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La Piedra Filosofal


Enviado por   •  16 de Septiembre de 2013  •  1.087 Palabras (5 Páginas)  •  797 Visitas

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La piedra filosofal, también llamada “elixir rojo” o “tintura de oro”, es una sustancia en forma de polvo, obtenida mediante complejos procesos alquímicos, que permite transmutar cualquier metal en oro. Se le atribuye asimismo la propiedad de curar todas las enfermedades y proporcionar la inmortalidad a quien la ingiera.

La transmutación de los metales era el objetivo principal del arte medieval de la Alquimia, que constituía a la vez una búsqueda experimental y espiritual, motivo por el cual sus tratados están escritos en un lenguaje hermético que resulta ininteligible a los no iniciados. Los procedimientos alquímicos conllevan una carga simbólica que sus practicantes deben comprender antes de ponerlos en práctica.

Se basaban en la creencia de que toda sustancia material está formada por los cuatro elementos (tierra, agua, aire y fuego) y dos principios básicos: azufre y mercurio. El alquimista debía buscar una materia prima y realizar sobre ella cuatro operaciones: licuarla, evaporar el agua superflua, separar los dos principios básicos y después purificarlos. Paradójicamente, para obtener la piedra filosofal, la materia prima de partida era una pequeña cantidad de oro, inversión inicial que llevó a muchos a la ruina.

La época dorada de la Alquimia fue campo abonado para timadores que se presentaban ante sus víctimas como depositarios de los secretos de la piedra filosofal. Realizaban demostraciones prácticas basadas en burdos trucos (como, por ejemplo, recubrir de hierro una barra de oro) y en el poder de sugestión que proporcionaba la creencia generalizada en ciertos antecedentes. Existían personajes célebres a los cuales se les atribuía más allá de toda duda el logro de la transmutación de los metales en oro: Ramón Llull, Arnaldo de Villanova, Paracelso, Bernardo Trevisano y, sobre todo, Nicolas Flamel, quien además dejó una narración de sus investigaciones titulada Explicación de las figuras jeroglíficas puestas por mí, Nicolas Flamel, escribano, en el cementerio de los Inocentes, en la cuarta arcada.

Flamel era escribano y librero en la ciudad de París. Una noche un ángel se le apareció en sueños y le mostró un libro extraordinario cuyo contenido, sin embargo, no llegó a ver. Años después, en 1357, un hombre entró en su librería y le ofreció un volumen en el cual Flamel reconoció aquel libro de su sueño. Aunque el hombre le pidió la importante suma de dos florines, él no dudó en comprarlo.

Tenía una tapa de cobre bien encuadernada, sus hojas no estaban hechas de papel ni de pergamino, sino de corteza de arbusto, y parecía muy antiguo. En lugar de letras contenía unas figuras extrañas que Flamel no alcanzaba a comprender, y lo firmaba un tal Abraham el Judío.

Durante los años siguientes, con la ayuda de su fiel esposa Perenelle, intentó descifrar el contenido del libro. Sin embargo, a pesar de dedicarle varias horas durante todas las tardes, no realizaba ningún progreso. Frustrado, consultó a los alquimistas más célebres de París, pero estos no supieron proporcionarle pista alguna acerca del significado de aquellos símbolos.

Como en Francia no hallaba respuestas, decidió viajar a la cuna de la Alquimia europea: la Península Ibérica. Mientras peregrinaba a Santiago de Compostela, conoció a un judío converso llamado Canches, quien al ver una copia de varios pasajes del libro le dijo emocionado que aquellos signos estaban relacionados con la Cábala.

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