ENCUENTRO DE DOS MUNDOS
adam21Tesis12 de Agosto de 2014
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ENCUENTRO DE DOS MUNDOS
Muchos de nosotros -allá por los años cuarentas y cincuenta&- para estudiar historia universal teníamos como texto un libro de dos autores franceses llamados Albert Malet y J. Isaac. Nos proporcionaban ellos información sobre todo acerca de los aconteceres históricos del Viejo Mundo y en particular de Europa. Cuanto alli se exponía se nos presentaba desde una perspectiva francesa. Así hubimos de acercar nos al tema intitulado "Los descubrimientos de los portugueses y de los españoles".
Los autores, hasta donde puedo recordarlo, ofrecían un cuadro de la situación prevalente en Europa. Dedicaban amplio espacio, como debió parecerles natural, a Francia. De España y Portugal, señalaban que, no obstante su atraso, había en ellas hombres arriesgados, dispuestos a lanzarse a la aventura. Un personaje aún más esforzado, el genovés Cristóbal Colón, venciendo dificultades, había logrado convencer a Isabel la Católica y, con su patrocinio, se adentró en el Atlántico. ¡A Colón correspondía la gloria de haber descubierto el Nuevo Mundo!
De lo que existía en ese otro continente, nada habían dicho Malet e Isaac hasta llegar a ese capítulo de su Historia. Ésta, aunque in titulada universal, se centraba en Europa y los antecedentes culturales de ella. Por eso habían tratado de los egipcios y los mesopotamios. Los indígenas del continente que había permanecido desconocido para los europeos, sólo entran en escena cuando ocurre que "son descu biertos", "son conquistados", "son cristianizados" y son "colonizados". De lo que antes habían sido, Malet e Isaac -así me parece recor darlo- sólo decían que la gran mayoría eran gentes primitivas cuya requerida conversión abría al cristianismo nuevo campo.
Algunos de los que estudiábamos en el dicho libro de Malet e Isaac, tuvimos la buena suerte de que otro de los maestros nos recomendara por ese mismo tiempo que leyéramos la Historia antigua de México, de Francisco Xavier Clavijero. Comparar lo que éste decía sobre los pueblos nahuas con lo expresado por Malet e Isaac nos dejó perplejos y perturbados. Y, sin embargo, para responder al maestro y pasar los exámenes, teníamos que recitar lo que había escrito Malet. La Histon'a de Clavijero nos interesó mucho por su claridad y por la forma como mostraba las creaciones culturales de los pueblos prehispánicos. No podíamos explicarnos el contraste que había entre las obras de Clavijero y de los señores Malet e Isaac.
Por mi parte, en lo escrito por Clavijero encontré luego una pista para entender ese tan radical contraste. Clavijero aludía varias veces al inglés William Robertson y al prusiano Cornelius de Paw. Los dos se referían a los indígenas de México y en general de América pintán dolos como seres primitivos, casi carentes de cultura. De Paw decía entre otras cosas que los indios de México sólo podían contar sin equivocarse hasta tres. Y curiosamente Robertson y De Paw critica ban también mucho la acción de españoles y portugueses en el Nuevo Mundo.
Sonaré tal vez pedante, pero tengo que decir que la filosofía me ha atraído mucho y que Kant dejó honda huella en mí. Como otros muchos, estudiándolo, creo haber captado las limitaciones del cono cimiento racional en los seres humanos. Algún tiempo después me enteré de que Kant también había dicho algo sobre los indígenas del Nuevo Mundo. En su obra Ciencia del hombre antroplogía filos6fica según las prelecciones manuscritas, entre otras cosas afirma ba que "los indígenas americanos no hacen suya cultura alguna ..., carecen de afectos y pasiones ..., no sienten amor y debido a ello no son fecundos ..., casi no hablan ..., no se preocupan de nada, son perezosos".1 Más drástico aún se mostró Kant al referirse otra vez a los nativos del Nuevo Mundo en sus Reflexiones sobre la Antro pología. ''Toda una parte del mundo [es decir América] --escribió- está mal poblada y es medio animal".2 Tales afirmaciones hasta ahora me dejan asombrado. Lo dicho por él contrasta con la admira ción que no mucho después mostró Alejandro de Humboldt ante las culturas de Mesoamérica y el área andina.
