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EL GRAN POETA

geovanna12511 de Julio de 2013

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EL GRAN POETA

Ruth Patricia Rodríguez S.

Él era un gigantón, cuya necesidad voraz de saciarse de todo, había dejado a su madre esquelética y en la calle. Cuando los vecinos fueron a recogerla, ya estaba deshecha, medio difuminada en sus ojos saltones que habían quedado abiertos y pintados con el reflejo de la luna.

No era su culpa ser tan grande; siempre lo decía. Menos aún lo era aquel poema que le habían hecho en el rostro con corrector: Po/pi/pu/. Todos leían en su cara una estupidez que no tenía.

Para peor, era tal la distancia de su boca a la tierra, que su voz caía como una gota pesada y bronca, en tan lenta revolución, que nadie entendía sus mensajes, menos aún sus mentiras, las que entretejía a diario, ayudándose a vivir.

Cierta vez, uno de esos poquísimos hombres, que son pacientes hasta para morir de paciencia, decidió escucharlo y al cabo de siete días, avisó al público que había reunido una gran lluvia de sílabas con las que luego formó las palabras y más tarde los versos… ¡Sí señor!, les avisó que aquel hombrezote resultaba ser un poeta, y que esto lo podían corroborar los entendidos en la materia, que leyeron su primer poema lanzado desde semejante altura.

Al poco tiempo, sus palabras habían sido publicadas en los periódicos, dichas en la radio, pintadas a todo color en la televisión y puestas como crucigrama de la suerte en las recetas. ¡Qué bien hacía leerlo! ¡Se necesitaban muchos más poemas como esos para entender el mundo! Era pues urgente ir en busca del gigantón a esperar que caigan sus rompecabezas de palabras.

Pero nadie tenía la suficiente calma para recoger una a una las sílabas y juntarlas. Así que fueron a llamar al hombrecillo para que realizara el monótono trabajo.

-¡Con gusto lo haré! pero les costará la cosecha de trigo de este y el próximo año.

“Tengo que inventarme un modo de vivir” –argumentaba.

Y los habitantes de aquel pueblo lo aceptaron.

Dos semanas después, había resbalado hasta la tierra un profundísimo poema que socavó muchos surcos e hizo brotar pensamientos que, como girasoles o giralunas, se abrazaban esperanzando al planeta.

¡Bueno, muy bueno!... queremos más. Dijeron a toda voz los hombres.

-Pero no somos capaces de tanta paciencia y además, nuestra deuda de trigo crecerá si recurriésemos otra vez al hombrecillo paciente para que realice el trabajo. –Pensaron.

-Sí, lo que tenemos que hacer es pedir al gigantón que se agache para que así sus palabras caigan más rápido y hagamos menos esfuerzo al recogerlas. Dicho esto, fueron hacia él, y lo encontraron revestido de una inmensa hoja de papel.

-Poeta –le gritaron mirándolo desde abajo-, ¿podrías agacharte y regalarnos tus versos?

-No me hago bolas por entender sus pedidos rancheros.

-¿Qué dices? –le preguntaron, sin comprender lo que había expresado.

-Que yo no soy poeta, que nunca lo fui. Muchos de ustedes creen que el poeta debe ser extraño o anormal y que debe estar tan alto que no se lo pueda alcanzar…

Les digo una cosa: les han tomado el pelo…

-¿Pero quién?

-El audaz hombrecillo paciente que se sentaba a mis pies y decía escuchar mis palabras, el que inventó todo aquello de la lluvia de sílabas! Él es el poeta, no yo. Pues yo sigo siendo el mismo gigantón que algún día escribirá tanta maldad gigante en la inmensidad de esta hoja que me cubre. Pero ustedes, ¿Qué harán una vez que han necesitado de la poesía, y que el poeta ha decidido confundirse y revelarse entre la gente? ¿Qué nuevo modelo de poeta crearán para mentirse hasta que decidan encontrar al que llevan puesto y dormido?

(El balcón de los sueños, Casa de

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