Procesos grupales e institucionales
RESSSSXBiografía21 de Marzo de 2023
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FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES. CARRERA DE TRABAJO SOCIAL
Asignatura: PROCESOS GRUPALES E INSTITUCIONALES
Mg. Claudio Robles
2020
EL ENCUADRE EN LA TAREA GRUPAL
Como sostiene Margarita Rozas (1998) el proceso metodológico es el conjunto de procedimientos que ordenan y dan sentido a la intervención, de allí la centralidad que adquiere para el abordaje del objeto de intervención.
El trabajo con grupos desde el Trabajo Social parte de la necesidad de reconocer que se trata de la puesta en acto de un proceso de intervención que reviste una triple dimensión: teórica, interventiva/operativa y ético-política, que remiten a saber, hacer y poder, respectivamente. Para que el Trabajo Social sea una práctica profesional, es requisito indispensable que se trate de una práctica fundada, puesto que intervenciones sociales las hay de muy diversa índole, aunque no constituyan prácticas profesionales.
Es preciso comprender que la intervención grupal no se trata de un conjunto de acciones aisladas y mucho menos la aplicación de algunas técnicas grupales, muchas veces desprovistas de sus objetivos e implementadas sin planificación. Intervenir grupalmente implica un proceso de planificación de la intervención, lo que implica atender a los componentes de la matriz de intervención profesional, como sostiene Cazzaniga (2009), esto es: la intencionalidad de la intervención, sus fundamentos, los sujetos, el tiempo-espacio y, finalmente, los instrumentos. Señala esta autora que la intervención exige la capacidad teórica para comprender una demanda e incorporar la dimensión ética en términos de reconocer las consecuencias que sobre el otro/a produce la intervención. Ello significa comprender que lo que hacemos -y deberíamos agregar también lo que omitimos hacer-, puede tender a la promoción de la autonomía de los/as sujetos o a su cancelación.
La intervención grupal no debe escapar a las exigencias teórico-metodológicas y ético-políticas de toda intervención en Trabajo Social. Ello exige definir el para qué de nuestra intervención, el qué se quiere alcanzar, para sólo después pensar el cómo y con qué, que remite a las tácticas y técnicas que habrán de seleccionarse, las que dependerán del modo en que se haya dado respuesta a las instancias precedentes. No existe una intervención ateleológica, desprovista de finalidad, al tiempo que toda intervención profesional está teóricamente fundada. Dirá Cazzaniga que no hay intervención profesional sin intención, en tanto es ella la que nos plantea la pregunta del “para qué” hacemos lo que hacemos. La fundamentación refiere a la argumentación (teórica, ética y política) sobre la elección de aquellas acciones que decidimos llevar adelante y de aquellas que desechamos. En tal sentido podemos agregar que toda acción profesional está teóricamente fundada desde cierto paradigma conceptual desde el cual realizamos una lectura de la realidad. Los sujetos remiten a los/as de la acción profesional, otros sujetos profesionales, el personal de la institución, los/as funcionarios/as políticos y los/as trabajadores/as sociales como sujetos profesionales, todo lo cual conduce a pensar una intervención interdisciplinaria, intersectorial e interinstitucional.
La delimitación temporal y espacial remite a dimensiones constituyentes de la realidad social. Al referirse a espacio, Cazzaniga alude tanto a la materialidad como a lo simbólico, representado. Y respecto del tiempo, refiere a la necesidad de incorporar con espíritu crítico el concepto de “la urgencia” en la intervención profesional. En esta dimensión espacio/tiempo también incluye nuestra condición de trabajadores/as y las formas de contratación.
Finalmente, las cuestiones instrumentales refieren al cómo de la intervención y dirá la autora que las técnicas e instrumentos constituyen el andamiaje de las estrategias de intervención y siempre son “elegidas” y/o construidas desde el entramado teórico en tensión con los aspectos de la realidad o situaciones/problemas que requieren de modificaciones.
Es decir: no podemos comenzar pensando en la aplicación de una técnica si antes no definimos para qué vamos a intervenir, bajo qué fundamentos teóricos, con qué sujetos y en qué tiempo y espacio.
Hablar de encuadre implica reconocer que ya en 1963, Gisela Konopka (1968), cuyos desarrollos sentaron las bases para el Trabajo Social con Grupos, a través de sus registros de reuniones grupales, daba cuenta de la importancia de cumplir los horarios previstos a efectos de no generar privilegios especiales, así como el momento oportuno para cerrar un tema, abordando de esta manera, implícitamente, aspectos del encuadre; así como concentrarse en los objetivos y la tarea.
