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Aurora

anithabbInforme27 de Septiembre de 2013

545 Palabras (3 Páginas)313 Visitas

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LEES ESE ANUNCIO: UNA OFERTA DE ESA NATURALEZA no se hace todos

los días. Lees y relees el aviso. Parece dirigido a ti, a nadie mas. Distraído, dejas

que la ceniza del cigarro caiga dentro de la taza de te que has estado bebiendo en

este cafetín sucio y barato. tu releerás. Se solicita historiador joven. Ordenado.

Escrupuloso. Conocedor de la lengua francesa. Conocimiento perfecto, coloquial.

Capaz de desempeñar labores de secretario. Juventud, conocimiento del francés,

preferible si ha vivido en Francia algún tiempo. Tres mil pesos mensuales, comida

y recamara cómoda, asoleada, apropiada estudio. Solo falta tu nombre. Solo falta

que las letras mas negras y llamativas del aviso informen: Felipe Montero. Se

solicita Felipe Montero, antiguo becario en la Sorbona, historiador cargado de

datos inútiles, acostumbrado a exhumar papeles amarillentos, profesor auxiliar en

escuelas particulares, novecientos pesos mensuales. Pero si leyeras eso,

sospecharías, lo tomarías a broma. Donceles 815. Acuda en persona. No hay

teléfono.

Recoges tu portafolio y dejas la propina. Piensas que otro historiador joven, en

condiciones semejantes a las tuyas, ya ha leído ese mismo aviso, tornado la

delantera, ocupado el puesto. Tratas de olvidar mientras caminas a la esquina.

Esperas el autobús, enciendes un cigarrillo, repites en silencio las fechas que

debes memorizar para que esos niños amodorrados te respeten. Tienes que

prepararte. El autobús se acerca y tu estas observando las puntas de tus zapatos

negros. Tienes que prepararte. Metes la mano en el bolsillo, juegas con las

monedas de cobre, por fin escoges treinta centavos, los aprietas con el puno y

alargas el brazo para tomar firmemente el barrote de fierro del camión que nunca se detiene, saltar, abrirte paso, pagar los treinta centavos, acomodarte difícilmente

entre los pasajeros apretujados que viajan de pie, apoyar tu mano derecha en el

pasamanos, apretar el portafolio contra el costado y colocar distraídamente la

mano izquierda sobre la bolsa trasera del pantalón, donde guardas los billetes.

Vivirás ese día, idéntico a los demás, y no volverás a recordarlo sino al día

siguiente, cuando te sientes de nuevo en la mesa del cafetín, pidas el des-ayuno y

abras el periódico. Al llegar a la pagina de anuncios, allí estarán, otra vez, esas

letras destacadas: historiador joven. Nadie acudió ayer. Leerás el anuncio. Te

detendrás en el ultimo renglón: cuatro mil pesos.

Te sorprenderá imaginar que alguien vive en la calle de Donceles. Siempre has

creído que en el viejo centro de la ciudad no vive nadie. Caminas con lentitud,

tratando de distinguir el numero 815 en este conglomerado de viejos palacios

coloniales convertidos en talleres de reparación, relojerías, tiendas de zapatos y

expendios de aguas frescas. Las nomenclaturas han sido revisadas,

superpuestas, con-fundidas. El 13 junto al 200, el antiguo azulejo numerado «47»

encima de la nueva advertencia pintada con tiza: ahora 924. Levantaras la mirada

a los segundos pisos: allí nada cambia. Las sinfonolas no perturban, las luces de

mercurio no iluminan, las baratijas expuestas no adornan ese segundo rostro de

los edificios. Unidad del tezontle, los nichos con sus santos truncos coronados de

palomas, la piedra labrada de barroco mexicano, los balcones de celosía, las

troneras y los canales de lamina, las gárgolas de arenisca. Las ventanas

ensombrecidas por lar-gas cortinas verdosas: esa ventana de la cual se retira

...

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