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Butterfly De Quince años


Enviado por   •  12 de Junio de 2013  •  2.142 Palabras (9 Páginas)  •  460 Visitas

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Butterfly de quince años:

Mi hija sólo tiene quince años, pero él se le insinuó después de cenar. No puedo censurárselo. Ella está endiabladamente bien; maduran antes, ahora, como en los mares del sur.

—Papi, se me ha insinuado —dijo Syrie después de la cena y de los puros, cuando él ya se había ido.

Se rió y arrugó la nariz.

No la culpo. El doctor Delilkhan era un tipo feo. Y Syrie aún lo suficientemente joven como para pensar que un hombre tiene que ser bien parecido para ser deseable-elegible, y el deseo se suponía que tenía que llegar después.

Había bailado un watusi salvaje antes de la cena, y con su falda corta y el agujero redondo del centro de su vestido, rodeando su ombligo, realmente no podía culparse al viejo pájaro. Así son los chicos de hoy en día... Le di el beso de buenas noches y ella salió mientras yo iba hacia mi estudio para poner en orden mis pensamientos.

Los problemas de otras personas mantuvieron mi mente apartada de los míos propios. Delilkhan había tenido más razón de la que él creía cuando dijo: «Y tú crees que tienes problemas...» La madre de Syrie había tenido que ser recluida; ése era uno de los problemas. Jennifer no desvariaba, simplemente se había vuelto loca silenciosa con el paso de los años. Yo estaba contento de ver que, en el asilo, ella podía ir y venir a su antojo tan lejos como quisiera, hasta la valla.

—Pero, papá, siempre está intentando tocarme —dijo Syrie antes de la siguiente visita de Delilkhan, con una de esas veraniegas joyas de cartón piedra que se llevan últimamente, maquillaje y medias de colores, sus piernas como tirabuzones de humo, mientras entraba en la sala con una blusa de red.

—Syrie, ponte algo encima.

—Pero, papá, todo el mundo va así...

—No me importa cómo vaya todo el mundo. Quítate esa maldita red y ponte un sostén.

—Sí, señor...

Vaya sorpresa. (Generalmente Syrie me espetaba más de un argumento.) Oí que la puerta se cerraba. Había salido.

—Mucho temperamento, tu hija —dijo Delilkhan entre el humo de los cigarros filipinos, los mejores del mundo, cuando lo son.

—Sólo tiene quince años.

—Sí, una deliciosa edad: Cleopatra tenía sólo trece cuando se casó; June Havoc bailaba en Broadway a los catorce.

—¿Por qué no la dejas en paz?

—¿De qué hablas?

—Lo sabes perfectamente.

—Oh, bueno. No tienes de qué preocuparte. Estoy muy ocupado para ese tipo de cosas..., rapto legal y todo eso; aunque si pusieran en vigor esa ley, no quedarían celdas para los borrachos. El querido Abby dice que si son lo bastante grandes, son lo bastante mayores, y puedo asegurar que tu hija es deliciosa; pero soy un hombre ocupado.

—¿Eres inglés?

—He estudiado en Inglaterra, Brasenose, ¿por qué?

—Cuando te excitas, aún se nota el acento.

Sonrió y tocó mi brazo.

—Hemos llegado a conocernos muy bien el uno al otro, Littlejohn; algunas veces me siento casi como un miembro de la familia, y ahora tengo que decirte una cosa...

Bebió un trago de mi coñac y me lo devolvió.

—Eres un loco, doctor Littlejohn —empezó tranquilamente—. No eres tonto, pero no llegarás a nada. La ética, aterrorizada ante lo imprevisto. La moralidad, esa asquerosa moralidad de la clase media, estrangulando a la humanidad desde el principio de los tiempos. —Hubo algo sobre tortillas y huevos, y concluyó—: El futuro te agradecerá esto.

—¿Lo dices por hacer tortillas y cascar huevos?

—Exactamente. Libérate de tus represiones, hombre. Libertad, libertad es la palabra. Diablos, tu hija sabe más de la libertad que tú...

—¿Cómo lo sabes?

—No importa cómo lo sé. Tengo ojos. Hablo con la gente. ¡Sé lo que está ocurriendo!

—¿Tocas ya la guitarra?

—Está bien, búrlate, pero déjame enseñarte lo que estoy haciendo y puede que te rías a carcajadas por dentro...

Sacó un estrecho frasco plateado de su chaleco, lo abrió de un tirón y vertió el contenido en su palma. Una pizca de metal.

—¿Qué es eso?

—La mente del futuro.

—Pues creía que sería más amplia.

—Muy divertido.

Pero se estaba poniendo blanco... Así ha sido siempre, el hombre iluminado lucha contra los filisteos. Es molesto ser tomado por un filisteo.

Syrie entraba desenfadadamente en la habitación cuando él deslizó la partícula en su frasco.

—En serio —dije ablandándome, pero no mucho—, ¿qué es esto?

—No tiene misterio —dijo, humedeciendo sus labios, y se inclinó hacia mí—. Los hemos insertado en cerebros de animales y del hombre, Littlejohn, del hombre.

—Así que es eso...

—Electrodos, Littlejohn, electrodos alojados cuidadosamente en la parte del cerebro que se quiere controlar...

Un hombre pasa doce años de su vida aprendiendo una profesión, y luego se presentan con sus botones y sus sustancias químicas e intentan borrarlo todo de la noche a la mañana.

—Manipulamos el cerebro, Littlejohn, la memoria, el aprendizaje, el odio, el miedo. Es más excitante que el espacio. Siempre te he dicho que la psiquiatría era interesante...

—Que soy un hombre conservador, eso lo sé, y también sé que el cerebro es un órgano eléctrico. Pero, ¿cómo puede ser manejado este órgano?, pregunto yo, basándome en la psiquiatría de Jung.

—Manéjalo con combustible: radiocontrol.

—El mal, doctor...

—Aquí no hay mal, soy un científico.

—Sí, y casi te pusieron en la puerta

...

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