Superyo

Superego

El súper yo es una organización de sistemas mentales cuyas funciones principales consisten en explorar la actividad del ego en todos los niveles, en proporcionar aprobación o desaprobación y en permitir la autocrítica y la autoestima. Esas funciones las lleva a cabo en relación con las normas morales y éticas internalizadas y de acuerdo con un ideal de ego, que le sirve al superego como norma.

El superego se va diferenciando del ego y termina formando a partir éste una organización diferente; esto ocurre mientras se está resolviendo el complejo de Edipo, es decir del tercero al quinto o sexto año.

La conciencia y el superego

Cuando la gente habla de conciencia se refiere a un juicio moral o ético consciente. Al momento de enfrentarnos a una elección surge la conciencia de quién sabe dónde y nos enfrenta a las consecuencias morales implícitas en las situaciones. En el superego se tiene un estabilizador innato, una organización de sistemas que refleja normas morales y éticas de nuestra sociedad, tal como las transmitieron los padres, otras interpretaciones erróneas o de influencia de figuras de autoridad presenta durante la latencia, adolescencia y juventud. El superego incluye asimismo el ideal de ego, una norma ideal con la que se mide todo lo que se hace, decimos o pensamos.

El superego interactúa con el ego y, además, responde a los derivados del id y a los procesos del ego inconsciente, mediante las interacciones ocurridas a nivel inconsciente. Los efectos del superego aparecen en los sueños, manifiestos, en los sistemas neuróticos y psicóticos, desordenes de la personalidad.

Los orígenes y precursores del ego

El superego surgido del ego durante la solución dada a los conflictos edipico.

Los primeros precursores del superego aparezcan en la introyección del ego y las identificaciones del ego. En la primera infancia no se han establecido aún las fronteras del ego, que permiten diferenciación entre lo interno y lo externo, entre el ego y el objeto.

Cuando desaparece la diferenciación entre yo y objeto, la sensación de bueno y malo, el sentido de peligro, de amenaza o de seguridad, parecen constituir experiencias directas, ajenas a toda interpolación de la lógica proveniente del proceso secundario.  Se acepta que los infantes experimentan lo bueno y lo malo de algún modo directo en cuanto sean capaces de distinguir entre una madre buena y una madre mala. Para un infante lo bueno es lo placentero y lo malo es lo desagradable.

En el segundo, durante la fase de autoafirmación y de control de los esfínteres, los niños desarrollan las formaciones de reacción, que más adelante regulan la conducta general en función de lo social. Las formaciones de reacción son actitudes diametralmente opuestas a los impulsos, las actividades prohibidas, en especial las sexuales y las sádicas.

Los conflictos edípicos y el superego posedípico

La forma final del superego que viene a reemplazar gran parte de las formaciones de reacción y del control directo ejercido por otras personas, es producida de la solución lograda en los conflictos edípicos.  El niño edipico va logrando poco a poco a controlar los impulsos internalizando al padre rival y reprimiendo el deseo que siente por el otro. Es decir se identifica con el rival, que es peligroso y amenaza entonces a sus propios impulsos prohibidos.

A medida que se va diferenciando del ego, el superego toma a su cargo muchas funciones de control y evaluación, aparte de aquellas surgidas directamente de los conflictos edipicos, en el cual llega incluir michas jerarquías de lo bueno, lo limpio, lo superior, lo malo, lo sucio y lo inferior.  Finalmente se le organiza dándole el papel de un supervisor interno, el juez de todos los pensamientos, palabras y cosas, la fuente interna de amor y de autoestima cuando se actúa bien, y de odio y auto condena cuando se actúa mal.

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