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Desciones

00551111997725 de Mayo de 2015

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estar, más allá de los asuntos terrenales, en la mente afiebrada de seres picados por los vientos marinos y la exuberancia de una vegetación a modo de antesala del infierno, abundante en insectos, en hombrecitos lampiños, que “traen tapadas sus vergüenzas” (2) , asombrados por la figura e imagen de seres mitad hombres, mitad animales, acaso porque se enfrentaban contra forasteros de espesas barbas que asesinaban con pólvora y bayonetas, con inclementes lanzas y brillantes espadas.

Que su pluma se haya cargado de metáforas e imágenes, de analogías e hipérboles en la patria de la reina doña Juana y de su hijo el emperador Carlos V, muestra de suyo la intención de recrear y percibir la historia del Valle que entonces fuera gobernado por el noveno emperador de los aztecas, Moctezuma II, “cual un fabuloso Midas cuyo trono reluciera como el sol” (3) . El espacio físico que delimita la perspectiva del escritor que asombrara al mundo con la temprana escritura del lúcido ensayo Las Tres Electras del teatro ateniense, es aquel mismo que en el siglo XV permitió la salida de múltiples embarcaciones y la acumulación de incontables libretas y cuadernillos con historias asombrosas y relaciones de hechos y conquistas, para solaz o estupor tal vez de los Reyes Católicos, esperanzados en salvar su madre España de la pobreza económica, con los cargamentos de oro, multiplicados en el imaginario de sus conquistadores.

En 1982 García Márquez elabora una pormenorizada lista de los momentos estelares de una historia apoyada en el delirio áureo de los conquistadores. Recordaba, en esa ocasión, cómo el continente americano había sido devastado por la locura de muchos dictadores y cómo las leyendas en torno a la riqueza del oro demarcaron otra cartografía de rutas y posibles hallazgos de valiosos tesoros, como el que debió pagarse por el rescate de Atahualpa y que sumaba entonces un millón cien mil libras de oro, cargadas por once mil mulas, que alguna vez salieron del Cuzco y nunca se supo de su destino. El responsable de la familia Buendía, subraya que los gérmenes de la literatura latinoamericana -en particular la del “Boom” y la de autores como Carpentier y Miguel Angel Asturias-, que algunos críticos han dado en llamar mágicorrealista o realmaravillosa, se encuentran justamente en las crónicas y cartas de relación de los conquistadores y clérigos que, a su paso por este continente de imponencia y misterio, llenaron sus relatos de apreciaciones cercanas a la fantasía, eliminando de plano la débil frontera entre la ficción y la realidad.

Desde España, país invadido por turcos y moros, que abrió las puertas de sus cárceles a muchos maleantes y caballeros de poco fiar con el fin de ofrecerles el perdón si emprendían rutas marinas hacia lugares inimaginados, a la busca de tierras y riquezas en nombre de la Corona, decide Alfonso Reyes volver su vista atrás, con el interés de aprehender y recrear, bajo el velo poético de su palabra desbordante, no ajena a la vitalidad sensorial que acapara por entero el movimiento y la forma del cuadro, algunas circunstancias y pasajes propios de la región más transparente del aire. En provincias y aldeas de esta mítica región cientos de nativos rindieron culto y tributo a la generación de los emperadores, hijos de la serpiente emplumada, de Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl, sacerdote civilizador de la mitología tolteca, arrojado de los dioses hechiceros, convertido más tarde, a orillas del Atlántico, en la Estrella de la Mañana, pregonera de otros rumbos por entre las constelaciones bienhechoras.

El Caballero de la voz errante, movido por la ensoñación que le hará tangible ese pasado venido a recuerdo grato, a interés por rehacerlo, en oposición quizá a la imagen contemporánea de un Valle de México superpoblado, reseco, ajeno a sus raíces, retorna alado a la ciudad de los Lagos como el cronista que hubiese querido plasmar, de primera fuente, con su pluma y su sentir poético, las venturas y desdichas de una expedición insular en no pocos casos movida por la locura. Se entiende con Bachelard que la ensoñación poética perfila una ensoñación cósmica, que abre camino hacia mundos embebidos por la belleza, por lo considerado hermoso.

Muchas civilizaciones, entre ellas la Olmeca, la Teotihuacana, la Tolteca, ateridas a una tierra que les brindó desde el año 4000 antes de nuestra era, maíz, fríjol, chile y que les permitió el cultivo de las artes, las observaciones astronómicas, el ejercicio de la escritura y por tanto la práctica de la poesía como instancia ritual para venerar a sus dioses, decidieron edificar en sus valles extensas ciudades y míticas arquitecturas, extraños zoológicos y laberínticos parajes. Resolvieron también erigir grandes moles de piedra para invocar a sus dioses y trazar inmensas plazas para toda suerte de trueques y transacciones, frente a lo cual el guerrero curtido y el cronista de aquellos días, no hallaron palabras que pudieran nombrar tanta realidad confundida con el barullo de feria:

...que en los dichos mercados se venden todas cuantas cosas se hallan en toda la tierra, que además de las que he dicho son tantas y de tantas calidades, que por la prolijidad y por no me ocurrir tantas a la memoria, y aún por no saber poner los nombres, no las expreso(4) .

