Xavier Villaurrutia y Juan Rulfo
Ana Isabel Gonzalez ValleEnsayo5 de Noviembre de 2018
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Xavier Villaurrutia y Juan Rulfo
Por Ulises Hernández
La tradición moderna del mexicano siempre ha sido representada por una figura muy interesante y atractiva: la muerte. Sin embargo, esta figura, más allá de ser representada por José Guadalupe Posadas como la catrina pueblerina que aparece de rumba con los hombres de campo, y vestida llamativamente por Diego Rivera, es más bien un concepto bastante extraño y complicado. Entender a la muerte como un estado de vida ha sido una de las características más comunes para el pueblo mexicano.
En esta edición de Cultura, la revista Auge Punto Central te invita a que conozcas un poco sobre la muerte dentro de la República de las Letras.
La muerte ha causado mucha fascinación como tema y motivo literarios, así que, para el importante intelectual mexicano Octavio Paz, la muerte es una celebración de la vida misma, también es un espejo de la modernidad que ha atrapado a los mexicanos dentro de sus enormes y flacas garras que hace que sean un sujeto paciente y que, a través de sus conquistadores (los españoles), estén a la espera de un ser superior a ellos y los domine: así es con la muerte. No obstante, Paz reconoce que el mexicano tiene la capacidad de burlarse de sus enemigos, y un ejemplo de ello es la muerte misma.
Pero ¿qué representaciones tiene la muerte dentro de las letras mexicanas? Sin duda, los escritores y escritoras mexicanos han sabido llevar más allá, literalmente, el tema de la muerte, tanto así que, uno de los principales poetas del grupo de Contemporáneos supo hacer de esta figura el leitmotiv de toda una obra poética: Xavier Villaurrutia. Este poeta, mejor como conocido como el eterno sonámbulo de la muerte, tiene un poemario que se titula Nostalgia de la muerte (1938), en donde se reúnen sus mejores poemas, los que llevan el título de “Nocturnos”, siendo uno de los principales el “Nocturno en que nada se oye”. La muerte en Villaurrutia tiene el poder de unir y, a la vez, separar a los amantes, dejándolos en un estado eterno de duda mortal. Además, el recurso de la victimización de los amantes deja en claro que la muerte es su principal vía de escape: si el enamorado nunca llega, el sujeto pasivo se dará a la tarea de morir (suicidio, como el mismo Villaurrutia lo hizo al tener serios problemas con su pareja, el pintor mexicano Agustín Lazo).
Un clásico de las letras mexicanas es, sin lugar a duda, Juan Rulfo, que con su única novela Pedro Páramo (1955) creó un hito dentro de las letras nacionales. La anécdota es sencilla; sin embargo, el discurso y el tratamiento de la narración no lo son. Juan Preciado, homónimo de Rulfo, llega a Comala (que tiene la significación de un comal, ya que en ese pueblo de ultratumba hace muchísimo calor, tanto que el diablo tenía que subir por su cobija), en donde tiene la encomienda principal de ir a buscar a su padre, “un tal Pedro Páramo”. No obstante, a que todo en Comala es extraño y con ambientes mortuorios, Juan Preciado se adentra en el pueblo para descubrir, luego de pasar la noche con una pareja de hermanos incestuosos, que todo aquel ser que habita Comala es un ser muerto. La tierra y el calor son los elementos más significativos para la muerte en la obra de Juan Rulfo. En Pedro Páramo la muerte no tiene tintes violentos, al contrario de lo que pasa en uno de sus relatos más emblemáticos: “¡Diles que no me maten!”, incluido en El Llano en llamas (1953), en donde se narra una muerte colectiva hacia un personaje que ha robado una manada de becerros. Este relato es parecido al de Edmundo Valadez, “La muerte tiene permiso”, el cual narra el asesinato de un capataz de un pueblo que ha cometido muchas injusticias, por lo cual el pueblo le solicita al juez del lugar que le otorgue el permiso para terminar con la vida del abusón.
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