Escuela Nacional De Las Culturas Populares
nicomedes2 de Octubre de 2014
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Escuela Nacional de las Culturas Populares
Todo pueblo es una escuela de su cultura.
Un Espacio para el Encuentro, el Díalogo de Saberes y la Interculturalidad
I. La Escuela del Pensamiento
I.1- Fundamentación
I.2.- Principios generadores
I.3.- Objetivos
II. La Escuela para la Acción
II.1.- Estructura general (física y áreas de acción)
II.2.- Modalidades de formación
II.3.- Programa de experiencias y saberes (programa de estudios)
II.4.- Perfil de facilitadores, cultores y cultoras.
II.5.- Estructura organizativa.
III.- Para ir conociendo a la Escuela…
III.1.- Taller para docentes especialistas: Nuestra Diversidad Cultural en el Aula.
III.2.- Talleres para público general: Venezuela, Multiétnica y pluricultural.
I.- La Escuela del Pensamiento.
I.1.- Fundamentación
“Nadie libera a nadie, nadie se libera sólo, los hombres se liberan en comunión. Nadie educa a nadie, nadie se educa a sí mismo, los hombres se educan entre sí mediatizados por el mundo.”
Paulo Freire
En este momento histórico de refundación de la República, la educación (formal y no formal) es un proceso de vital importancia en la transformación de la sociedad. Los procesos de cambios que ha vivido nuestra nación, en la última década, están fundamentados en los principios y preceptos de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, expuestos en el preámbulo, donde la República se reconoce multiétnica y pluricultural, elementos indispensables a tener en cuenta en el proceso de fortalecimiento de la identidad, el reconocimiento de la diversidad cultural y el ejercicio de la interculturalidad, así como en su articulado garantiza el pleno ejercicio de los derechos culturales (capítulo VI, artículos 98 al 101), los derechos educativos (artículos 102 al 118) y los derechos indígenas (capítulo VIII, artículos 119 al 126); estando en deuda lo concerniente al reconocimiento de los afrodecendientes.
De acuerdo a la Ley Orgánica de Educación, se establece como principios rectores de la educación, entre otros, “la democracia, participativa y protagónica, la responsabilidad social, la igualdad entre los ciudadanos y ciudadanas sin discriminaciones de ninguna índole, la formación para la independencia, la libertad y la emancipación, (......). el fortalecimiento de la identidad nacional, la lealtad a la patria e integración latinoamericana y caribeña”. Considerando como valores fundamentales “el respeto a la vida, el amor y la fraternidad, la convivencia armónica en el marco de la solidaridad, la corresponsabilidad, la cooperación, la tolerancia y la valoración del bien común, la valoración social y ética del trabajo, el respeto a la diversidad propia de los diferentes grupos humanos, (......) con pertinencia social, creativa, artística, innovadora, crítica, pluricultural, multiétnica, intercultural y plurilingüe” (Art. 3).
En la misma ley, la educación es concebida “(...) como derecho humano y deber social fundamental orientada al desarrollo del potencial creativo de cada ser humano en condiciones históricamente determinadas, constituye el eje central en la creación, transmisión y reproducción de las diversas manifestaciones y valores culturales, invenciones, expresiones, representaciones y características propias para apreciar, asumir y transformar la realidad. El Estado asume la educación como proceso esencial para promover fortalecer y difundir los valores culturales de la venezolanidad” (Art. 4).
Sin embargo, encontramos que los medios de difusión masiva y la educación formal, imponen un “régimen escópico” (Brea) o “estética ideológica” (Paúl de Man), el cual generalmente estereotipa y homogeniza la cultura del país y no contribuye a la ampliación del campo óptico para la visibilización de la diversidad cultural y la formación de ciudadanos/as capacitados/as para el establecimiento de las relaciones interculturales.
Se nos ha condicionado o enseñado a ver desde una óptica y ésta es formada histórica, cultural e ideológicamente, por la familia, la escuela y la sociedad. El papel de una Escuela para la Interculturalidad debería enseñar a vernos en la diversidad cultural como país y no a través de los estereotipos e imágenes que no se parecen al venezolano/a, se ha creado un vacío de contenidos y se ha dejado la forma, el estereotipo, el cliché del ser venezolano/a, se ha obviado la mayoría de las prácticas simbólicas que conforman a la nación porque estás no responden al discurso dominante, al discurso “universal” u occidental. El menosprecio de la diversidad cultural venezolana se inicia con su ubicación conceptual como regionalismo o lo folklórico para diferenciarlo de lo bello y lo sublime que hay en la cultura occidental. Se ha internalizado o naturalizado la visión folklorista de las culturas venezolanas.
