EL HOMBRE Y EL MEDIO AMBIENTE. CRECIMIENTO DE LA POBLACION HUMANA
jamirospinoTrabajo24 de Noviembre de 2015
10.699 Palabras (43 Páginas)231 Visitas
1. EL HOMBRE Y EL MEDIO AMBIENTE
Después de estudiar los registros históricos de nuestro tiempo, las generaciones que poblarán este pequeño planeta en el futuro muy probablemente llegarán a concluir que sus antepasados del siglo XX habían perdido el juicio. Es decir -según el diccionario- su capacidad de distinguir el bien del mal, lo verdadero de lo falso. No les faltarán argumentos para sustentar esta tragicómica hipótesis, pues, es un hecho reconocido que las sociedades contemporáneas se desenvuelven bajo el signo de la sinrazón.
Al declinar el milenio, la especie humana se asemeja a una tripulación que ha perdido su brújula y divaga extraviada en un océano de confusión y desesperanza. La aldea global navega a la deriva hacia un horizonte oscurecido por sombríos nubarrones. Los truenos -que ya se escuchan con claridad- presagian una desagradable tormenta. Agotamiento de los recursos, deterioro del medio natural y humano, cambios climáticos, desempleo y miseria crecientes, recrudecimiento de conflictos bélicos regionales y la aparición de nuevas enfermedades y plagas son la parte visible de un peligroso témpano, que se aproxima, amenazante. Las características y amplitud de los hechos permiten suponer que no se trata de una coyuntura convencional. Por ello, sería ingenuo y hasta arriesgado pensar que será superada con los argumentos políticos y económicos a los que históricamente ha acudido la humanidad para resolver sus conflictos.
"Vivimos el momento en que es necesaria una nueva síntesis. El que no comprenda esta necesidad, no podrá comprender a fondo los problemas del hombre de nuestra época", señalaba con visionaria lucidez Ernesto Sábato en su ensayo Hombres y Engranajes, publicado en 1951. Medio siglo más tarde, las inquietudes del maestro argentino resultan especialmente válidas; al aproximarnos al punto culminante de una crisis que podría arrastrar la especie humana al agujero negro de la involución o –quizá- de la extinción. ¿Por que no?. Después de todo, la extinción de especies que no se adaptaron oportunamente a los cambios que sufre la biosfera en forma continua es un hecho corriente en la agitada historia del planeta Tierra.
Y es que la crisis que se ha incubado en el siglo XX no registra precedentes históricos conocidos. En el pasado, grandes civilizaciones desaparecieron para darle paso a otras nuevas. Pero, la especie humana como tal, nunca se encontró amenazada en su conjunto. A diferencia del presente, cuando fenómenos como el debilitamiento de la capa de ozono, el aumento de la temperatura promedio de la tierra, el cercano déficit global de agua y alimentos y los efectos de las armas de destrucción masiva, representa una amenaza para toda la humanidad. Es conocido que el actual arsenal nuclear –por si solo- tiene la capacidad de exterminar varias veces a la población mundial.
La actual encrucijada adquiere nuevos matices cuando es analizada en el marco de la evolución; el enigmático proceso de cambio que conduce a estructuras cada vez más complejas. Sobre la Tierra todo evoluciona: la Biosfera, los ecosistemas, los árboles, los hombres, las hormigas. Todo fluye, decía Heráclito, solo el cambio permanece. El microbio humano no percibe esta dinámica ya que su tiempo es imperceptible comparado con el tiempo que se toma el proceso evolutivo.
La prosperidad y posterior decadencia de los pueblos puede llevarnos a pensar que los acontecimientos tienen un carácter cíclico. No hay que olvidar, sin embargo, que la historia y la prehistoria humana representan un porcentaje muy pequeño del tiempo transcurrido desde que los primeros homínidos empezaron a caminar erguidos sobre la tierra. Por supuesto que el tiempo humano parece aun más insignificante cuando se le compara con el que ha pasado desde que los primeros unicelulares se agitaron en una espesa laguna costera. La progresiva complejidad que se observa al comparar los primitivos organismos, con los recién llegados a la Tierra, es uno de los argumentos que se esgrime para señalar el sentido ascendente que sigue el camino de la evolución.
Es un camino sembrado de periódicas y profundas crisis que generalmente se traducen en la desaparición de unas especies y en el avance de otras, mejor dotadas para sobrevivir a los cambios. Así, la crisis ambiental que produjo la extinción de los dinosaurios y otras especies a finales del Cretácico, hizo posible la evolución de los mamíferos y la posterior aparición de los homínidos. Esa, fue la ultima de las cinco grandes extinciones que han afectado la flora y la fauna planetaria en los últimos 500 millones de años. Los científicos creen que la tasa de extinciones que se ha registrado en el siglo XX solo puede ser comparada con la ocurrida en estas grandes extinciones del pasado. A diferencia de las anteriores, esta sexta extinción global no está asociada a factores “naturales” –como la caída de un asteroide o erupciones volcánicas masivas- sino que es el resultado de las acciones humanas.
