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Un Mundo Feliz

aedo9010 de Mayo de 2015

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PRÓLOGO

El remordimiento crónico, y en ello están acordes todos los moralistas, es un

sentimiento sumamente indeseable. Si has obrado mal, arrepiéntete, enmienda tus yerros

en lo posible y encamina tus esfuerzos a la tarea de comportarte mejor la próxima vez.

Pero en ningún caso debes entregarte a una morosa meditación sobre tus faltas.

Revolcarse en el fango no es la mejor manera de limpiarse.

También el arte tiene su moral, y muchas de las reglas de esta moral son las mismas

que las de la ética corriente, o al menos análogas a ellas. El remordimiento, por ejemplo,

es tan indeseable en relación con nuestra creación artística como en relación con las

malas acciones. En el futuro, la maldad debe ser perseguida, reconocida, y, en lo posible,

evitada. Llorar sobre los errores literarios de veinte años atrás, intentar enmendar una

obra fallida para darle la perfección que no logró en su primera ejecución, perder los

años de la madurez en el intento de corregir los pecados artísticos cometidos y legados

por esta persona ajena que fue uno mismo en la juventud, todo ello, sin duda, es vano

y fútil. De aquí que este nuevo UN MUNDO FELIZ sea exactamente igual al viejo. Sus

defectos como obra de arte son considerables; mas para corregirlos debería haber vuelto

a escribir el libro, y al hacerlo, como un hombre mayor, como otra persona que soy,

probablemente hubiese soslayado no sólo algunas de las faltas de la obra, sino también

algunos de los méritos que poseyera originalmente. Así, resistiéndome a la tentación de

revolcarme en los remordimientos artísticos, prefiero dejar tal como está lo bueno y lo

malo del libro y pensar en otra cosa.

Sin embargo, creo que sí merece la pena, al menos, citar el más grave defecto de la

novela, que es el siguiente. Al Salvaje se le ofrecen sólo dos alternativas: una vida

insensata en Utopía, o la vida de un primitivo en un poblado indio, una vida más

humana en algunos aspectos, pero en otros casi igualmente extravagante y anormal. En

la época en que este libro fue escrito, esta idea de que a los hombres se les ofrece el

libre albedrío para elegir entre la locura de una parte y la insania de otra, se me antojaba

divertida y la consideraba como posiblemente cierta. Sin embargo, en atención a los

efectos dramáticos, a menudo se permite al Salvaje hablar más racionalmente de lo que

su educación entre los miembros practicantes de una religión, que es una mezcla del

culto a la fertilidad y de la ferocidad de los Penitentes, le hubiese permitido hacerlo en

realidad. Ni siquiera su conocimiento de Shakespeare basta para justificar sus

expresiones. Y al final, naturalmente, se les hace abandonar la cordura, su Penitentismo

nativo recobra la autoridad sobre él, y el Salvaje acaba en una autotortura de maniático

y un suicidio de desesperación. Y así, después de todo, murieron miserablemente, con

gran satisfacción por parte del divertido y pirrónico esteta que era el autor de la fábula.

Actualmente no siento deseos de demostrar que la cordura es imposible. Por el

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contrario, aunque sigo estando no menos tristemente seguro de que en el pasado la

cordura es un fenómeno muy raro, estoy convencido de que cabe alcanzarla y me

gustaría verla en acción más a menudo. Por haberlo dicho en varios libros míos

recientes, y, sobre todo, por haber compilado una antología de lo que los cuerdos han

dicho sobre la cordura y sobre los medios por los cuales puede lograrse, un eminente

crítico académico ha dicho de mí que constituyo un triste síntoma del fracaso de una

clase intelectual en tiempos de crisis. Supongo que ello implica que el profesor y sus

colegas constituyen otros tantos alegres síntomas de éxito. Los bienhechores de la

humanidad merecen ser honrados y recordados perpetuamente. Construyamos un

Panteón para profesores. Podríamos levantarlo entre las ruinas de una de las ciudades

destruidas de Europa o el Japón; sobre la entrada del osario yo colocaría una

inscripción, en letras de dos metros de altura, con estas simples palabras: Consagrado

a la memoria de los Educadores del Mundo. Su MONUMENTUM REQUIRIS

CIRCUMSPICE.

