemente monopolista del narcotráfico puede incidir con mayor fuerza en aquellas comunidades objetivo de la clase política, marginando a sus habitantes a la delincuencia y el caos resultante de la descomposición de la sociedad que les imposibilitará salir del medio ambiente coercitivo en el que conviven.
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