De esta exuberancia y amalgama de cosas, toma su aliento Alfonso Reyes para construir, en cuatro instancias, ese jolgorio de carnaval y río que fuera la vida cotidiana en aquella región que necesitó de “Tres razas...y casi tres civilizaciones” para desecar el Valle donde quizás la mirada de Moctezuma, tras el olor embriagante nacido de sus jardines privados, se perdía por entre el movimiento frágil pero viril de sus vasallos, vigilantes esmerados de las especies de animales más raras al ojo invasor: “Y para que nada falte en este museo de historia natural, hay aposentos donde viven familias de albinos, de monstruos, de enanos, corcovados y demás contrahechos”.

Con una expedición formada por 11 embarcaciones, 550 hombres, 110 marineros y 200 indios, y con la adhesión en la Isla de Cozumel del náufrago circunscrito a la desaparecida tripulación de Juan de Valdivia, Jerónimo de Aguilar -conocedor del idioma y las costumbres mayas-, Hernán Cortés consiguió descender de sus naves en la Península de Yucatán, para dejarse herir, a pesar de sus claras ambiciones de poder y riqueza - no en vano había invertido su fortuna y la de sus amigos en tal empresa- por la visión maravillosa de un mundo que se le antojó extraño, tanto, que sólo fue capaz de describirlo comparándolo con las tierras europeas, alguna vez trasegadas por su espíritu aventurero:

La ciudad es tan grande y de tanta admiración, que aunque mucho de lo della podría decir dejé, lo poco que diré creo es casi increíble, porque es muy mayor que Granada y muy más fuerte, y de tan buenos edificios y de muy mucha más gente que Granada tenía al tiempo que se ganó, y muy mejor abastecida de las cosas de la tierra, que es de pan y de aves y caza y pescados de los ríos, y de otras legumbres y cosas que ellos comen muy buenas [...] En esta provincia de muchos valles llanos y hermosos, y todos labrados y sembrados, sin haber en ella cosa vacua; tiene en torno la provincia noventa leguas y más; la orden que hasta ahora se ha alcanzado que la gente della tiene en gobernarse es casi como las señorías de Venecia y Génova o Pisa, porque no hay señor general de todos. (5 )

El extrañamiento jamás abandona a Cortés, así en las arduas jornadas al atravesar valles y provincias, cuya visión va quedando como impronta en sus extensas cartas, tras el pulso enaltecido, así en los momentos fogosos en que blande su espada para sacrificar cientos de vidas en nombre de su dios y sus majestades. Recorriendo por jornadas y a ritmo desigual el Valle de Anáhuac, Hernán Cortés lleva tras de sí el sueño de su propio imperio, ahora que ve extendido ante sus ojos el territorio del venerado Moctezuma, cuyo “reino es de oro, su palacio de oro, sus ropajes de oro, su carne de oro. Él mismo ¿no ha de levantar sus vestiduras para convencer a Cortés de que no es de oro?”, por obra del sentido poético, por revelación también de un continente que surgió de entre la barbarie, para el mundo occidental, como la región idílica donde el metal amarillo, el más dúctil y maleable, llamativo por su peso, atrayente por su valor, se encontraba en abundancia.

¿Cómo no enumerar las tantas expediciones que alguna vez partieron sin suerte de los puertos lúgubres, las tantas vidas desperdiciadas al hallazgo de la Laguna de El Dorado y de la Fuente de la Eterna Juventud?

¿Cómo no enumerar las tantas expediciones que alguna vez partieron sin suerte de los puertos lúgubres, las tantas vidas desperdiciadas al hallazgo de la Laguna de El Dorado y de la Fuente de la Eterna Juventud? La lista de nombres resulta inacabable. Se sabe que Rodrigo de Bastidas, Jiménez de Quesada, Pedro de Heredia, Lope de Aguirre, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Pizarro y otros muchos seres que registraron con sangre y saqueo la historia inicial de este continente insólito, bajo la pesantez de la tradición de occidente, pierden su juicio al ser poseídos por la fiebre de América: “Así flechen los indios y muerdan las fiebres y se vaya el oro de entre las manos, el que pisa este infierno, a este infierno retorna. Es el embrujo”(6) ¿Cómo dar crédito por entero a las cartas de relación, a las descripciones de tierras paradisíacas, a los informes de clérigos, cuando en la visión de este mundo pervive el delirio con lo mágico y la fiebre con el ansia de riqueza? El mismo obispo don Fray Bartolomé de las Casas o Casaus, de la orden de Santo Domingo, expresa que alrededor de la conquista

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