Las sociedades tecnológicas han destruido –en un siglo- sistemas naturales que tomaron millones de años en alcanzar su configuración. Así que muchos se preguntan ¿Podrá la humanidad adaptarse oportunamente a los drásticos cambios ambientales que ella misma ha generado? No puede descartarse que Homo sapiens sea una de las víctimas de las bruscas modificaciones que la misma especie ha introducido en el entorno terrestre.
Muchos científicos piensan que la especie humana es la única –del reino animal- capaz de crear representaciones mentales de lo que fue su pasado y de imaginar cómo será su futuro. Es esta facultad de imaginar la que hace posible que las cosas ocurran en el mundo humano. Para construir un edificio, por ejemplo, es necesario que exista –antes que todo- un arquitecto que desarrolla en su mente una imagen del mismo. Mas tarde, lleva su idea a un plano y éste le servirá de guía a los ingenieros que hacen las memorias de cálculo y a los encargados de construir la obra. Todo lo que ocurre en el mundo humano sigue este proceso: primero la imagen mental, más tarde la planificación en el papel o computador y después la acción. Así que la base de todo el desarrollo humano es esa primera imagen mental. Es esa capacidad de imaginar la que le permite al Homo sapiens construir su propio camino hacia el futuro. O, hacia el no futuro, pues este formidable don puede ser utilizado en la construcción de amables utopías pero también de apocalípticos infiernos. De alguna manera, el futuro será como decidamos que sea.
Muchos piensan –entonces- que la decisión sobre el rumbo a seguir le corresponde al elemento humano. No es una decisión sencilla, pues, un paso en la dirección correcta probablemente lo llevará a un estado superior en la evolución intelectual. Pero, un paso en el camino equivocado, puede hacerlo caer en un proceso de involución que podría regresarlo al neolítico o, en el peor de los casos, propiciar su desaparición como especie.
Su situación podría compararse con la de un individuo que comanda un barco a través del océano. Si este hombre sabe de corrientes marinas y de vientos, si sabe leer las estrellas, le resultara sencillo determinar hacia dónde avanzar. Una vez tomada la decisión, y si sabe manejar su embarcación, logrará llegar a su destino a salvo. Pero, si no conoce el mar y las estrellas y tampoco sabe maniobrar su nave, sus posibilidades de salir con vida son precarias. De igual manera, las posibilidades que tiene el Homo sapiens de superar la actual crisis aumentarán o se reducirán de acuerdo al conocimiento que posea de las leyes que rigen en la biosfera y de la capacidad que tenga para vivir según esas leyes. Estas leyes, olvidadas por las sociedades adictas al consumo, son cuidadosamente cultivadas por los pocos depositarios de las antiguas fuentes de sabiduría.
Los indígenas Kogi de la Sierra Nevada de Santa Marta, por ejemplo, son los guardianes de un interesante legado cultural que hoy tiene una sorprendente vigencia. Para ellos, el principal propósito de la existencia no es amasar dinero o subir en la escala social; es aprender. Aprender sobre todo las leyes de la naturaleza. "Conociendo las leyes de la Madre Tierra, se puede vivir según ellas. Así, la Madre nunca se enojará y cuidará siempre de sus hijos", enseñan los descendientes de los legendarios Tayrona. El estudio de las leyes de la Madre Tierra es –en su más amplia acepción- el objeto de la ecología.
Para algunas de estas antiguas culturas, el planeta Tierra no es una masa inerte de gases y minerales sino el cuerpo físico de un poderoso espíritu. El británico James Lovelock, con base en observaciones de la atmósfera terrestre y de los planetas cercanos, llegó a conclusiones similares. Según el antiguo asesor de la NASA, la Tierra, Gaia, se comporta como un ser vivo -dotado de conciencia- que posee sus propios mecanismos de sustentación y supervivencia.
Estos mecanismos han hecho posible que la Tierra supere catástrofes ambientales mucho más importantes que las que podría ocasionar el microbio humano. Los científicos estiman que la energía liberada al caer sobre la superficie terrestre, un asteroide de 10 kilómetros de diámetro, es equivalente a 10.000 veces la que se liberaría si se hace detonar todo el arsenal nuclear mundial. Y la Tierra, y la vida que alberga, han sobrevivido al impacto de numerosas rocas caídas del espacio. De ahí que muchos piensan que si la humanidad tiene éxito en su empresa destructora, y ocasiona una catástrofe ambiental de gran magnitud, la vida sobrevivirá y reiniciará –una vez más- un proceso evolutivo, a partir de algunas células microscópicas, en alguna remota laguna costera. Si tal catástrofe ocurriera representaría el fracaso de la especie humana, no la extinción de la vida sobre la Tierra.
...