Es necesario concebir la cultura, no sólo como expresión de las bellas artes, y la cultura popular como espectáculo, sino como el modo de vida de una comunidad. Para ello se hace necesario abrir espacios educativos en los cuales se haga énfasis en la diversidad cultural, la interculturalidad y la convivencia entre culturas bajo un enfoque multilineal del desarrollo de los pueblos, inspirado pedagógicamente en el ideario bolivariano y el pensamiento latinoamericano, fundamentados principalmente en las ideas emancipadoras de Simón Bolívar, Simón Rodríguez, Ezequiel Zamora, Luis Beltrán Prieto Figueroa y Paulo Freire, entre otros.
Los desafíos de una Escuela para la Interculturalidad en Venezuela.
Venezuela es un país en movimiento que se ha trasformado constantemente desde la llegada de sus primeros pobladores hace aproximadamente 14 mil años atrás. Durante estas oleadas sucesivas de pueblos y culturas, está la permanente existencia de los pueblos originarios ancestrales (los más de 40 pueblos indígenas actuales como descendientes directos), los pueblos afro descendientes presentes en por lo menos 14 de los estados del país, los pueblos criollos o mestizos y las colonias inmigrantes de los siglos XIX y XX.
En Venezuela, como en otros países de la América Latina, su población mayoritaria ha sido sometida a largos e intensos procesos de enseñanza y construcción de imágenes de negación de sus potencialidades culturales, la invisibilización y estigmatización de sus propias estructuras de conocimientos y la imposición de herramientas conceptuales y operativas para explicar sus realidades, exclusivamente desde el lugar de enunciación hegemónico, produciendo una penetrante vergüenza étnica.
Estos procesos de enseñanza comienzan en el sistema educativo formal, desde sus primeros niveles hasta los más avanzados, complementado por los medios de comunicación social y la llamada “industria del entretenimiento”. La acción del poder imperial y de los Estados, signada por la “Colonialidad del Saber” Mignolo (1995), Lander (2000) y la “Colonialidad del Poder” Quijano (1992), produce y reproduce sofisticadas estructuras sociales y culturales que construyen una trama institucional de amplios poderes y legitimación de un saber eurocéntrico, de difícil confrontación desde los sectores populares conscientes de sus potencialidades y de sus necesidades de liberación. La avanzada de la Colonialidad del Saber a través de la imposición de un tipo cultural y la construcción de las identidades de los Otros, está en el eje medular de la permanencia y reproducción de modelos civilizatorios en América Latina.
De acuerdo con Vargas (2005) el programa educativo del Puntofijismo es un claro ejemplo sobre la implantación física e ideológica de estructuras de dominación “transnacional o transnacionalizado”:
“el sistema educativo se ajustó a esa condición; la neocolonización y la desnacionalización fueron producidos y reproducidos mediante la alienación de jóvenes y maestros/as a la noción de Venezuela como una nación sin historia, promoviendo, al mismo tiempo, una visión eurocentrista de la historia, pues se consideró que la nuestra comenzó solamente a partir de la invasión europea” (Vargas, 2005, p.203)
Es así como la política cultural y educativa de los Estados tiene un poder relevante en la asignación de valores a unos componentes culturales en detrimento de otros, en la reducción de la pluralidad cultural a través de la “cosificación” de las culturas y en la promulgación de leyes inconsultas con los sectores más afectados, creando así un orden institucional y jurídico para acciones de alta exclusión social, con secuelas de desesperanza y frustración en la población.
Por otra parte, es un pensamiento comúnmente compartido, que los procesos de dominación imperial no sólo se imponen por acciones violentas directas, como la confrontación bélica o el bloqueo económico. Ciertamente, existe una amplia bibliografía y un significativo debate público, sobre el problema de la segregación racial y de género, la exclusión social y la dominación cultural en las sociedades.
Esta dominación se práctica a través del desarrollo de formas culturales cada vez más sofisticadas, que no sólo justifican la fuerza de un poder dominante, sino que construyen formas “seculares” de reproducción de dichas relaciones de poder, particularmente en los espacios institucionales de la representación cultural, estructurados a partir de las políticas
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