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LAS IMPLICACIONES DEL DARWINISMO

hofner12 de Noviembre de 2013

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INTRODUCCIÓN

La incorporación del pensamiento y la metodología de la ciencia a la mayoría de las actividades humanas son responsables de los grandes avances científicos y tecnológicos que la humanidad ha experimentado durante los últimos siglos. En contraste, y a pesar de los 150 años de la aparición del Origen (Darwin, 1859), resulta paradójico que exista todavía un porcentaje muy significativo de personas que mantiene una visión antidarwiniana sobre el origen de la vida y de las especies. Una encuesta del Instituto Gallup de 2004 recoge que el 42% de los americanos cree que la humanidad fue creada directamente por Dios, un 18% creen en una evolución dirigida por Dios y sólo un 26% se declara darwinista. En Gran Bretaña, en un sondeo de la BBC a 2000 personas, 52% de los encuestados decían creer en explicaciones no darwinianas del origen de la vida y evolución. En un sondeo más reciente en 34 países (EE.UU., Japón y 32 países europeos) que apareció en la revista Science (Millar et al. 2006), se preguntó a los encuestados si “los seres humanos descienden de especies animales más antiguas”. Los turcos y estadounidenses fueron los primeros y segundos por la cola en aceptar la evolución, con un porcentaje del 24 y 40%, respectivamente. Islandia, con 85% de respuestas afirmativas, registró el porcentaje más elevado de evolucionistas. España se situaba, con un 70%, en el puesto noveno de los países con mayor aceptación del evolucionismo. A pesar de las diferencias sustanciales entre países, estos datos indican que a la revolución darwiniana le queda todavía un largo camino que recorrer para llegar a ser un elemento fundamental de la cosmovisión de cualquier persona. En este artículo se tratará el debate creacionismo – darwinismo, pero también se considerará la relación, más general y de mayor interés, entre religión y evolución. En la actualidad, gracias al darwinismo, se presentan nuevas perspectivas de síntesis.

LAS IMPLICACIONES DEL DARWINISMO

“El Origen de las especies” da el golpe de gracia a la participación del Creador en la historia de la vida. En su obra “Teología natural” publicada en 1802, el teólogo W. Paley expone su famoso argumento del relojero, del que se concluye que el diseño funcional de los organismos evidenciaba la existencia de un creador omnisapiente. La teología natural se consideraba la respuesta a las preguntas relativas a la génesis y a las adaptaciones de los organismos, y la mayoría de los naturalistas del tiempo de Darwin la aceptaba como explicación a la complejidad de las estructuras de los organismos. Darwin, con el Origen, inaugura la cosmovisión naturalista de la biología. La selección natural de Darwin introduce en escena el “relojero ciego” (Dawkins, 1986) que, como en la mecánica celeste de Laplace, hace innecesaria la hipótesis de Dios. La evolución de la vida, al igual que la revolución copernicana había demostrado para el Universo, no se subsume al diseño de Dios. Los fenómenos naturales se esclarecen a partir de las leyes y procesos que se dan en la naturaleza. El proceso de selección natural permite explicar el carácter teleonómico de los organismos biológicos, sin la necesidad de postular una intervención sobrenatural. El pensamiento poblacional, la especiación, la selección natural, son conceptos y procesos naturales que permiten explicar el origen, diversificación y adaptación de los seres vivos.

Las consecuencias teológicas del evolucionismo darwiniano son si cabe mayor que el heliocentrismo de Copérnico, Galileo y Kepler. Darwin refuta la creación de la vida, la juventud de la Tierra, la teleología cósmica y el antropocentrismo (Mayr, 1988). No podía esperarse otra cosa que un rechazo inicial de las ideas de Darwin. Primero por los naturalistas fijistas, pero principalmente por los teólogos y ministros de la Iglesia. De las muchas descalificaciones, insultos y caricaturizaciones burlonas (figura 1) de la teoría evolutiva, es bien conocido la del enfrentamiento entre el obispo de Oxford, Samuel Wilberforce, apodado por su oratoria persuasiva y resbaladiza “Sam el jabonoso”, y Thomas H. Huxley, amigo de Darwin y paladín de la teoría evolucionista. La respuesta contundente de Huxley a la pregunta insidiosa de Wilberforce sobre si su antepasado mono provenía del lado paterno o el materno es hoy una de las anécdotas preferidas del relato de la acogida inicial al darwinismo. Coincidiendo con los preparativos del año 2009, el año de Darwin, la Iglesia Anglicana pidió el 15 de septiembre de 2008 disculpas a Darwin por haberse opuesto de manera “excesivamente emocional” a su teoría de la evolución.

