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Historia De Mi Vida


Enviado por   •  3 de Octubre de 2014  •  945 Palabras (4 Páginas)  •  153 Visitas

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Y, aunque el espectador, situado en las alturas cercanas a Castiglione, no puede seguir todas las peripecias

de la batalla, comprende que los austríacos intentan desfondar el centro de las tropas aliadas, para

proteger Solferino, cuya posición será la baza decisiva de la batalla; infiere que el emperador de los

franceses realiza denodados esfuerzos para reagrupar los diferentes cuerpos de su ejército, que podrán,

así, sostenerse y apoyarse mutuamente.

Viendo que falta a las tropas austríacas una decidida y homogénea dirección de conjunto, el emperador

Napoleón ordena a los cuerpos de ejército de Baraguey d'Hilliers y de Mac-Mahon, después a la guardia

imperial, mandada por el mariscal Regnaud de Saint-Jean d'Angely, atacar simultáneamente los

atrincheramientos de Solferino y de San Cassiano, para presionar contra el centro enemigo, integrado por

los cuerpos de ejército a las órdenes de Stadion, Clam-Gallas y Zobel, que no acuden sino sucesivamente a

defender estas tan importantes posiciones.

En San Martino, el valeroso e intrépido mariscal de campo Benedek hace frente, con solamente una parte

del segundo ejército austríaco, a todo el ejército sardo, que lucha con heroísmo a las órdenes de su rey,

cuya presencia lo electriza.

El ala derecha de los aliados, integrada por cuerpos de ejército que mandan el general Niel y el mariscal

Canrobert, resiste con indomable energía contra el primer ejército alemán, mandado por el conde

Wimpffen, pero cuyos tres cuerpos, a las órdenes de Schwarzenberg, Schaffgotsche y de Veigl, no

consiguen actuar concertadamente.

Siguiendo con minuciosidad las órdenes del emperador de los franceses, manteniéndose a la expectativa

(lo que tiene su razón de ser totalmente plausible), el mariscal Canrobert no hace intervenir, ya por la

mañana, sus tropas disponibles; sin embargo, la mayor parte de su cuerpo de ejército, las divisiones

mandadas por Renault y Trochu, así como la caballería del general Partouneaux participan muy

activamente en la acción.

Si, en primer lugar, detiene al mariscal Canrobert la espera de la llegada contra él del cuerpo de ejército

mandado por el príncipe Eduardo de Liechtenstein, no incluido en los dos ejércitos austríacos pero que,

habiendo salido esa misma mañana de Mantua, preocupaba al emperador Napoleón, al cuerpo de ejército

mandado por Liechtenstein lo paralizan completamente el mariscal Canrobert y el temor del avance del

cuerpo de ejército del príncipe Napoleón, una de cuyas divisiones procedía de Piacenza.

Los generales Forey y de Ladmirault son quienes, con sus valerosos soldados, inician la contienda ese día

memorable; se apoderan, tras indescriptibles combates, de las crestas y de las colinas que confluyen en el

vistoso alcor de los cipreses, célebre ya para siempre, junto con la torre y el cementerio de Solferino, a

causa de la horrible

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