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El suéter Narración de un exiliado


Enviado por   •  5 de Febrero de 2023  •  Tareas  •  3.812 Palabras (16 Páginas)  •  102 Visitas

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El suéter

Narración de un exiliado

Escrito por Aslan Sand

“Solo era día de mercado”- revolotean en tu cabeza esas palabras arrebatadas de los seres que forman parte de la composición.

Portando piernas enclenques, dejas que el escalofrío invada tu cuerpo, y que el morbo tome control de tus ojos así evitando que tu cobarde palma los tape.

Lo que se posa frente a ti ha acuñado al cielo en tonos acromáticos, ha hecho del sol un fantasma que nace y crece en el olvido, como aquella niñez frente al mediterraneo. Y recuerdas que son solo destellos de otra vida en un mundo donde las nubes de polvo y los gritos de humanos no suenan a mofas de caballos.

El escozor al fin llega a tus hombros, y estos al verse debilitados, derriten las  manos que cargaban al pollo. El animal ya congelado en el suelo, con el pico abierto, pareciera querer decir algo. Es ese sentir frente a tus pies que te hace exclamar: “Nunca fue día de mercado”.

Ahora eres parte del retrato; una expresión viva que piensa y odia . Eres más que un trazo sin relevancia, eres el único que se mueve en este lugar donde la muerte no te mira, por que si lo hiciera, gritarias hasta quedarte sin voz.

¡VIVA EL COMUNISMO! gritaban al otro lado del camino muchachos imberbes, quienes hace poco habían aprendido a descargar un fusil subidos en convoyes, que lo único que provocan es tambalear a la arrepentida abuela que con mucho pesar se sostiene de tu brazo

Avergonzado, rediriges tu vista para ignorarlos, qué fácil sería pasar por alto la calamidad que hacen las guerras en las mentes que alguna vez fueron libres. Si aquellos que gritaran no estuvieran armados, les dejarías caer eso que alude al peor de los pecados. Pero tu mente es serena, y piensas en lo mejor para ambos; un futuro bondadoso en tierras que fueron conquistadas.

Tienes fe, cuando ves a lo lejos desde una distancia no mayor a dos faros acostados, la silueta de un barco anclado.

Los nacionales se retiran, aún estás a tiempo de abordar, y de una escena saltas a otra, esta vez tu siendo una papila en una lengua que desemboca de un casco de metal. La abuela por su parte, aislada, espera a que recapitules y la lleves a un refugio más familiar, pero la decisión ya fue tomada desde el momento que cayó la primera bomba.

Ya dentro del colosal navío, el crepúsculo es celoso y esconde los últimos rayos de sol, mientras tú recuerdas los aviones que lucían en los cielos, ensordeciendo las exhalaciones de asombro con el sonido de sus hélices. ¿Ese maravilloso invento nació de la destrucción?

Devorar al mundo con bombas era el verdadero deseo de transmutar nuestros más celosos conocimientos, depositados en llanuras desiertas.

Sobrepiensas los discursos hablados con tal elocuencia, que si los nacionales te escucharán; detendrían la guerra en este instante, para seguir a otro más con el don de la palabra.

En altamar es inevitable pensar… pensar, qué cosa tan hermosa ocupar ese regalo divino, que es austero al no tener todas las respuestas que de manera inevitable te conducirán a dejarlo de disfrutar.

Acaricias las canas de la abuela quien descansa sobre tu regazo, y a medida que pasas tu mano sobre ella, sientes lastima por ustedes, han sufrido más que en cien vidas. ¿Pero no el sufrimiento es el principio de todo placer?

Las jacarandas florecen. De espaldas te sientes como el único refugiado.

 El bendecido al que el grácil árbol permite que restos de su follaje caigan sobre tu coronilla. Como si te abrazara de lejos con temor a que le volvieras hacer algún agravio a sus territorios torturados.

Miras por sobre tu hombro a la ciudad, luce como todas las demás, pero  su gente es diferente; bellezas exóticas que guardaras en tu memoria para cuando algun dia regreses a tu patria, a la madre que te obsequio la más  grandiosa de las lenguas, la cual te ha hecho llorar, odiar, pero por sobre todo amar y expresar tu adulación a esta sobria ciudad que ilumina sus esquinas con nichos cubiertos de velas, y calles atascadas de sonrisas que someten la luz de la luna.

-¡Oh mi ciudad!-exclamas entre titubeos con temor de revelar tu acento.

Llegas tarde a casa. Te despilfarras en el sofá, donde yace sobre una mesa en frente tuyo un libro compilatorio de los más ilustres poetas barrocos, pero antes de siquiera tomarlo, sientes una textura diferente al cuero; es una carta.

Tu postura antes blanda se contrae al ver quien la había escrito, y de donde fue enviada. La abres como si de un envoltorio de regalo se tratase. Y la comienzas a leer:

“Querido hermano: Hemos ganado la guerra. La república le ha concedido el poder total “al generalísimo”. Que pena que no hayas estado aquí. Cuando te fuiste con la abuela no imagine que se habían ido a tan recóndito lugar.

En serio creí que los encontraría en Madrid. Los años fueron eternos, cada provincia a la que asediaba y después tomaba, procuraba realizar el menor número de bajas posibles y fijarme bien a quien mataba, aunque eso hiciera enojar a mis superiores.

Nunca los obligue a tomar bandos. Pero ahora solo hay uno.

Regresen, haré que borren su estatus de exiliados. He adquirido un mayor rango en nuestro ejército, comida nunca les hará falta y convivirán con las esferas más altas del país.

Para animarte un poco más a regresar, quiero decirte que encontré a nuestro abuelo. Él está sano y estable en un lugar que se hace llamar: La cantina de los ancianos en el Colegio de El Porvenir. Esas brigadas internacionales cuidaron bien de él, es por eso que cuando llegó el momento de fusilarlos, deje a unos tres capullos libres para que huyeran a la frontera con Francia.

Nuestra familia volverá a estar unida de nuevo. No puedo escribir todo lo que hice en este lapso de soldado, pero lo que viví me hizo reflexionar en ustedes, como cuando sacamos a esos niños de sus casas para luchar con nosotros, o incluso cuando una de mis balas perdidas mató a una anciana, y todo esto lo traigo a colación; porque en realidad añoro una vida unidos bajo el techo de esta nueva España sin altibajos en su soberanía.

Te has vuelto un buen escritor, y es que no me hubiera enterado en donde vivían hasta no ver tu montaña de cartas apiladas en el ayuntamiento. Tienes una prosa exquisita, la cual únicamente se compararía con otro gran poeta que murió cuando yo custodiaba su celda.

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