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El Método Científico


Enviado por   •  9 de Junio de 2021  •  Ensayos  •  2.296 Palabras (10 Páginas)  •  97 Visitas

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Republica bolivariana de Venezuela

Instituto Universitario Politécnico “Santiago Mariño”

Extensión

“Cabimas-Zulia”

El Método Científico.

Realizado Por:

Yeison Zara

C.I: 30.187.480

  1. ¿Que es el “Método Científico”?

En la actualidad existen varias definiciones referentes al método científico.

   Según el Oxford English Dictionary, El método científico es: “Un método o procedimiento que ha caracterizado a la ciencia natural desde el siglo XVII, que consiste en la observación sistemática, medición, experimentación, formulación y el análisis y modificación de las hipótesis.

Las principales características de un método científico valido son la falsabilidad, y la reproducibilidad y repetibilidad de los resultados, corroborada por revisión por pares. Algunos tipos de técnicas o metodologías utilizadas son la deducción, la inducción, la abducción, la predicción, entre otras.

  1. Alcances y límites del método científico.

   Hasta ahora hemos pasado revista a las abundantes y variadas ventajas del conocimiento y método científicos. Llegado es el momento de que examinemos también sus inconvenientes y limitaciones. Haciéndolo así alejaremos el peligro de caer inadvertidamente en un triunfalismo desmedido, así como de extender su aplicación a regiones donde la prudencia lo desaconsejaría. Dicho esto, nos encontramos con dos limitaciones principales a nuestra confianza en la ciencia, a saber: la validez de la inducción, la legitimidad de inferir cosas no experimentadas a partir de las experimentadas y, por último, el carácter abstracto de la información obtenida científicamente. Digamos algunas palabras sobre cada una de ellas.

Comencemos con la inducción y sus problemas. En realidad es el postulado central o, si acaso, uno de los más importantes− de la ciencia en cuanto a tal y puede adoptar diversos enunciados. En cualquier caso, la esencia del mismo expresa nuestra creencia de que a una correlación de acontecimientos que se ha encontrado verdadera en cierto número de casos y falsa en ninguno, puede atribuírsele, como mínimo, un cierto grado de probabilidad de continuar siendo verdadera en lo sucesivo.

Inducción). Si a esto añadimos que el proceso inductivo es condición indispensable, no ya de la ciencia, sino de todo conocimiento empírico, comprenderemos la magnitud y complejidad del problema. Sea como fuere, la inducción parece, en cierto modo, una premisa necesaria de todo conocimiento humano general y por ello, en tanto que su validez resulta confirmada repetidamente por la experiencia, habremos de aceptarla aun con todas las salvedades y reservas que se quiera.

La necesidad de inferir cosas no experimentadas a partir de otras que sí lo son, constituye el segundo escollo metodológico de la ciencia. No cabe duda de que los datos sensibles inmediatos (los percibidos por la vista, el tacto, el oído...) representan los elementos más firmes y seguros del conocimiento empírico de cualquier individuo. Podemos cuestionar todo lo que no experimentamos, más no lo que directamente vemos, oímos y tocamos. Tal vez nuestras percepciones estén equivocadas, pero es indudable el hecho de que percibimos algo. Y es a partir de esos datos sensoriales como construimos, acertadamente o no, todo nuestro conocimiento acerca de los objetos físicos de la experiencia cotidiana (árboles, mesas, sillas, etc.), así como de los conceptos científicos (campos, ondas, partículas, etc.). Parece lógico que, puesto que los datos sensibles forman la base más sólida de nuestro conocimiento empírico, y dado que la ciencia busca describir fidedignamente la naturaleza, fuese deseable fundamentar nuestro conocimiento del mundo únicamente en conjuntos de datos empíricos más o menos complicados. De lo que se trataría, pues, sería de interpretar los enunciados físicos (cotidianos y científicos) como abreviaturas de otros enunciados más largos en los que sólo se habla de datos sensibles.

La inducción resulta ser, hasta donde alcanza nuestro conocimiento, un principio extralógico cuya única justificación descansa en su propio éxito. A pesar de todas las tentativas emprendidas, no ha podido lograrse ninguna validación del postulado más allá de la evidencia de que funciona razonablemente bien. De hecho, la inducción debe admitirse, no porque exista algún argumento decisivo en su favor, sino porque parece consustancial a la misma ciencia y no deducible de ningún otro principio muy diferente de ella misma (todos los intentos de probar teóricamente la inducción han conducido al uso de principios tan indemostrables o más que la propia Sin embargo, los esfuerzos de los partidarios de esa tesis, los llamados “fenomenistas” o “fenomenalistas”, no se vieron coronados por el éxito. La construcción lógica de nuestro conocimiento empírico como una serie de grupos organizados de datos sensibles, se tropezó pronto con serias dificultades. Para evitar incongruencias teóricas del tipo de las que indujeron a numerosos filósofos clásicos a declarar que “nada existe” (afirmaciones éstas tan apreciadas por los amantes del absurdo), se hizo necesario aceptar, no sólo los datos sensibles directos de una sola persona, sino los de todos los individuos y, más tarde, todos los datos posibles aunque no fuesen captados en la práctica por nadie. Tal vez no nos satisfaga demasiado que en la construcción del conocimiento científico que un individuo puede poseer, sea menester contar con las sensaciones de otros individuos de las que, en rigor, no tenemos ninguna garantía e incluso datos sensibles no percibidos por nadie, aun cuando en principio sea posible percibirlos. No obstante, algo así resulta una exigencia tan incómoda como ineludible si de veras deseamos edificar la clase de teorías eficaces e imponentes con que nos provee la ciencia.

El último punto que vamos a tratar es el referido al carácter abstracto de la información sobre el mundo que la ciencia es capaz de proporcionarnos. La discusión de este asunto ha levantado tradicionalmente una considerable polvareda entre físicos, filósofos y psicólogos, en razón del flagrante contraste entre el contenido de nuestras percepciones y lo que nos dice la ciencia sobre ellas. Tomemos, por ejemplo, el caso de la luz. La física nos explica que la luz es un conjunto de ondas electromagnéticas que se caracterizan por su longitud de onda (o su frecuencia), y se propagan por el espacio según leyes diferenciales bien definidas. Empero, nada tiene que ver esto con las sensaciones visuales a las que nosotros llamamos colores. La descripción en términos de ondas o frecuencias puede parecer artificial o ridícula a quien ha contemplado el azul profundo del mar, el sol rojo del atardecer y el verde reluciente de la hierba fresca. Tanto es así que nos resulta de todo punto imposible que un ciego de nacimiento adquiera el concepto del cromatismo que disfrutamos quienes podemos ver los colores. A lo que sólo es asimilable por quienes experimentan directamente los fenómenos −en nuestro caso, el color de la luz−le llamaremos cualidades sensibles. Así, el problema de la abstracción científica se reduce a que ésta priva a los fenómenos de las cualidades sensibles por las cuales los reconocemos y nos resultan familiares. Y esto precisamente es lo que nos parece absurdo e inaceptable.

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