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La Semiotica De La Ciencia 1

mauriciosonson18 de Octubre de 2014

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LIBRO

SEMIÓTICA DE LA CIENCIA

Los métodos; las inferencias y los datos a la luz de LA SEMIÓTICA COMO LÓGICA AMPLIADA.

Autor: Juan Samaja

Plan de la Obra:

El libro estará compuesto por tres partes.

La primer parte está destinada a presentar a la ciencia no sólo como un método particular de producir y validar creencias, sino, y lo que es mucho más decisivo, desentrañar el sentido de ese método por referencia a la forma de vida a la cual sirve, y a la historia de esa forma de vida a partir de configuraciones anteriores, de cuya proceso es un resultado y de la cual extrae permanentemente la mayor porción de su potencia heurística y de su validez.

La segunda parte pretende revisar el núcleo lógico de ese método, conocido como “método hipotético deductivo”, examinando de manera amplia la naturaleza y las formas de los otros procesos inferenciales implicados en el trabajo científico. Entre esos “otros”, no está solamente la inducción, sino también la abducción y la analogía. Pretende ofrecer los recursos necesarios para revalorar y enriquecer el criterio falsacionista de la validez científica, reinstalando con toda decisión el criterio de la praxis histórico social. Para ello ofrece una mirada de conjunto del proceso orgánico en el que se articulan las cuatro formas de inferencia estudiadas: analogía, abducción, deducción e inducción.

La tercera y última parte está destinada a examinar de manera profunda los mecanismos o procesos involucrados en la producción y comunicación de la información científica. Se tratará de manera original y pormenorizada la relación entre la analítica de los signos en general y la analítica de los signos científicos (“datos”) en particular. Una porción importante de las ideas de esta tercer parte ya han sido desarrolladas en mi libro anterior Semiótica y Dialéctica (cfr. Samaja 2000: Primera Parte). En esta ocasión desarrollo de manera más detallada los análisis que permiten comprender al dato como una entidad discursiva y dialéctica, en la que la dimensión de lo objetivo y lo subjetivo se integran como parte de la acción comunicacional (= praxis semiótica) de las comunidades científicas al interior de las sociedades contemporáneas, inseprablemente unidas a su historia formativa.

Las tres partes están redactadas tomando al lector como un interlocutor directo, con el cual se comparten preguntas, respuestas y vacilaciones e incertidumbre, y procurando en todos los casos, alcanzar una expresión no sólo amigable, sino esencialmente franca, abierta, sin retórica academicista. De todos modos, ese tono y ese estilo no deben llamar a engaño: el libro no es una obra escolar o de divulgación: pretende ser un tratado con desarrollos conceptuales en profundidad y con aportes originales en muchas de sus partes, que el lector inmediatamente podrá reconocer. Esto quiere decir que el libro está destinado tanto a lectores que se están iniciando en su formación epistemológica y metodológica, como a aquellos que creen estar al final de su carrera. A estos últimos les digo que no sólo encontrarán cosas nuevas, sino nuevas formas de abordar lo que ya creían saber. Pido disculpas por la soberbia que pueda haber en estas últimas palabras, pero ya he dicho que el estilo será franco y abierto. Esta es una primera muestra.

PRIMERA PARTE

LOS CAMINOS DEL CONOCIMIENTO

1. Prolegómenos a un examen semiótico del Método de la Ciencia

La cuestión ciencia-ideología está muy lejos de agotar el problema propia de una teoría general de lo ideológico. Así delimitado, el problema del “conocimiento” se plantea en el contexto de una cuestión mucho más amplia, a saber, la cuestión del sistema productivo de los discursos sociales, siendo este sistema, a su vez, un fragmento del campo de producción social de sentido.

E. Verón. La semiosis social. Ed. Gedisa. Barcelona. 1993. Pág. 16.

Es sabido que los seres humanos nos sentimos inclinados a realizar nuestros objetivos conforme a las representaciones que nos hacemos de la tarea planteada. Ciertamente, esto no es igualmente válido para todos los tipos de objetivos. Aquellas acciones más vinculadas a funciones orgánicas dependen menos de la ideación que las vinculados a las funciones sociales, y estas últimas menos aún que los vinculados a funciones estrictamente técnicas o artificiales. Por ejemplo, la idea que nos hacemos acerca de la naturaleza del caminar influye muy poco (si es que influye) en el caminar real, y lo mismo se puede decir del digerir y otras funciones semejantes. Pero algo diferente sucede con el ser padre o ser vecino: estas funciones comunales están influenciadas en una importante cuota por la representación que tenemos acerca de la buena paternidad o de la buena vecindad.

