Ensayo Gabriela Mistral

María Paz Fuentes

Gabriela Mistral

Lucila Godoy Alcallaga, más conocida como Gabriela Mistral, es mundialmente famosa por haber ganado el premio Nobel de literatura en 1945. Este justo reconocimiento premia una larga trayectoria creando poesía y prosa de gran hondura lírica y profunda emotividad, que mostraba un desolado mundo interior. Este ensayo abordará en primer lugar el reflejo del entorno geográfico en su obra, y posteriormente el contexto social en su vida. Estas razones son las que le otorgan el merecido honor de ser una fiel representante de la reflexión socio-ecológica de la poesía chilena.

Las palabras de la misma poetisa reflejan la presencia e inspiración constante de su entorno: “Salí de un laberinto de cerros y algo de ese mundo sin desatadura posible queda en lo que hago, sea verso o sea prosa” (Gabriela Mistral: biografía de la autora y análisis de su obras. Los grandes autores y sus obras, tomo 8. Editoral Portada, Santiago). En su vida y obra un punto permanente de reflexión es su tierra natal y su entorno, ese mundo tan descarnado del norte, de esas aldeas Montegrande y Vicuña. Incluso la madre tierra parece cobrar vida en muchas de sus letras. En Motivos del barro, dedicado a su amigo Eduardo Barrios, le dice: “Alfarero, ¿sentiste el barro cantar entre tus dedos? Cuando le acabaste de verter el agua, gritó entre ellos. ¡Es su tierra y la tierra de mis huesos que por fin se juntaron!”.

La alusión permanente a la tierra, es quizás el hilo conductor de una buena parte de su poesía y prosa. Por ejemplo, en Estoy llorando de Poemas del éxtasis: “Muerta la tarde divina, volveré vacilando hacia mi casa, apoyándome en los troncos del camino… Es la senda que hice esta mañana, y no la voy a reconocer. Miraré con asombro el cielo, el valle, los techos de la aldea…” .

También es recurrente la mirada sobre un mundo sencillo y pobre. En El brasero de Poemas del Hogar, dedicado a Celmira Zuñiga escribe unas palabras muy entrañables al brasero: “Brasero, ilusión para el pobre… Mis abuelas quemarán en ti buenas hierbas que ahuyentan a los espíritus malignos” .

Al estudiar su obra llama poderosamente la atención que sus poemas más bellos e íntimos se refieren a desengaños en su vida, ahí emerge toda la rebeldía de quien ha sido humillada y ninguneada en el amor y el trabajo.

 La dureza de la vida de lazarillo de su maestra ciega Adelaida Olivares, quien después la despreciará; el fallido intento de ir a estudiar a Serena con su hermana Emelinda Molina; y el suicidio de su primer amor, el conductor de trenes Romelio Ureta; son tan solo algunas de las penas que acosan la vida de esta poetisa. De estos grandes sufrimientos nacerían los Sonetos de la muerte, que en 1914 la coronaron vencedora en un certamen conocido como Juegos Florales.

Su dura vida, su soltería y soledad tras el suicidio por arsénico de su adorado Yin Yin, Juan Manuel Godoy Mendoza; la angustiaron profundamente. Sin embargo, convirtió estos sentimientos arrebatadores en desgarradores aullidos líricos que enriquecieron la literatura universal, como en el Soneto XII (una continuación a los 11 Sonetos de la muerte): “Yo no sé dónde lo pusieron / que no lo siento en mi regazo; / yo no sé con qué me lo ciñeron / que están inútiles mis brazos, / no se como lo amortajaron si esta intacta mi cabellera.” Y continúa en el Soneto XII: “Me iré tan lejos como van los muertos / y quien sabe si más: hasta que no halle / ni azul de cielo, ni ocre de crepúsculo, / ni salmuera de mar, ni olor a valle”.

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