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El Lazarillo De Tormes


Enviado por   •  10 de Junio de 2013  •  1.697 Palabras (7 Páginas)  •  403 Visitas

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EL ESPAÑOL MODERNO

Durante el Siglo de Oro la fijación del idioma había progresado mucho, pero los preceptos gramaticales habían tenido escasa influencia reguladora. Desde el siglo XVIII la elección es menos libre; se siente el peso de la literatura anterior. Sobre la estética gravita la idea de corrección gramatical y se acelera el proceso de estabilización emprendido por la lengua literaria desde Alfonso el Sabio. La evolución del idioma no se detuvo en ningún momento, lo cual se percibe en el lenguaje escrito que, con ser tan conservador, revela una constante renovación, aún más intensa que el hablado, a juzgar por la literatura. Las novedades y vulgarismos tropiezan desde el siglo XVIII con la barrera de normas establecidas que son muy lentas en sus concesiones.

El reflejo de este conservadurismo es la fundación de la Real Academia Española (l713) y la protección oficial que recibió. En los primeros tiempos, la Academia realizó una eficacísima labor, que le ganó merecido crédito. Publicó entonces el excelente Diccionario de Autoridades (1726-1739). Dio a luz también la Orthographía (1741) y la Gramática (1771). Su lema "limpia, fija y da esplendor" quedó cumplido en cuanto a criba, regulación y estímulo.

El estudio y purificación del dioma tiene cabida también en la obra de otros conocidos eruditos. Toda esta preocupación por la regularidad idiomática permitió resolver en el siglo XVIII dos de los problemas en que más habían durado las inseguridades. Quedaba por decidir si los grupos consonantes que presentaban las palabras cultas debían pronunciarse con fidelidad a su articulación latina, o si, por el contrario, se admitía definitivamente su simplificación, según los hábitos de la fonética española. La academia impuso las formas latinas concepto, efecto, digno, solemne, excelente, etc., rechazando las reducciones conceto, efeto, dino, solene, ecelente. Por concesión al uso prevalecieron multitud de excepciones, como luto, fruto, respeto, afición, cetro, sino. Cuando en los cultismos había grupos de tres consonantes que resultaban duros para nuestra articulación, como en prompto, sumptuoso, fueron también preferidas las formas sencillas, pronto, suntuoso; oscuro, sustancia, generales en la pronunciación, van desterrando de la escritura a obscuro, substancia.

Otro problema grave era el de la ortografía. El sistema gráfico que había venido empleándose durante los siglos XVI y XVII era esencialmente el mismo de Alfonso X, que no se correspondía con la pronunciación real de 1700. La Academia, con un apoyo oficial que no habían tenido los ortógrafos anteriores, emprendió la reforma, jalonándola en una serie de etapas, la primera de las cuales se formuló en el prólogo al Diccionario de Autoridades (1726). En 1815 quedó fijada la ortografía hoy vigente. Las reformas posteriores han sido mínimas y se han limitado a la acentuación y a casos particulares. En 1999 se ha publicado la edición más reciente de la Ortografía.

En el siglo XVIII se registra una justificada preocupación por el idioma y se produce una auténtica lucha contra el mal gusto imperante en la literatura plagada de escritores de poca monta y predicadores ignorantes que prolongan los gustos barrocos de la extrema decadencia. El abuso de metáforas e ingeniosidades llega al grado de chabacanería. Fustigadas estas aberraciones y el amaneramiento avulgarado por escritores como el padre Isla, Mayans, Cadalso, Forner y Moratín, sólo les quedó como último reducto el teatro.

Con el neoclasicismo se produjo una vuelta a los escritores de nuestro siglo XVI, pero también se volvió la vista hacia los escritores franceses cuya prosa llegó a despertar gran admiración hasta tal punto que los galicismos empezaron a admitirse con gran indulgencia: la introducción de voces o construcciones extrañas resultaba más cómoda que el aprovechamiento de los recursos propios del idioma, y a veces inevitable.

El alud de galicismos desencadenó una actitud defensiva que trató de acabar con la corrupción del idioma, tan lleno de excelentes cualidades. Poseéis –decía Forner- una lengua de exquisita docilidad y aptitud para que, en sus modos de retratar los seres, no los desconozca la misma naturaleza que los produjo; y esta propiedad admirable, hija del estudio de vuestros mayores, perecerá del todo si, ingratos al docto afán de tantos y tan grandes varones, preferís la impura barbaridad de vuestros hambrientos traductores y centonistas."

A fuerza de repetir imágenes y conceptos, la literatura se había apartado del habla, y el léxico estaba empobrecido. Los escritores más notables del siglo XVIII pugnaron por recobrar el dominio de la lengua y aumentar el vocabulario disponible. Durante la Ilustración, la renovación del vocabulario cultural español se hizo por trasplante del que había surgido o iba surgiendo más allá del Pirineo, aprovechando el común vivero grecolatino. El vocabulario científico y especialmente el político es fundamentalmente el mismo en España y la América hispana.

Durante el siglo XIX, las nuevas apetencias expresivas pugnaban por romper el caparazón neoclásico de la lengua. Los nuevos tiempos y los nuevos estilos literarios pedían un lenguaje variado y flexible, pero la educación estética de los escritores mantenía resabios puristas. La artificiosa imitación del español del Siglo de Oro, acompañada por el uso de voces antiguas o regionales, dio lugar a la tendencia casticista, que si en ocasiones aportó un notable caudal de palabras

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