En nuestro medio, fue en 1968 cuando Natalio Kisnerman (1973) escribe “Servicio Social de Grupo”, obra central en la formación de los/as trabajadores/as sociales. En ella aborda un sinnúmero de aspectos teóricos y metodológicos para la intervención grupal desde el Trabajo Social. Si bien no hace referencia explícita al concepto de encuadre -es preciso destacar que contemporáneamente José Bleger comenzaba a desarrollar el concepto de encuadre psicoanalítico-, existen numerosas referencias que permiten aseverar la importancia asignada por el autor a las cuestiones del encuadre: responsabilidad del trabajador social de iniciar una comunicación clara, clarificación de su rol, establecimiento de objetivos, creación del ambiente físico, comodidad del espacio, ubicación circular, creación del ambiente psicológico, puntualidad, evaluación de cada reunión, entre otras (1973:122).
Mucho de lo que hemos aprendido acerca del concepto de encuadre procede del Psicoanálisis, por lo que es preciso realizar algunas adaptaciones al contexto de la intervención en Trabajo Social, lo que no autoriza a flexibilizar al extremo ciertas condiciones de la tarea. Para ejemplificar: es sabido que el tiempo en una sesión de análisis reviste carácter de ortodoxia, mientras que en Trabajo Social adquiere mayor flexibilidad. Pero ello no autoriza a extender injustificadamente el tiempo de una reunión grupal o de una entrevista, o acortar el tiempo de su realización por razones poco fundadas. Lo propio podríamos señalar respecto a las condiciones espaciales donde se realiza la tarea: que los/as trabajadores/as sociales tengamos la capacidad para realizar una entrevista en espacios poco habituales -la vereda, el colectivo, un bar-, no significa desatender la necesidad de garantizar las condiciones de privacidad que toda interacción profesional exige.
Intervenir con grupos en Trabajo Social requiere el establecimiento de determinadas condiciones que regulen el proceso. No existe intervención profesional sin un conjunto de reglas que regulen el funcionamiento de nuestra tarea. Como hemos señalado en otra obra (Robles, 2004), el encuadre es el conjunto de normas, sistema de reglas que regulan el funcionamiento de toda tarea y que opera como regulador de las relaciones y del vínculo con la tarea. Entre las funciones del/a coordinador/a, le corresponde a éste/a mantener las condiciones del encuadre dentro del grupo. Bleger define el encuadre como el “conjunto de condiciones constantes dentro de las cuales se desarrolla el proceso, que es de carácter variable”. El conjunto de constantes y variables conforman la situación total que significa, en el tema que nos convoca en el presente trabajo, el proceso grupal.
Delly Beller (1983) cita a Anzieu, para quien las reglas tienen el carácter de divalentes en tanto marcan el terreno de lo posible y también de lo prohibido, razón por la cual el encuadre es vivido también como permiso y como prohibición; como contención y como límite; como seguridad y frustración. De allí que no sea admisible la idea que sostiene que el encuadre marca lo que no puede hacerse. Cuando señalamos que el horario de la actividad grupal será de 16 a 18 hs. estamos señalando el horario en que podremos trabajar y el que no podremos hacerlo.
La responsabilidad de la instalación del encuadre es siempre del coordinador/a, puesto que los/as integrantes del grupo no tienen por qué conocer cuáles serán las condiciones que regularán la tarea; de allí la necesidad de explicitar todas y cada una de esas condiciones. Luego, deberá cumplirlas para, finalmente, hacerlas cumplir.
El encuadre cumple funciones de sostén en el desarrollo de la tarea grupal ya que permite un mínimo de interferencia en la tarea, siendo además depositario de ansiedades y resistencias.
Oscar Brichetto (en Robles, 2004) describe como factores constantes, regulares, que se constituyen en condiciones de realización de una tarea: las condiciones espaciales, temporales, conceptuales, personales, vinculares y fácticas. Mientras que las dos primeras hacen referencia al lugar y a la duración, horarios y frecuencias de la tarea, las constantes conceptuales aluden al marco teórico (esquema conceptual acerca de un sector de la realidad) que actúa con una relativa invariancia. Ello no significa que nuestro marco teórico resulte idéntico a lo largo de nuestra trayectoria profesional, pero habremos de aceptar que esos cambios no operan de una semana para la otra. Las constantes personales hacen referencia a ciertas invariantes de la personalidad del equipo coordinador, que son rasgos particulares que permanecen en el tiempo (hablar en un tono de voz bajo o alto; sonreir o no al hablar; hablar de manera pausada o apresurada), y también alude a rasgos de carácter profesional, que son constantes de la personalidad en ciertos ámbitos particulares de actuación. Las condiciones vinculares son aquellas que pautan y regulan el vínculo con la tarea y que indican qué y cuánto se hará y qué no se hará para lograr el objetivo. Finalmente, las condiciones fácticas son todos aquellos fenómenos que están presentes de hecho al realizar una tarea: la temperatura, la luz, ruidos, etc. y que resultan habituales en ESE contexto donde se lleva a cabo la actividad grupal.
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