Acudir a los filósofos en busca de juicios sobre los pueblos indí genas de las Américas y sus culturas me empezó a parecer desconcer tante. Jorge Guillermo Federico Hegel, al referirse no solamente a las culturas del Nuevo Mundo, sino a todo su devenir histórico, se mos traba aún más radical. Así en sus Prelecciones sobre Historia Universal sentenció:
"América ha estado separada del campo en el que hasta hoy se ha desarrollado la historia universal . . . Lo que hasta ahora ha suce dido en ella es sólo eco del Viejo Mundo ... Dejando así a un lado al Nuevo Mundo y a las fantasías que están ligadas con él, nos fija mos en el Viejo Mundo, básicamente en Europa, es decir en el escenario verdadero de la historia universal ..."
De este modo, no mucho después de que Clavijero ponderaba el pasado prehispánico de México y su Hfrtoria se traducía al inglés, francés y alemán, Kant negaba a los indígenas, con un juicio a priori muy de su agrado, no sólo afectos y sentimientos, sino capacidad de trabajo, de procrear y aun de hablar, y los tildaba además de "medio animales". Y, en tanto que Humboldt en obras suyas como Vistas de las cMdilleras y de los monumentos de los pueblos indígenas de América describía con admiración el arte y cultura de los nativos, y en su Ensayo político sobre la Nueva España apuntaba un destino promisorio para México, Hegel de un plumazo situaba fuera de la historia a todo el continente americano.
Leyendo años después el precioso libro de Antonello Gerbi, La
disputa del Nuevo Mundo, me enteré de que lo que ocurrió entre los germanos, sucedió también con algunas diferencias entre los in gleses como en Robertson y entre los franceses desde Buffon hasta Joseph de Maistre. Éste llegó a escribir que "no hubo sino excesiva verdad en la primera actitud de los europeos que rehusaron en el siglo de Colón reconocer como a sus semejantes a los hombres degra dados que poblaban el Nuevo Mundo".4
El desconocimiento y desdén de no pocos de los europeos respec to de las trayectorias culturales de los pueblos nativos del Nuevo Mundo se vio luego acompañado de su desinterés por la historia de las colonias que allí se implantaron y de las naciones que más tarde alcanzaron la independencia. Una excepción fue la historia de los Estados Unidos de América que, sobre todo a partir de la primera guerra mundial, interesó ya a los europeos. En los Estados Unidos vieron ellos el trasplante exitoso de la cultura occidental, en parti cular en su versión anglo-germánica. La historia americana, asi sin adjetivos, se presentó a sus ojos como prototípica de lo que el trasplante de europeos nórdicos podía realizar: la creación de un gran país.
Éste había surgido y se ensanchaba haciendo a un lado a los indios. Nada menos que George Washington hizo notar esto escri biendo a James Duane el 7 de septiembre de 1783. La expansión de los establecimientos angloamericanos -le decía- "provocará cier tamente que el salvaje [es decir el indio] como el lobo se retiren, ya que ambos son bestias de rapiña aunque puedan diferenciarse en apariencia".5
Ciertamente que los pareceres de Cornelius de Paw, Kant, Hegel, De Maistre y Washington hablando acerca de los amerindios, se pre sentaban como del todo contrarios no ya sólo a lo expuesto por Clavi jero y Humboldt, sino también a lo que en el siglo XVI escribieron muchos de los frailes cronistas. Quienes han leído a Motolinía re cordarán cómo alaba el ingenio de los indios. En el caso de Sahagún, empeñado en conocer las tradiciones y la perspectiva de los nahuas acerca de sí mismos, y que recogió un impresionante conjunto docu mental, bastará con evocar un juicio suyo: los indios "echan el pie delante a muchas naciones que tienen gran presunción de políticas". Y no será necesario citar aquí a Bartolomé de las Casas que, de haber podido escuchar a Comelius de Paw, Kant, Hegel, De Maistre y Washington, hubiera arremetido contra ellos como lo había hecho con Juan Ginés de Sepúlveda.
Interrumpiré un momento estas reflexiones para preguntarme por qué las estoy expresando. Nos hallamos no en un año cualquiera sino en el de 1992. Por todas partes se habla de que en este año alguien muy importante cumple años, o mejor, aunque dicen que no es viejo sino nuevo, que cumple centenarios. Me refiero a nuestro continente que, hasta donde sé, es el único que tiene este feliz o triste privilegio. Nadie ha hablado del cuarto, décimo o vigésimo cen tenario de Europa o de Asia o África, ni siquiera de Oceanía. En cambio, las Américas cumplen en este 1992 su quinto centenario.
El acontecer que se evoca en el V Centenario no sólo guarda relación con la historia sino también con las varias formas como ella se ha escrito y reescrito. Precisamente por esto mientras unos quieren celebrarlo y festejarlo, otros hablan de execrarlo. Nos hallamos ante un tema en tomo al cual se plantean, con razón o sin ella y casi siempre con pasión,
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