En el extremo opuesto a las funciones orgánicas, que podemos llamarlas funciones naturales, se encuentran las que denominaríamos funciones artificiales: por ejemplo, construir un dique o un acelerador de partículas, etcétera. En estos últimos casos pareciera que la realización de los objetivos depende en grado máximo de la manera cómo nos representamos lo que nos proponemos realizar: más aún, pareciera que lo decisivo en estas actividades es, precisamente, disponer de una muy buena programación: tener una idea completamente clara sobre los objetivos que se busca, los cursos de acción que se adoptará, los criterios de evaluación de metas, etcétera.

¿En qué posición de esa escala (que va de las funciones naturales a las funciones artificiales) se encuentra la investigación científica? Es un lugar común creer que la investigación científica pertenece a aquellas actividades conscientes, deliberadas, artificiales…Actividades, en definitiva, altamente dependientes de la exacta proyección de los objetivos que tenemos que alcanzar. Es esa quizás la principal idea que el sentido común “ilustrado” le adjudica a la noción de “método científico” o, mejor aún, a la noción de “ciencia como conocimiento metódico”. En nuestro medio, Mario Bunge ha contribuido a difundir esta idea. En un libro que ha tenido una amplia repercusión presenta a la ciencia con las siguientes palabras:

Mientras los animales inferiores sólo están en el mundo, el hombre trata de entenderlo; y, sobre la base de su inteligencia imperfecta pero perfectible del mundo, el hombre intenta enseñorearse de él para hacerlo más confortable. En este proceso, construye un mundo artificial: ese creciente cuerpo de ideas llamado “ciencia”, que puede caracterizarse como conocimiento racional, sistemático, exacto, verificable y por consiguiente falible. Por medio de la investigación científica, el hombre ha alcanzado una reconstrucción conceptual del mundo que es cada vez más amplia, profunda y exacta.

[Bunge, 1972: 7]

Esta manera de representar a la ciencia implica una serie de supuestos y conlleva consecuencias que vale la pena examinar.

Entre los supuestos implícitos en el texto, los más salientes son:

1. la ciencia expresa el proyecto del hombre de

1.1. entender el mundo para

1.2. hacerlo más confortable. En tanto tal, es

2. un conocimiento deliberadamente

2.1. racional,

2.2. sistemático,

2.3. exacto y

2.4. verificable. Finalmente, y por lo dicho,

3. es un producto artificial (no natural) que

3.1. consiste en una reconstrucción conceptual y que

3.2. es cada vez más amplia, profunda y exacta.

Entre las consecuencias que se desprenden del texto, resalta la siguiente: que si la ciencia se diferencia del resto del conocimiento por estos rasgos (racionalidad, sistematicidad, exactitud y verificabilidad), entonces ese “conocimiento restante” (que con frecuencia Bunge denomina “conocimiento ordinario”) carece de esos rasgos.

Ahora bien, ¿se pueden conceder estos supuestos y esta consecuencia? Esta representación que nos hacemos de la ciencia, ¿es realmente adecuada? ¿Qué consecuencias se derivan de ella en la práctica de los científicos que la asumen? ¿Podría ser representada de otra manera? Y si fuera así, ¿podría ese cambio afectar favorablemente las formas de investigar?

Antes de contestar a estas preguntas, digamos, en justicia, que Mario Bunge escribió los artículos que integran este libro entre 1957 y 1959, pero que ya en 1969 (fecha de la edición de su voluminosa obra La Investigación Científica) presentó una versión de la ciencia mucho más elaborada y menos lineal. En esta nueva obra la relación con el conocimiento ordinario se ha vuelto más compleja; las fronteras son más borrosas; los rasgos definitorios son menos precisos.

En la presentación de La Investigación Científica, mediante un ingenioso apólogo (ver “Un cuento para empezar”) Bunge proporciona un bosquejo de la ciencia que la muestra como un tipo de saber cuyos rasgos ya no se no resuelven (como en 1958) por sí o por no (o como lo dice él: mediante “credos en blanco y negro”).

Veamos una breve síntesis de este “cuento para empezar” con el que Bunge adornó el comienzo de su libro. Imagina a cinco sabios de un país muy atrasado (¿Argentina?) que regresan de un viaje por un Reino (¿del Primer Mundo? ¿Inglaterra, los EEUU?) en donde se cultiva la Ciencia. La Autoridad Soberana de este reino subdesarrollado (que Bunge imagina encarnado en una mujer irascible) le pide a cada sabio que le describa a esa “cosa rara” llamada “Ciencia”. El primero

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