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Economia Como Ciencia Social

jcmt220625 de Noviembre de 2012

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Introducción

A diferencia de las ciencias experimentales, la economía se enfrenta a fenómenos caracterizados por un menor grado de uniformidad o constancia, con los que es muy difícil realizar experimentos controlados. Por ello, las leyes de la economía son leyes empíricas: se basan en la experiencia y tienen un grado de generalidad menor que las leyes de la física. Dada la posibilidad de comprensión empática de los fenómenos económicos y la confusión entre el sujeto observante y el objeto observado (se supone que los economistas son seres humanos y que la economía se ocupa del comportamiento de esa especie) la mera elección de una muestra de fenómenos, de entre un infinito número de observaciones posibles, significa establecer una teoría, de tal manera que los hechos están impregnados de conceptos, controlados por hipótesis que no permiten posibles observaciones contradictorias, contaminados por valores estéticos, morales, religiosos, políticos o ideológicos, y contaminados por los intereses personales de los propios economistas. Y mientras que en las ciencias experimentales se puede aislar a los individuos o átomos de una sistema para, a partir de ellos, explicar la realidad, en la ciencia económica este individualismo o atomismo metodológico está restringido por la dificultad que supone aislar a los individuos de su contexto general, especialmente debido al proceso de socialización o reproducción social por el que todos los humanos pasan, mediante el aprendizaje de las normas sociales, por un largo período de dependencia, primero biológica y luego económica, hasta convertirse en miembros independientes de una sociedad. Puesto que la economía es una ciencia social, la historia del pensamiento económico estudia algo más que la mera evolución de la corriente principal de la teoría económica que ha tomado como modelo de ciencia a la física.

Estudia las teorías alternativas, las corrientes heterodoxas que han sido influidas por otras ciencias como la biología, la historia o la sociología. Se ocupa del aspecto explícitamente normativo de la economía (es decir, el que se refiere a cómo deben ser los hechos, en conexión con la ética, que ha sido una parte fundamental en la historia de la disciplina) y de desvelar los supuestos implícitos (y que a menudo son normativos) de una buena parte de la economía positiva la que supuestamente se ocuparía de hechos sin establecer juicios de valor). La historia del pensamiento económico analiza, también, el arte de la economía (la política económica, que relaciona las fuerzas económicas con el entorno general), que ha sido objeto de atención preferente de determinadas escuelas de pensamiento económico en el pasado. En definitiva, la historia del pensamiento económico combina la reconstrucción racional de la teoría económica (que estudia las teorías del pasado a la luz de los avances posteriores) con la reconstrucción histórica de la misma (teniendo en cuenta el contexto del momento y las intenciones de los economistas que formularon las teorías).

Orígenes

Preceptos iniciales partieron de la preocupación por el ser humano, su comportamiento, las relaciones y factores que determinan los intercambios y los elementos culturales que determinan los distintos modos de producción, de organización, relacionamiento, preferencia y consumo. Las primeras definiciones que se hicieron sobre la Economía la relacionan con el estudio de las actividades que entrañan transacciones con dinero o sin él, se habla de la elección y se afirma que estudia no solo los negocios lucrativos sino el disfrute de la vida y las distintas posibilidades de organización para el consumo y la producción. Es decir, se afirma que el hecho económico tiene que ver con relaciones e intercambios, que no necesariamente son monetarios.

Es durante los procesos de construcción del paradigma del mercado y la consecuente mercantilización de las cosas; que los bienes, los servicios, e incluso las ideas, se consideran como “mercancías”, cambiando, su significado y valor. Esta concepción implicó que el análisis de los procesos para la producción, distribución y consumo de los bienes que tienen como fin satisfacer necesidades (como el hambre o el frío), fuera separado, bajo la forma de “sistema económico”, del estudio de los procesos inherentes a aquellos bienes y servicios que sirven para expresarnos y comunicarnos con los demás en un contexto social. Una de las premisas más importantes de este paradigma constituye la preeminencia de la Física y las Matemáticas sobre las demás ciencias, hecho que apoyó los postulados del equilibrio general y de la escuela monetarista, según las cuales el análisis económico puede resumirse en ecuaciones.

