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El dia de los encantos


Enviado por   •  3 de Septiembre de 2018  •  Tareas  •  1.254 Palabras (6 Páginas)  •  248 Visitas

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El día de los encantos

Cuánta razón tenía la gente mayor, para ellos la sabiduría no se media en conocimientos sino en años. Era mi abuelita una de esas personas que sabía muy bien lo que hacía, sus arrugas y canas las justificaban con todos los recuerdos como el que hoy les voy a platicar. Había en aquellos tiempos algunos lugares maravillosos que estaban escondidos durante los demás días del año, menos el 24 de junio en las fiestas de San Juan, eran los “encantos” bellísimos parajes que atraían a los incautos, tenían todo lo mejor del mundo, como oasis en medio del desierto parecía solo una vez al año. Ahí se podían saborear los mejores manjares y vestirse con lo más elegantes atuendos, además de quedarse atontado con las joyas brillantísimas que deslumbraban con su reflejo. Solamente los que se ponían “abusados” podrían sacar algún objeto de los encantados y de inmediato salir corriendo para no quedar atrapados para siempre.  Sin embargo, no crean que ya quedo en el olvido, porque apenas en el año 2014, específicamente el 24 de junio aconteció un suceso que no tiene explicación alguna, júzguenlo ustedes mismos: cerca de las doce de la noche de la víspera de San Juan los vecinos del barrio de cerritos nos disponíamos ya a descansar, el anochecer era fresco por el aguacero que no faltaba en los atardeceres de esa temporada, por lo regular nos acostamos temprano y solo los que nos desvelamos ocasionales por el exceso de trabajo, nos quedamos despiertos más allá de lo normal. En aquella ocasión así fue y junto con mi familia atestiguamos la llovizna de piedras que cayó sobre todas las casas de la calle, como un ejército de seres desconocidos apedrearon a mas no poder las viviendas que resultaron en su mayoría dañadas, laminas agujeradas y vidrios rotos comprueban la veracidad del asunto. Aunque estábamos muy atemorizados lo primero que se nos ocurrió, fue llamar a la policía, para que vinieran a revisar qué es lo que había provocado el desorden, creímos que los culpables estarían todavía escondidos entre las fincas, pensamos que se trataba de un grupo de borrachos o muchachos pandilleros que aprenden todas sus mañanas en la cuidad de México, donde habían trabajado algunos como chalanes por un buen tiempo. Lo más extraño del caso es que los gendarmes, aun siendo bastantes, no hallaron ningún indicio de los responsables, después de un buen rato de búsqueda insistente regresaron al palacio municipal dejándonos más tranquilos al mencionar que estarían dando sus vueltas en el transcurso de la noche. Todo quedo en silencio, los que habíamos salido de nuestros hogares para verificar que ya todo permanecía en calma quedándonos un momento con la vista fija en los terrenos baldíos de los alrededores, cuando de pronto escuchamos claramente unas risitas macabras que hicieron que volviéramos a encerrarnos con llave. El resto de la madrugada muy pocos pudimos dormir, ya que causaban gran sobresalto las piedras que seguían cayendo en ciertos momentos de aquella tenebrosa noche, al otro día nos dedicamos a retirar todos los guijarros que formaban montones en los techos y banqueas. A la semana siguiente una anciana que supo del ataque de los duendes pregunto si alguna familia había guardado las rocas arrojadas contra las casas, como ninguno respondió a favor de ella, sentencio: “¡pero que tontería, como se trataba del día de los encantos seguramente les estaban aventando montones de dinero que nadie quiso recoger, porque en un principio solo veían piedras, pero al amanecer se convertían en oro puro”!  don Marcos nos dice que suena muy fantasioso las palabras aquéllas, además con el miedo que tenían a quien carambas se le ocurriría guardarlas, pero se preguntan si tenía razón la señora y por eso se dice que el que no oye consejos no llega a viejo y a lo mejor hoy seriamos ricos.

En las altas horas de la noche, cuando todo parece dormido y sólo se escuchan los gritos rudos con que los boyeros avivan la marcha lenta de sus animales, dicen los campesinos que allá, por el río, alejándose y acercándose con intervalos, deteniéndose en los frescos remansos que sirven de aguada a los bueyes y caballos de las cercanías, una voz lastimera llama la atención de los viajeros. Es una voz de mujer que solloza, que vaga por las márgenes del río buscando algo, algo que ha perdido y que no hallará jamás. Atemoriza a los chicuelos que han oído, contada por los labios marchitos de la abuela, la historia enternecedora de aquella mujer que vive en los potreros, interrumpiendo el silencio de la noche con su gemido eterno. Era una pobre campesina cuya adolescencia se había deslizado en medio de la tranquilidad escuchando con agrado los pajarillos que se columpiaban alegres en las ramas de los higuerones. Abandonaba su lecho cuando el canto del gallo anunciaba la aurora, y se dirigía hacia el río a traer agua con sus tinajas de barro, despertando, al pasar, a las vacas que descansaban en el camino. Era feliz amando la naturaleza; pero una vez que llegó a la hacienda de la familia del patrón en la época de verano, la hermosa campesina pudo observar el lujo y la coquetería de las señoritas que venían de San José. Hizo la comparación entre los encantos de aquellas mujeres y los suyos; vio que su cuerpo era tan cimbreante como el de ellas, que poseían una bonita cara, una sonrisa trastornadora, y se dedicó a imitarías. Como era hacendosa, la patrona la tomó a su servicio y la trajo a la capital donde, al poco tiempo, fue corrompida por sus compañeras y los grandes vicios que se tienen en las capitales, y el grado de libertinaje en el que son absorbidas por las metrópolis. Fue seducida por un jovencito de esos que en los salones se dan tono con su cultura y que, con frecuencia, amanecen completamente ebrios en las casas de tolerancia. Cuando sintió que iba a ser madre, se retiró “de la capital y volvió a la casa paterna. A escondidas de su familia dio a luz a una preciosa niñita que arrojó enseguida al sitio en donde el río era más profundo, en un momento de incapacidad y temor a enfrentar a un padre o una sociedad que actuó de esa forma. Después se volvió loca y, según los campesinos, el arrepentimiento la hace vagar ahora por las orillas de los riachuelos buscando siempre el cadáver de su hija que no volverá a encontrar. Esta triste leyenda que, día a día la vemos con más frecuencia que ayer, debido al crecimiento de la sociedad, de que ya no son los ríos, sino las letrinas y tanques sépticos donde el respeto por la vida ha pasado a otro plano, nos lleva a pensar que estamos obligados a educar más a nuestros hijos e hijas, para evitar lamentarnos y ser más consecuentes con lo que nos rodea. De entonces acá, oye el viajero a la orilla de los ríos, cuando en callada noche atraviesa el bosque, aves quejumbrosos, desgarradores y terribles que paralizan la sangre. Es la Llorona que busca a su hija.

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