Pero volviendo al futuro... Si ahora tuviera que volver a escribir este libro, ofrecería

al Salvaje una tercera alternativa. Entre los cuernos utópico y primitivo de este dilema,

yacería la posibilidad de la cordura, una posibilidad ya realizada, hasta cierto punto, en

una comunidad de desterrados o refugiados del MUNDO FELIZ, que viviría en una

especie de Reserva. En esta comunidad, la economía sería descentralista y al estilo de

Henry George, y la política kropotkiniana y cooperativista. La ciencia y la tecnología

serían empleadas como si, lo mismo que el Sabbath, hubiesen sido creadas para el

hombre, y no (como en la actualidad) el hombre debiera adaptarse y esclavizarse a ellas.

La religión sería la búsqueda consciente e inteligente del Fin último del hombre, el

conocimiento unitivo del Tao o Logos inmanente, la transcendente Divinidad de

Brahma. Y la filosofía de la vida que prevalecería sería una especie de Alto Utilitarismo,

en el cual el principio de la Máxima Felicidad sería supeditado al principio del Fin último,

de modo que la primera pregunta a formular y contestar en toda contingencia de la vida

sería: ¿Hasta qué punto este pensamiento o esta acción contribuye o se interfiere con

el logro, por mi parte y por parte del mayor número posible de otros Individuos, del Fin

último del hombre?

Educado entre los primitivos, el Salvaje (en esta hipotética nueva versión del libro)

no sería trasladado a Utopía hasta después de que hubiese tenido oportunidad de

adquirir algún conocimiento de primera mano acerca de la naturaleza de una sociedad

compuesta de individuos que cooperan libremente, consagrados al logro de la cordura.

Con estos cambios, UN MUNDO FELIZ poseería una perfección artística y (si cabe

emplear una palabra tan trascendente en relación con una obra de ficción) filosófica, de

la cual, en su forma actual, evidentemente carece.

Pero UN MUNDO FELIZ es un libro acerca del futuro, y, aparte sus cualidades

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artísticas o filosóficas, un libro sobre el futuro puede interesarnos solamente si sus

profecías parecen destinadas, verosímilmente, a realizarse. Desde nuestro punto de mira

actual, quince años más abajo en el plano inclinado de la historia moderna, ¿hasta qué

punto parecen plausibles sus pronósticos? ¿Qué ha ocurrido en este doloroso intervalo

que confirme o invalide las previsiones de 1931?

Inmediatamente se nos revela un gran y obvio fallo de previsión. UN MUNDO

FELIZ no contiene referencia alguna a la fisión núclear. Y, realmente, es raro que no la

contenga; porque las posibilidades de la energía atómica eran ya tema de

conversaciones populares algunos años antes de que este libro fuese escrito. Mi viejo

amigo Robert Nichols incluso había escrito una comedia de éxito sobre este tema, y

recuerdo que también yo lo había mencionado en una narración publicada antes de

1930. Así, pues, como decía, es muy extraño que los cohetes y helicópteros del siglo VII

de Nuestro Ford no sean movidos por núcleos desintegrados. Este fallo no puede

excusarse; pero sí cabe explicarlo fácilmente. El tema de UN MUNDO FELIZ no es el

progreso de la ciencia en cuanto afecta a los individuos humanos. Los logros de la

física, la química y la mecánica se dan, tácitamente, por sobrentendidos. Los únicos

progresos científicos que se describen específicamente son los que entrañan la

aplicación a los seres humanos de los resultados de la futura investigación en biología,

psicología y fisiología. La liberación de la energía atómica constituye una gran

revolución en la historia humana, pero no es (a menos que nos volemos a nosotros

mismos en pedazos poniendo así punto final a la historia) la última revolución ni la más

profunda.

Esta revolución realmente revolucionaria deberá lograrse, no en el mundo externo,

sino en las almas y en la carne de los seres humanos. Viviendo como vivió en un

período revolucionario, el marqués de Sade hizo uso con gran naturalidad de esta teoría

de las revoluciones con el fin de racionalizar su forma peculiar de insania. Robespierre

había logrado la forma más superficial de revolución: la política. Yendo un poco más

lejos, Babeuf había intentado la revolución económica. Sade se consideraba a sí mismo

como el apóstol de la revolución auténticamente revolucionaria, más allá de la mera

política y de la economía, la revolución de los hombres, las mujeres y los niños

individuales, cuyos cuerpos debían en adelante pasar a ser propiedad sexual común de

todos, y cuyas mentes debían ser lavadas de todo pudor natural, de todas las

inhibiciones, laboriosamente adquiridas, de la civilización tradicional. Entre sadismo y

revolución realmente revolucionaria no

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