Si es claro que la economía, o al menos el “hecho económico” es un proceso social en el que intervienen los valores, los significados y las capacidades, y en el que sus resultados dependen de una serie de relaciones que pasan por el poder, se comprende la afirmación de Sahlins de que “la economía es el principal ámbito de la producción simbólica”.

Lo que queremos decir con esto es que es en la economía donde se reflejan efectivamente las prioridades que las sociedades y sus gobiernos asignan. Según el mismo Sahlins, la importancia del tema no estaría en que el sistema económico se salve de la determinación simbólica, sino en el hecho de que el simbolismo económico es estructuralmente determinante.

Para nosotros, el estudio de la Economía de la Cultura constituye una poderosa herramienta crítica al tratamiento clásico y neoclásico de lo económico y al hecho consecuente que ha despojado a la economía de su origen y contenido social.

Los paradigmas no son neutrales. Bajo sus principales teorías y conceptos, influencian la forma de ser, sentir, pensar, hacer y hablar de las personas. Un paradigma condiciona un modo de vida y la idea del “desarrollo” tampoco es neutral. Constituye un conjunto de postulados teóricos que a la vez que representan determinados intereses e intenciones, contienen, portan y transmiten símbolos, códigos y asignaciones culturales. Al adoptar un paradigma, adoptamos sus significados y existen paradigmas dominantes, construidos para sustentar, a su vez, determinados modos de interpretación de lo que debe ser el mundo y la existencia en él.

Bajo el paradigma del mercado, en el cual se encuentran los enfoques de crecimiento económico y desarrollo humano, la sociedad industrial construyó una coherencia para su modo de producir y consumir. Sus indicadores son formulados desde el Primer Mundo y responden al modelo de ser humano impuesto por la cultura occidental en la que, bajo ciertos modelos de “interculturalidad”, se advierte la existencia de una relación entre diferentes, tolerando, o incluso respetando los desacuerdos en aspectos formales (como ciertas expresiones artísticas), pero se imponen explícita e implícitamente los acuerdos y conceptos de la actividad económica configurando el mercado, la producción, el consumo, la utilidad, la competitividad y la acumulación de capital y ganancia. De esa manera, la identidad cultural del otro, aunque mantenga sus particularidades de forma, es irrespetada en el fondo, al tener que asumir códigos de organización e intercambio ajenos. Esto sucede en términos individuales, pero también en términos macro, y se refleja en las políticas económicas y sus prioridades, que definen como áreas estratégicas a la defensa, las actividades de extracción, la vialidad y la obra pública; lo que reproduce ad infinitum los roles asignados a las naciones en la matriz de producción e intercambio global (comercio exterior), según la premisa de las ventajas comparativas.

A partir de la década de los ‘60, economistas norteamericanos comenzaran a interesarse en el tema de la economía y la producción cultural, añadiendo además un nuevo actor al análisis al referirse al papel que debería jugar el estado. Estos estudios se reflejan en “El dilema económico de las artes escénicas”, de W. Baumol y W. Bowen, publicado en la década de los ’70. La importancia del sector en la producción nacional fue señalada por primera vez por la Universidad de Standford en 1974. Bajo un enfoque de “industria de la información”, se indicó que este sector es el principal indicador en cuanto a empleo y producción (PIB) en Estados Unidos durante la época del capitalismo avanzado. Pero es a partir de los ’80, con los aportes de la sociología y la economía política, que las reflexiones teóricas y los estudios empíricos a este respecto, coinciden en que su objetivo es “comprender el funcionamiento material de la cultura”.

Para nosotros, y considerando que este es un concepto en construcción, la Economía de la Cultura hace referencia a las relaciones que se suceden en los complejos procesos de creación, producción, circulación y ‘consumo’ de bienes y servicios culturales que contienen, transmiten y reproducen contenidos simbólicos. Concebimos a la Economía de la Cultura como un espacio que reconoce la dimensión económica de las actividades culturales (de lo cultural), pues para su realización se requiere de una serie de intercambios que implican de transacciones que se traducen en un flujo económico real y muchas veces monetario, pero que hace referencia también al contenido cultural de lo económico.

La producción cultural requiere de trabajadores e insumos, que van desde los creadores y artistas, hasta la construcción de escenarios, confección

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