(a)

(b)

Figura 1. (a) Tras la publicación de la Descendencia del Hombre en 1871, Charles Darwin fue caricaturizado frecuentemente como un mono. (b) En España, los hermanos Bosch, propietarios de una destilería, caricaturizaron a Darwin en la etiqueta del anís del mono en 1872.

Afortunadamente, las ideas de Darwin no aparecieron en el siglo XVI. La ilustración y las ideas de cambio imperantes en la sociedad británica y europea de mediados de la segunda mitad del siglo XIX permitirían que la evolución de la vida fuera aceptada en relativamente poco tiempo, hasta el punto convertirse en la gran revolución cultural de su época. Distinta suerte tuvo la selección natural, que tuvo que esperar hasta la segunda década del siglo XX para que fuera aceptada plenamente por la comunidad científica. La prueba del reconocimiento que Darwin tuvo en vida es que fuera enterrado en la abadía de Westminster como uno de los mayores científicos de todos los tiempos. Los creacionistas y escépticos darwinianos consideraron alegóricos los primeros capítulos del Génesis, aceptando una mayor antigüedad de la Tierra, pues los seis días de creación no eran necesariamente de 24 horas. Las confesiones cristianas adaptaron gradualmente una concepción teísta de la evolución, donde Dios intervenía en la creación del hombre. El problema del momento de la adquisición del alma en la evolución humana no era al fin y al cabo distinto al que se plantea respecto al momento en el que la obtiene un feto humano en desarrollo. Algunos teólogos no sólo aceptarán el evolucionismo como medio empleado por Dios para la creación, sino que lo utilizarán como trampolín hacia una visión teleológica de mayor trascendencia y contenido poético que el creacionismo. El jesuita francés Theilard de Chardin (1881-1955) propone una versión mística de la evolución, según la cual toda la materia, orgánica e inorgánica, evoluciona intrínsecamente en un sentido direccional, ascendente, hacia una meta final, el punto Omega, un lugar de encuentro de conciencias en perfecta armonía espiritual. Versiones teístas de la evolución como la de Chardin pueden explicar que la oposición de la Iglesia Católica al evolucionismo fuera menor que la de otras confesiones. En 1950, el Papa Pío XII declara en la encíclica Humani generis que no hay oposición entre el evolucionismo y la doctrina católica, a pesar de mostrar reservas sobre la “hipótesis evolucionista”. El 23 de Octubre de 1996 Juan Pablo II reconoce que el peso de la evidencia científica hace que la teoría de la evolución sea “más que una hipótesis”. Sin embargo, más recientemente, en 2006, y reflejando quizá el auge del pensamiento conservador de los últimos años, el Papa Benedicto XVI declaró en una catequesis en Ratisbona en 2006 que una parte de los científicos se empeñan en demostrar que Dios es “inútil” para el hombre, afirmando que la teoría de la evolución es “irracional”, que el ateísmo moderno nace del miedo a Dios y que el odio y el fanatismo destruyen la imagen de Dios.

EL FUNDAMENTALISMO NORTEAMERICANO

La controversia evolucionismo-creacionismo ha sido mucha más larga e intensa en Norteamérica. En 1900 la enseñanza de la evolución se fue introduciendo gradualmente a través de los libros de texto de los institutos públicos. En la regiones rurales del sur y del medio oeste de los EE.UU., numerosos grupos de cristianos protestantes, presbiterianos, bautistas, episcopales y otras denominaciones, creían (y aún creen) en la literalidad de la Biblia. Si el Génesis dice que Dios creó el mundo en seis días; entonces la creación debió suceder en seis días seguidos, de 24 horas cada uno. Estos cristianos fundamentalistas se oponían firmemente a la enseñanza de la teoría de la evolución, que creían conducía a la inmoralidad, el ateísmo, el agnosticismo, el socialismo, el fascismo, y otras muchas ideas falsas y peligrosas. En la década de los 20, en el período de entreguerras, el fundamentalismo bíblico se expandió, especialmente entre los adventistas del séptimo día, cuyas creencias se fundamentaban sobre los sietes días de la creación, y entre los pentacostales. En 1924 se prohíbe en el estado de Tennessee enseñar en las escuelas cualquier teoría que negara la creación divina tal como se describe en la Biblia. En 1925 tiene lugar en este estado el famoso “Juicio del mono”. El profesor de biología John Scopes fue juzgado y condenado a una multa de 100 dólares por enseñar el darwinismo en la escuela, multa que dos años después le fue condonada. A pesar de la victoria de los fundamentalistas en el juicio, sus ideas fueron ridiculizadas públicamente, por lo que el juicio a Scopes significó un retroceso del movimiento creacionista (para una narración más completa del movimiento creacionista véase Alemañ, 2007 y Ayala, 2007).

Neocreacionismo: el creacionismo científico

En la década de los 60, conforme la evolución adquiría un papel más central en la biología, las iglesias fundamentalistas

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